miércoles, 7 de junio de 2023

UN CUENTO REALISTA


 

                               Jaime recorrió el largo camino a la nueva ciudad. Salir de su hogar y trasladarse a uno totalmente desconocido lo enfrentaba con sus miedos. Educado en una familia tradicional, donde había tenido todo lo necesario para llegar hasta ese punto, lo confundía. Cuando le salió la beca a la universidad estaba muy incómodo y asombrado! ¡Claro, era una suerte enorme haber ganado el primer puesto entre tantos postulantes inteligentes y hábiles! No cualquier alumno por excelente que fuera lograba ese mérito.

            Su familia estaba eufórica y prepararon sus petates con orgullo. Viajó en el tren con billete en primera clase y el “padrino” Orlando lo acompañó al sastre italiano, para que le hiciera dos trajes a medida; la camisera varias a mano y hasta zapatos de cabritilla que lustrados parecían espejos. Así llegó a “Nobile” el sitio donde estaba la famosa universidad de Corrales Jaramillo, con más de cien años de trayectoria dando al mundo profesionales de primer nivel.

            Jaime conoció en cuanto se apeó a un muchacho que venía también, becado desde un país cercano. Se dieron la mano y sonriendo se dieron ánimos para la empresa. El novato se llamaba Evangelista Mejía y tenía una buena presencia y ánimo.

            Se presentaron juntos y los recibió el decano con un secretario académico, que les impuso las reglas estrictas de dicha casa de altos estudios. Una habitación pequeña pero confortable los albergó y compartieron varios momentos acomodando sus ropas, libros y recuerdos personales. El baño quedaba a cierta distancia del dormitorio, pero se compartía en ciertos horarios y con rectas órdenes de higiene.

            Un alumno de años superior les llevó esa tarde a conocer el comedor y la biblioteca, que dejó boquiabierto a los muchachos. Allí, sí, que había libros. Era un sueño para sus afanes.

            La sorpresa los sorprendió cuando sonó una suerte de campana llamando a cenar. Al ingresar al comedor, todos los estudiantes se pusieron de pie y saludaron a coro. ¡OH, solo eso faltaba! Un hombre canoso les indicó su lugar para sentarse. Allí los separaron. Jaime en una mesa con dos compañeros extranjeros que hablaban inglés y un ruso. Evangelista en otra con dos daneses y un griego.

            La cena consistió en un trozo de cordero asado con patatas, sopa y un postre de manzanas. Relucía en una jarra de vidrio agua clara con una rodaja de limón. Un pequeño pan casero era todo el extra que se consumía. ¡Eso es suficiente!

            Al amanecer, cinco de la mañana, sonó una campana y se sintió el movimiento en las habitaciones. No hubo las típicas chanzas de otras universidades o institutos, donde a veces se introducen pequeñas picardías juveniles con los nuevos. Allí todo era seguro y estricto. El desayuno consistió en té, pan y una fruta del huerto. Y de allí, a las aulas.

            Los profesores eran hombres muy conocidos, cuyos libros llenaban los estantes de bibliotecas y librerías del mundo. Había que estudiar y escuchar, pero Jaime y, Evangelista entendieron pronto que había un intercambio permanente de opiniones, discusiones interesantes y críticas constructivas. ¡Era la manera de crear conciencia intelectual!

            Pasó un par de semanas y un día entró al recinto una joven. Era una becaria de Rumania. Alta, rubia, de ojos claros y sonrisa inexistente. ¡Ese día se colmó de interrogantes el claustro! Muy reacia a hablar se sentó en la mesa con tres alumnos de Japón. En silencio, los compañeros la miraban sin siquiera pasarle la jarra con agua. Estaban desconcertados.

            Varios días después llegaron cinco estudiantes de Irlanda y Chipre, que con sus raros atuendos parecían de una obra de teatro. Las chipriotas eran musulmanas y cumplían con sus rezos y sus costumbres a rajatabla. Por lo que la rumana se juntó con la irlandesa y las dejaron solas.

            Evangelista, se aventuró a conversar con las mujeres y descubrió que tenían tanto miedo como ellos cuando llegaron. Así comenzó una amistad sesuda y tranquila.

            Llegaron los tiempos de exámenes y se sorprendieron al saber que eran orales, exposiciones y debates que pasaban por diversos temas. Se valoraba el criterio y los compromisos adquiridos con las ideas. Un sueño para esas cabezas intelectuales y creativas. Una noche un grito despertó a todos los estudiantes. Salieron con sus pijamas y sobretodos a los pasillos. Uno de los alumnos de Japón se había colgado de una ventana con una cuerda rústica y fuerte. Los dos compañeros japoneses, se inclinaban junto al muchacho. El rector y los adalides llegaron corriendo. Allí, Tayuki Morako, se había quitado la vida por no tener la nota máxima en su evaluación. ¡Su deshonor no le permitía regresar a su país con una falta! Todos sus compañeros sollozaban. En silencio se abrazaban quienes compartían sus cátedras. ¡Era imposible comprender la dignidad de ese joven que creyó no había llegado a lo más alto de su carrera!

            Entre sus ropas encontraron un poema escrito por él que decía:

             Cuando quedará mi cálida luna acumulada en mi alma, poblada de fantasmas que blanquean al tras luz el bosque, allí donde pacen los unicornios y las gacelas. Allí estará la verdad. La muerte que me acecha.

 

           

 

 

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