sábado, 23 de diciembre de 2023

RECUERDOS

 

El tiempo

 

Nadie sabe lo que he sentido en este último tiempo, soledad y dolor físico, alegrías pequeñas y gozos que se han diluido en el momento casi permitido para el perdón.

No soy la misma de hace un tiempo atrás, soy un espectro de mi ayer. Odio mi hoy como si formara parte de una obra de teatro griega, de esas que subsisten en el tiempo.

Cuando era joven y me sonreía la vida no supe imponerme a mi destino. No. Bajé la cabeza y seguí para adelante como me lo imponía la vida de esa época. Ser obediente a los caprichos de la época, la moda y mis hormonas. ¡Fui muy idiota! Casi una fantoche de lo que ahora soy o creo ser.

Me gustaría saber qué fue de esos seres maravillosos que se fueron quedando en el camino. Esos que me marcaron sendas de magníficos paisajes espirituales que no existen hoy. Se me acerca la fecha. O no. Tal vez quede o permanezca por una cuestión de cromosomas. Toda la línea materna fue longeva. Se fueron caminando por senderos escarpados y solitarios en sus nonagenarios calendarios. Solitarios, no les quedaba casi nada o nadie. Habían perdido a los seres más queridos de su historia, que aunque pequeña era su historia de vida.

 

Hoy miro sorprendida hacia atrás y ¿qué veo? Solo sombras, recuerdos, fantasmas de una realidad que se entrecruza entre la realidad y la imaginación de la memoria que es más débil y se acomoda a los sentimientos. La verdad puede acomodarse tal vez en algunos momentos, pero la realidad debe ser necesariamente otra.

No queda de la “casa” sino huellas, derrumbadas en un maltrecho caserón que se va corroyendo con la humedad… ¡Era hermosa! Llena de pequeños detalles aportados por el espíritu exquisito de  Mamá. La calle se ha llenado de ese tipo de gente vulgar y gritona, que canta una música sin letra que contenga sentido o que sirva algo para el espíritu. Es como un gran bazar de oriente lleno de mezcla entre cosas hermosas y basura. Un paraíso para la vulgaridad y la esquizofrenia.

Ayer cerré los ojos cuando atravesé con el autobús por ese lugar que amaba. ¿Era yo el fantasma o espiaba un espacio sin tiempo que escondía una enorme verdad que ya no existe?

Odio al tiempo. Cuando llegué a esa casa me sentía en el paraíso, un edén lleno de primicias… que se fueron transformando en cosas concretas. Allí perdí mi inocencia de niña para ser una adolescente que intentaba adaptarse al mundo nuevo. Era la época de los sesenta. ¡Qué lejos quedó! Ahora somos un espectro de los sueños.

 

 

LA CASA

 

La calle era de tierra, sin otras construcciones que aparecieron lentamente con el transcurrir del tiempo. Era una isla, un castillo con balcones y puertas de aldaba que sonaba como llamador de grandes acontecimientos. El mármol la identificaba. Las escaleras sedientas de mostrar que estaba  a la altura de las ilusiones de quien planificó la casa. Ahora es un vulgar espacio comercial, fue una mansión envidiada en su momento. Hornacinas con pequeñas figuritas de marmolina traídas de Italia, muebles de estilo y cuadros. Servicio de personal con uniforme almidonado, como en las películas en blanco y negro de la época. Y las mujeres de la casa leyendo, siempre estudiando o aprendiendo a ser “amas de casa” perfectas. ¿Dónde quedaron? Como En la Casa Tomada de Julio Cortazar, siguen soñando con su mundo perdido. Sí, hay un fantasma que merodea en sus habitaciones. La bella hija del medio, la rebelde, la más liberada de su historia de penitente. La otra, la menor, cierra los ojos cuando pasa por el lugar escapando a una realidad morbosa. Todo ha cambiado y escapa de la triste realidad de su visión. La casa se muere lentamente, como esos mausoleos que ya no tienen dueños porque todos están dentro y nadie reza por ellos.

Lúgubre es ver que estamos rodeados de miserables personajes tristes, sin amor a la belleza y al contener lo hermoso de una historia.

A veces recordamos las fiestas que se desarrollaban en la casa. Mesas con manteles de hilo blanco, vajilla de porcelana y copas de cristal. La comida… una exquisita muestra del poder de sus dueños que se afanaban para esconder que la que se desarmaba cocinando era la mujer, la madre. Hubo un tiempo que los automóviles llenaban la calle y las señoras usaban sus mejores trajes para asistir a los saraos. Hoy son sombras. Humo. Espectros.

Los fantásticos platos sacados de la muy exitosa “Petrona de Gandulfo” que hoy llora en un anaquel de la biblioteca de una de las mujeres de la casa… ¿Claro quién puede hacer esos manjares caros y que llevan días de cocción en una cocina pequeña? Sueños. Éxtasis.

La casa se derrumba descascarada las paredes y sin el donaire de su época glamorosa.

 

EL FONDO…UN MISTERIO

 

Estaba construido en el final del caserón. Eran dos habitaciones, un baño y un lavadero. Oscuro y misterioso para nuestras mentes de imaginación febril. ¿Qué se podía esconder en ese lugar? Nada extraordinario, pero para las “niñas”, era un lugar lóbrego y terrorífico.

Cuando debíamos ir a buscar algo en la noche, se desarrollaban verdaderas campañas feudales. Cada cual sentía que no le correspondía ir al “matogrosso” una suerte de selva cargada de fieras y horrores. Sólo recordemos que en esas habitaciones dormía el personal de servicio. ¡Pobres! Imagino el miedo que les producía llegar hasta allí solas en la noche y peor aun, desvestirse y dormir en un espacio extraño a sus costumbres y solitarias.

Un día escuchamos una conversación entre los dueños de la casa. Descubrimos que habían sido construidas como taller para la señora principal, que siendo joven fue una extraordinaria artista plástica y que por una conducta inexplicable de un día para otro dejó su “arte” y se dedicó a la Casa.

Allá iban a para todos los comestibles embolsados: harina, azúcar y trigo. Un enorme contenedor de aceite de oliva y encurtidos de todo tipo. Luego se acumularon: libros, revistas, recetas de cocina y un sin fin de trebejos.

Pero una noche una de las muchachas a quien mandaron a buscar algo… al querer encender la luz, tocó algo blando, peludo y móvil. Una enorme araña se había instalado como dueña del espacio.

Nunca más lograron que las muchachas fueran a buscar algo allí.

Hoy debe estar poblado en las noches de seres fantasmales, los que se han ido por el camino cierto de la muerte. Los dueños. La muchacha que se envenenó y cayó del lecho en fuertes convulsiones, ella debe pasear buscando su juventud perdida. Lagartijas que se escondían entre los jazmines. Las calas que cuidaban a rajatabla y con amor infinito. De eso no debe quedar nada.

 

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