jueves, 7 de diciembre de 2023

UN ARCAICO PERSONAJE

 


               Cae a plomo un sol interminable. Un sórdido infierno transforma el paraje desértico en un meandro ígneo. Se agiganta la figura de un ser fantasmagórico. ¡Será...! ¿Acaso un humano? ¿Tal vez un cíclope o un centauro inventado por los seres que intentan desaparecer del páramo elástico? Un derroche de rareza de la raza, habita desde los principios más ignotos el yermo. Paraíso nativo, allí despertando a la nueva creación. Una criatura se desdobla frenética como un raro manto de seda. Ha sido concebida para desorientar incluso a los dioses. El reverberar del suelo difumina la figura.

                           Un silencio pérfido predispone al miedo. Se revuelve en la rústica cava pétrea un gelatinoso cuerpo deforme. La soledad atrapa incluso al observador inadvertido que fisgonea en la oscuridad de la fosa. Emerge lentamente el cuerpo fantasmal de una mujer. Su larga cabellera negra tiene mágicos fulgores estelares.  Puebla de formas bellas el lugar.                            Comienza una danza espectral sin música. La joven se contornea bajo el influjo de una rítmica melodía que nace entre las rocas de estalactitas de sales minerales. Una ninfa... de las cuevas ha vuelto a la vida. Se ha desplazado entre el vapor y yace, junto a un enorme cardón en el límite del desierto. ¡La piel aterciopelada de un tenue color ambarino de los nativos inventa un rito de amor!

                   La insatisfacción de mi virilidad adormecida me aprieta el lugar donde aun está el hueco de mi perdida costilla primigenia. Existo como un hombre perpetuo. ¡Entonces  miro la piel y escarbo en  búsqueda de reflejos de un espíritu, de un alma inmortal de esa mujer!  Me acerco y trato de tocar su rostro, anguloso y mórbido como fruta madura, donde unos profundos ojos negrísimos me insinúan una lucha de ancestros transgresores. Es astuta, lo sé. Mi mano se alarga.  Se desplaza la imagen en el intento. No existe. Se diluye como blasfemia en  la nada.  Tiemblo al repetir mi acción y trémulas mis manos atrapan sólo una red de sonidos brillantes, innecesarios, inventados en mi propia soledad. Entonces escapo y el calor del sol me hace regresar a una pequeña sombra. Estoy junto a un antiguo árbol que semeja una catedral de filigrana de madera perfumada. En él, anidan aves ruidosas. Rodeado de malezas y de espinas, mi cuerpo se desploma. Miro mi perfil, en el polvo del camino,  apenas dibujado entre los matorrales. He caído en una trampa. La sed y el hambre estrangulan mi cuerpo herido por la necia actitud de los "otros".

                        Me estiro tratando de aferrarme a una fruta que pende de la rama de un  aguaribay. Me retracto. No es una fruta real, sólo existe en mi imaginación. Un keú grita con sonido  estridente y migra hacia el sur. ¿O es hacia el norte? Ya no importa el rumbo sino que oriente mi flaqueza hacia un territorio fértil. Una vega llena de frutales o  de maíz jugoso.                  Hurgo en mi repertorio  de vegetales ansiados. Un fruto de cardón, dulzón y tibio..., una patata de agua, humilde, que me devuelva la serenidad. Tal vez muera acá en medio del desierto, en medio del reflejo obsceno,  incendio estelar,  ojo de fuego. El  sol asesino.

                          ¡ El Sol, dios generador de los padres atávicos! ¡Los Atapamas, los Tonocotés, los Omaguacas, los Capayanes...! Se está extinguiendo un hijo del desierto.  Nos estamos extinguiendo. Nuestra raza y leyendas. ¿Dónde están los dioses ancestrales... y dónde ese nuevo Dios de los cristianos?

                          Me voy perdiendo en una nube espesa. Ahí veo una " suy-i con puri " * y es la callosa mano atezada de mi madre. Esas manos que en el mortero de algarrobo molía diariamente el seco grano amarillo de la catedral celestial, verde espada que remonta la tierra agostada del secano en  aras rituales. La madre nutricia era, en la puna y el yermo de Sanagasta y Yacampis. ¡Pero el agua de las palmas se pierde entre los dedos en el polvo y se transforma en piedras! Comienzo a transitar por un laberinto de luces y de estrellas lejanas. No volveré a tocar a mi madre. Está muerta, igual que casi toda la tribu. Un extraño mal los atacó y no pudo el " brujo"  ahuyentar el maligno.

