lunes, 12 de junio de 2023

VOY A RELATAR UNA HISTORIA


 

            Mi abuelo vino muy joven de Italia. Tal vez a los catorce o quince años. Primero vivió en Junín en una finca, en Mendoza. Según supe después, tenía varios hermanos con quienes no tenía mucha confianza y cuyas costumbres no le gustaban. Por lo que me ha contado alrededor de los diecisiete años, dejó ese departamento y se fue a buscar trabajo en una finca en de Las Heras, en la zona de La Cieneguita. Las Heras, lo recibió con los brazos abiertos, con esfuerzo, compró un trozo de tierra y la trabajó con amor y templanza. Todos los “paisanos”, lo admiraban por laborioso y callado. Solo, sin su familia, comenzó a vender sus productos vegetales en la Feria, donde iba con una ínfima “carretela” y su caballo, “Tanito”. Se comunicaba con los inmigrantes y trataba con la simple gente de su “paese”. Así, también, conoció a unos italianos de Calabria. Ellos lo observaban y veían al Hombre bueno y trabajador. 

            Allí trató a la familia de mi abuela que siendo de otra región de Italia no se podían entender los dialectos. Famosos los Polimeni, eran cuatro muchachas y tres varones, todos venidos con ganas de hacer la América, trabajando la tierra. Pero en el tiempo que vivió solo, hizo amistad con otros muchachos del Abruzo. Una vez me relató esta historia en una mesa dominical comiendo la exquisita pasta que laboreaba la nona.

            Yo, había ido a lo del Giuliano Agnelli cuando terminamos la cosecha. Me había invitado con otros paisanos a comer la “pasta” y tomar unos vinos caseros. Era de tarde y charlando y comiendo se fue ocultando el sol. Comenzamos a contarnos historias: de fantasmas, aparecidos, muertos vivos y toda la sarta del imaginario popular. Se hizo tarde. La luna escondida detrás de unos nubarrones premonitorios de tormenta. Ruido de granizo en la montaña nos ayudaba con más temor. Mi abuelo contaba “su historia” y Giuliano otra, Rocco y Bruno otra y otra. Cada historia les erizaba los pelos del cuerpo, de la barba insipiente y de la cabeza. Pasaron varias horas, se declaró la tormenta. Cayó granizo dejando blanco el campo y la serranía del piedemonte. Tras la oscuridad se abrió el cielo apareciendo la luna entre la niebla y vapor del calor de la tierra dando un aspecto fantasmal al paisaje.

            Eran alrededor de las cuatro de la mañana y nos saludamos para volver a las casas. Cada uno tomó para una calle dándose la espalda… de pronto unos silbidos extraños nos dio escalofrío. Rocco y Bruno, que eran hermanos corriendo desaparecieron en la oscuridad.

            Mi abuelo regresó y le suplicó a Giuliano que lo acompañara un trecho, pero cuando su compañero quería regresar, mi abuelo lo retenía y el amigo le decía: “Angiulino, acompáñame ahora a mí”, y volvían hasta la casa donde se había realizado la cena. “Giuliano ahora acompáñeme a mí.” Y así pasamos yendo y viniendo hasta que salió el sol  cuando nos despedimos  a mitad de camino. Nunca más se nos ocurrió invitarnos a cenar, la pasta era siempre en el almuerzo. ¡Claro pasábamos por frente al Cementerio y los altos muros eran fantasmas obligados para nosotros ingenuos jóvenes! El abuelo contaba muchas historias de su tiempo en Las Heras, pero cuando le llegaron los hijos fue a una finca de Belgrano, hoy Godoy Cruz. Allí murió con 81 años. No soportó la muerte de papá y de la Nona Rosa, con la que vivió 52 años, casado. ¡Y pensar que al principio de la boda cada uno hablaba un dialecto diferente!

 

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