jueves, 14 de diciembre de 2023

LA INDIA, EXÓTICA Y ETERNA Anécdota de viaje, narración.

 


 

Cuando me invitó mi hermana a conocer la India, me conmoví. He leído mucho a su poeta máximo: Rabindranath Tagore y la vida y pensamiento de Gandhi. Me emocioné. Recuerdos de la niñez me llegaron al alma, los libros que de niña me regalaban mis padres y que me hacían viajar por los cuentos universales y entre ellos muchos inspirados en la mágica India.

Para ingresar a India hay que inocularse un sin fin de vacunas. ¡Pero es un país maravilloso! Su gente preciosa, ruidosa, alegre y bella.

Me volvía loca la comida, picante y colorida. Tenía la boca llena de llaguitas por los ajíes y chiles que le agregan a los menúes. Pero me aguanté el dolor por las bellezas que viví. Comencé comiendo Yalebi, ladu, Palora y pollo con mantequilla…todo súper picante. ¡Riquísimo para los que aman lo picante!

¿Desde dónde comienzo mi relato? Desde el espectacular monumento donde cremaron a Gandhi o por mi paseo en elefante en un Palacio Jantar Mantar de Jaipur lleno de ventanales enormes y patios de piedra, o la llegada al Monumento al Amor Perdido el Taj Mahal.

 Amo a los indios o hindúes, son personas simples, generosas, trabajadoras y muy, muy afectuosas. Cuando caminaba por las calles o paseos, me pedían sonrientes:¡”Foto”! sacarse fotos con una extranjera desconocida, siempre sonrientes y agradecidos, por la simple razón de no saber de dónde veníamos. Yo mencionaba a Messi y a Maradona, que es por lo que se conoce en el mundo la Argentina y se sorprendían. ¡Mi país es tan lejos de India!

Cuando anduve por las avenidas, en los parques de grandes edificios y canchas de golf, las mujeres cortaban el pasto con tijeras, con sus saris de mil colores extendidos sobre el césped, como mariposas a punto de echar vuelo. Todos trabajan. Unos extienden un paño de tela en la vereda y cortan el cabello o tusan las barbas, otros arreglan sandalias o zapatos, tal vez hay muchachas y jóvenes con máquinas de coser haciendo trabajos en cuero o en tejidos de colores. Nadie vive del estado. Aunque se habla de los mendigos de India, vi muy pocos. En general tienen la dignidad de ganarse la vida con labores manuales. Y eso es magnífico.

Una tarde fuimos al río Ganges. El sagrado río donde hasta hace un tiempo, se echaban las cenizas de los humanos cremados. Hoy por ley está prohibido para evitar la contaminación de las aguas. La gente tiene ceremonias muy atrayentes a orillas del Ganges. De lejos se veían las piras mortuorias, pero no se ve ni huele esa costumbre de la religión de algunos ciudadanos del país. Hay como ciento de religiones que conviven con respeto entre ellos.

En el Ganges nos hicieron dejar una pequeña lámpara de hojas de palma, con flores y una ínfima luz, que discurrió río abajo en la oscuridad temblando con el Sueve movimiento del bote en el agua. Mil lucecitas como luciérnagas flotando, llevando a Dios un mensaje de Amor y Paz. ¡Bello!

Se nos iba acabando el tiempo, había que regresar. Mi boca echaba fuego, mi corazón dulzura.

Cuando salimos hacia el aeropuerto, la contaminación ambiental era tan pesada que todo parecía estar envuelto en gasas color ámbar. Nos hicieron poner tapa bocas y respirar a través de un pañuelo húmedo. El ruido en la carretera que nos transportaba al aeródromo, era un ruidoso monumento a la alegría: Miles de motos, autos que hacen sonar sus claxon con ritmos diferentes, los camiones que adornan con penachos de plumas y manojos de flores multicolor, pinturas de arco iris, bicicletas con timbres rabiosos. Todo nos decía Adiós, vuelvan, India los espera.

 

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