            Un tiempo infinito transcurre para que " Sima - Hoy-ri " ** vuelva a la realidad. La saeta de fuego ya palidece y comienza a tenderse como una sábana violeta el atardecer sobre las tolas y chañares, sobre los churquis y las queñoas. Las cigarras, los bumbules trepanadores y los millones de insectos ruidosos empiezan su ronda nocturna en busca de agua y frescor. Así se inicia su peregrinar hacia la quebrada. El frío avanza como un enemigo ansiado, sabe que con su camiseta de lana de vicuña, ahorrará calor del día solar. Sus "ursutas”,  son fuertes y aguantan hasta las espinas gruesas de algunos cactus y añaguas. Se yergue con dificultad y continúa.

                           - ¡ Debo atravesar este páramo y buscar a los blancos! Los hombres buenos me ayudarán.- piensa.  Pero el cuerpo cada vez más pesado y las piernas más dolientes, impiden el esfuerzo.

                            De pronto un ruido estridente atraviesa el cerebro del hombre. Se despierta en otro espacio... fisgonea en busca de señales  claras. ¿Dónde estoy...?- se pregunta.  Tiene el cuerpo desnudo entre las sábanas enroscadas  sobre las piernas musculosas y ahora sabe que está en un lugar  conocido. ¡Este calor... intruso y grimoso!- masculla enojado.

                    Mira con desesperación el reloj electrónico y descubre que está muerto...,- ¡ Tenía que ser hoy, justo hoy que tengo la entrevista con los periodistas de casi todos los medios!  Trata de desmadejar las colchas y  ropas para liberarse y corre a la ducha- . Se ha cortado nuevamente la corriente eléctrica. El pequeño pueblo es así. Las celosías esconden el verdadero clima de ese día. No hay ni un resquicio de frescor, no hay refrigeración, ni ventilador, por falta de mucha previsión y total desgano, reconoce rezongando. Se desenlaza, los músculos doloridos protestan y le estalla la cabeza. Se yergue, trata de llegar hasta la pequeña bañera. Abre el viejísimo grifo y una desinflada cinta de agua que agoniza, se desparrama hasta desaparecer. ¡Tampoco hay agua! Tiene ganas de gritar. Vuelve el sueño  en flashes alternados. Tendrá  que apurarse. Toma una toalla y la empapo con agua colonia y refriega el cuerpo sudado. El pelo está pegoteado y la piel como si le hubieran untado  mermelada. Se restriega el cabello y el rostro. Tiene la barba crecida.  Parece que  miles de insectos lo hubiesen aguijoneado. ¡Qué asco! Una camisa blanca... ¿dónde está su camisa blanca? Busca entre la ropa desperdigada entre sus papeles y  fotografías.- ¡Ah... gracias a Dios...!- Se calza un viejo pantalón de lona y la camisa que resplandece en la semipenumbra del cuartucho. Unas zapatillas serán la  solución a los pies que le  duelen...- ¿Por qué me duelen tanto los pies?- piensa. Se mira y sus pies están llenos de pequeñas heridas y cortaduras.- ¡No puede ser si yo no he ido a ningún lugar desde hace días!- Regresan las imágenes del sueño. Sobre una mesa hachuelada están los instrumentos musicales indígenas.  Algunas quenas y caramillos hechos en huesos de guanacos y llamas,  unos restos de alfarería nativa. Los descubrimientos transformarán su nombre y su prestigio... ¡Qué maravilloso yacimiento arqueológico de la raza perdida! Sale del dormitorio y se siente extraño. Son tantos los reporteros que lo agobian. Los luces de cámaras y  videos con sus   impertinencias... Siente  deseos de huir. Se siente atrapado.

                           - ¿Es verdad que ha encontrado una ciudad perdida de la región apatama?- le dispara como un dardo una joven hermosísima. Tiene la cabellera recogida y le caen hilillos de sudor por el cuello perdiéndose  en  unos  pechos opulentos. Se distrae.

                            - ¿Acaso podrá explicar con su hallazgo el principio de la civilización incaica?- pregunta con una risita estúpida  otro reportero.  ¡Es verdaderamente insufrible la algarabía! Nadie presta atención; sólo están allí para tener algo para cobrarle a los periódicos importantes. Los medios pagan muy bien una noticia de temas científicos que pocos leen realmente.

