“Sangre y laberinto
Sofía y Juan, se conocieron en el tren. Ambos volvían del trabajo y
cuando se sorprendieron mirándose, sintieron una vibración que no pudieron, ni
quisieron disimular.
Habían transcurrido dos años desde que decidieran convivir. Al principio todo
brillaba alrededor. Reían juntos, compartiendo cada instante. Colgar las
cortinas o improvisar una comida, con los pocos ingredientes que encontraban en
la heladera, podían convertirlo en una divertida aventura.
Ella, una joven graciosa y bella, estudiante de arte,
trabajaba en un estudio de diseño desde las 8:00, tratando de ganar un sueldo
que le ayudara a pagar los gastos de la facultad.
Juan, un hombre educado, trabajador y muy atractivo
era el compañero que Sofía había soñado para su vida. Despertar junto a él la
llenaba de felicidad.
No obstante, la rutina, la falta de tiempo y las
dificultades económicas, fueron transformado aquel ensueño en una pesadilla.
El carácter de Sofía fue cambiando. Pronto se
transformó en un ser irritable e intolerante y Juan, mutó a taciturno, silencioso y esquivo.
Pocas veces coincidían en algo, ya ni el sexo era un
motivo de acercamiento.
Los celos y las peleas constantes fueron invadiendo
el espacio en aquel pequeño departamento
que ambos imaginaron como un nido de amor.
A veces en el fragor de la discusión, él desataba su
furia golpeando con el puño cerrado la mesa o la puerta.
Las riñas fueron más frecuentes, los reproches y
gritos primaron a la razón. Luego la mano apretada de Juan impactó en el rostro
de Sofía. Ella secándose las lágrimas quedó muda. El, avergonzado, no pudo reconocerse. Suplicó
perdón y juró que no se repetiría, mientras besaba sus mejillas, bebiendo esa
mezcla de sal y sangre.
Ella, resignó su promesa de marcharse y creyó que
valía la pena darse otra oportunidad.
Sin embargo, se repitió y quedaron atrapados en un
laberinto sin salida.
Sin saber cual fue el motivo, esta noche la pelea fue
más feroz. Ambos se lanzaban insultos y agravios sin medida… en un instante el
cuerpo de María cayó sin vida, mientras el eco del disparo, aún retumbaba en el
aire, confundiéndose con el grito de
Juan. Sus ojos desorbitados miraban el charco de flujo rojo, que iba extendiéndose sin encontrar su límite,
bajo la frágil silueta de la mujer que una vez amó.
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