Mi
abuelo vino muy joven de Italia. Tal vez a los catorce o quince años. Primero
vivió en Junín en una finca, en Mendoza. Según supe después, tenía varios
hermanos con quienes no tenía mucha confianza y cuyas costumbres no le
gustaban. Por lo que me ha contado alrededor de los diecisiete años, dejó ese
departamento y se fue a buscar trabajo en una finca en de Las Heras, en la zona
de
Allí
trató a la familia de mi abuela que siendo de otra región de Italia no se
podían entender los dialectos. Famosos los Polimeni, eran cuatro muchachas y
tres varones, todos venidos con ganas de hacer
“Yo, había ido a lo del Giuliano Agnelli
cuando terminamos la cosecha. Me había invitado con otros paisanos a comer la
“pasta” y tomar unos vinos caseros. Era de tarde y charlando y comiendo se fue
ocultando el sol. Comenzamos a contarnos historias: de fantasmas, aparecidos,
muertos vivos y toda la sarta del imaginario popular. Se hizo tarde. La luna
escondida detrás de unos nubarrones premonitorios de tormenta. Ruido de granizo
en la montaña nos ayudaba con más temor. Mi abuelo contaba “su historia” y
Giuliano otra, Rocco y Bruno otra y otra. Cada historia les erizaba los pelos
del cuerpo, de la barba insipiente y de la cabeza. Pasaron varias horas, se
declaró la tormenta. Cayó granizo dejando blanco el campo y la serranía del piedemonte.
Tras la oscuridad se abrió el cielo apareciendo la luna entre la niebla y vapor
del calor de la tierra dando un aspecto fantasmal al paisaje.
Eran alrededor de las
cuatro de la mañana y nos saludamos para volver a las casas. Cada uno tomó para
una calle dándose la espalda… de pronto unos silbidos extraños nos dio
escalofrío. Rocco y Bruno, que eran hermanos corriendo desaparecieron en la
oscuridad.
Mi abuelo regresó y le
suplicó a Giuliano que lo acompañara un trecho, pero cuando su compañero quería
regresar, mi abuelo lo retenía y el amigo le decía: “Angiulino, acompáñame
ahora a mí”, y volvían hasta la casa donde se había realizado la cena. “Giuliano
ahora acompáñeme a mí.” Y así pasamos yendo y viniendo hasta que salió el
sol cuando nos despedimos a mitad de camino. Nunca más se nos ocurrió
invitarnos a cenar, la pasta era siempre en el almuerzo. ¡Claro pasábamos por
frente al Cementerio y los altos muros eran fantasmas obligados para nosotros
ingenuos jóvenes!
El abuelo contaba muchas historias de su tiempo en Las Heras, pero cuando le
llegaron los hijos fue a una finca de Belgrano, hoy Godoy Cruz. Allí murió con
81 años. No soportó la muerte de papá y de
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