                           - Perdón aún no puedo darles muchas respuestas concretas. He descubierto, sí, un importante pueblo precolombino en el desierto de... (Lo interrumpen para poder sacar fotos con mejores imágenes).- ¡Señores gracias por venir... pero les prometo un detallado informe muy pronto! ¡ Tal vez nunca!.-  vuelve a considerar. Están desilusionados, lo miran con cierto desprecio. Los periodistas salen murmurando algunos improperios, pero no los escucha. En realidad no le importa. Intenta regresar a la habitación. Hace un poco tiempo que retornó la electricidad y ya hay agua en los escuálidos grifos; pero alguien lo detiene. La mujer que le  hacía preguntas en el salón lo ha seguido por el  pasillo. La mira. Su cuerpo y rostro lo  dejan  perplejo. Es casual pero una ilusoria imagen del sueño lo  golpea. ¿ La mujer es una  quimera o  un  fantasma?

                            - Mañana acometeré una empresa difícil, si le interesa el tema de mis descubrimientos puede venir. No será sencillo y tiene millones de inconvenientes. ¡Es su decisión, salimos con mis ayudantes a las cuatro de la mañana! ¡ Adiós!- dice y la deja sin hablar.

                            Cierra la puerta y pone una barrera infranqueable a un ser seráfico. Se retrotrae  a los apuntes y al grabador con la música de los viejos habitantes que aún conservan instrumentos y cánticos rituales. Está  ingresando en ese ámbito ambiguo entre la realidad y lo ficticio. Se siente  un “nexo” entre lo actual y lo perdido.

                            El desierto entrega un frío impensable. Son las horas tiernas del amanecer. Una bandada de parinas chicas, con sus patas de rojo fuego, corta con sus chillidos el cielo de un denso color índigo. A lo lejos, sólo al extremo del desierto se va formando una arista convexa de color naranja que resplandece y lentamente rebasa el horizonte entre los cardones, los algarrobos y los churquis. Han florecido algunos cactus atrapando a los dragomanes alados, los pequeños murciélagos ciegos. Ellos repartirán entre sus pelos, los genes, para que no se pierdan sus plantas " origen". Un perfume a flores atrapa la sensibilidad de los observadores . Junto al científico, casi tocándolo siente el brazo firme y la mano dominante de la invitada. La había olvidado. Sobria en trastos y silenciosa se mueve. Sube al jeep y se sienta esperando al grupo que levanta los aparatos de investigación. La extraña mujer, se acurruca para no incomodar y él, la espía con el rabillo del ojo. Despierta la alterada formalidad del científico.  Nada cambia la organización, pero algo lo impulsa a compartir con ella ese premio fantástico.

                            El otro vehículo, ya pronto y repleto, comienza una lenta marcha por la huella. El sol se está transformando en un semicírculo de fuego que destella vapores dorados y plateados. La helada petrifica las hojas carnosas de añaguas, están convertidas en esculturas de hielo vegetal. Ya se han muerto. El aire gélido hace que el aliento parezca humo. No hablan y maneja sin mirar a esa compañera de aventura. ¡ Inesperada e infrecuente!

                           Avizoran una planicie entre lomas de cordones montañosos de poca altura. Siguen buscando la salina y el desfiladero que los llevará al lugar escondido por muchos siglos. Unos matamicos andinos revolotean sobre nuestras cabezas, deseándonos como a presas esperadas. El grupo de estudiantes y ayudantes ha quedado levemente rezagado. Cruza un zorro con un chinchillón entre sus fauces y corre a su madriguera. Observa el rostro de la mujer; ésta, llora por la pequeña presa. - ¡ Es el necesario precio que se cobra la vida, para su subsistencia!- le expresa sorprendido el muchacho. Se tranquiliza la mujer. Están ingresando en ese espacio tutelar de los ancestros apatamas. Dejan el móvil y tomando unos bártulos la obliga a participar activamente del trabajo. El sol ya está sobre sus cabezas.

                            Los ayudantes comienzan a repartirse los cuadros para extraer la arena y piedras de los artefactos. El científico, penetra por la región  intransitable del matorral. Camina con sumo cuidado para no despertar los adormecidos elementos de valor del pucará. Advertido penetra en una gruta de roca indemne con petroglifos y pinturas rupestres. Detrás   siente que se deslizan pies humanos. Se vuelve y como en un " negativo" fotográfico se transluce una apariencia corpórea. No reconoce el contorno ni la forma ilusoria. Un sopor le sobreviene. Siente el ronroneo y rodar de unas finas piedrecillas que alfombran el suelo. Hay un sensible rumor de agua y el goteo de insignificantes cascadas en los desniveles de las largas galerías. Con su lámpara trata de iluminar hacia la izquierda y una figura de belleza sin igual resplandece a su vista. Parece una máscara de cristales y oro. Es tan antigua como la milenaria visión de sus fantasías. ¿Acaso son realmente palpables o están impresas en su yo imaginario y no existen?

                            Llama a gritos y sólo le contesta la voz apagada de su inadvertida escolta. No conoce  su nombre. La mira enfrentándola y le pregunta con la mirada inquieta -¿ Si ha escuchado algo?.-  Sonríe la periodista y le señala una cripta. Su voz, alentadora, suena transparente y lúcida. - ¡ Llámeme Quillén, ese es mi nombre! - contesta con atractivo mohín  femenino. Él sigue alumbrando con una linterna las paredes gradualmente artesonadas con símbolos pretéritos. Una suave llovizna los envuelve. Se acercan los cuerpos, se cruza un gélido aire azufrado.

                            Las manos de la pareja, tiemblan y cae la lámpara en una grieta. Han quedado a oscuras. Tiemblan y el hombre toma entre los brazos el cuerpo trémulo de la ninfa anhelada en  su claro deseo carnal. Acaricia el rostro y besa  la boca atrevida. El cabello le cae en una catarata de seda entre las manos. Detrás de esos cuerpos se oye un murmullo lejano que atrapa  la atención del hombre.

                            -¿De dónde proviene?- Trata de reponerse y captura con dificultad la luz caída. - Debemos continuar... allá hay un peculiar espaldón de minerales raros.- la urge hacia un camino cuyo trecho recto los obliga a saltar un río subterráneo y un barandal de estalactitas húmedas.

                            - ¡ Ilumíname ese sector, Quillén... por favor! Mira... ahí hay una espectral forma casi humana. - quería obligarla a participar. Justo a esa mujer a quién nunca pensó que compartiría el hecho más importante de su carrera.  -¡Nunca lo consideró! – se dice. ¡ Observa, es una momia y está casi intacta..!. - lo sorprenden sus palabras y siente una urgente invitación de la muchacha que está excitada y febril.

                             - ¡ Magnífica! ¡Es perfecta..., me maravilla su belleza! Además, mira tiene todo el ajuar intacto. Observa las sandalias de hechura arcaica... y su camiseta de lana de vicuña roja y su manta de alpaca y las plumas de colores desvaídos por la humedad y el tiempo... - señala conmovido.

                              - Tiene un collar de piedras azules y rosadas... ¿será "rodocrocita" y "lapislázuli” o “turquesas?” ¡Mira su largo cabello trenzado con agujas de hueso. Usa brazaletes  con láminas de oro y extraños dibujos!-  le comenta sin mirarla- ¿ Crees que pudo ser una princesa apatama?

                               - Tal vez debemos regresar y buscar ayuda para transportarla. Ven volvamos. La insta con apuro.

                               - ¿ Sabes volver acaso por esos pasajes misteriosos? - Quillén ríe con carcajadas agudas. Mira al hombre consternado que tiene frente a sí y su rostro de piel suave y tersa se va convirtiendo en una mueca donde la boca se desdibuja y sólo se ven los dientes apretados en el hueco de su calavera. Su traje se deteriora rápidamente y va transformándose en un atuendo apatano de confección muy primitiva. Ya no tiene ojos y en las cuencas oscuras brillan como dos esferas de azabache pulido, de antracita combustible e ígnea. Y son esos ojos los que lo petrifican. El horror queda como una máscara calcárea en la fisonomía del hombre.

                          El sol cae en rayos de fuego sobre el rostro del hombre que desesperadamente busca incorporarse en el desierto apatano. Sus pies heridos y sangrantes parecen de lava. Sólo se escucha el griterío de pájaros carroñeros que esperan una presa. ¿ Acaso todo ha sido un espejismo? ¿Su imaginación pudo crear tártaro semejante? A lo lejos un murmullo atrae su debilitada conciencia.

                          Es un grupo de gente que se acerca. Trata de atraerlos con gritos, pero nadie acude, nadie responde. Todo ha sucedido en su afiebrada mente o ya forma parte del mundo espectral de los nativos desaparecidos. Una joven aldeana aborigen se acerca y lo mira. Sus ojos son de azabache pulido y sus trenzas están apretadas con lanas de colores. Canta. Un susurro de erkes, flautas y cajas, en un dulce yaraví, invade el páramo. Le acerca rústica la mano de piel curtida y lo ayuda a erguirse. Un misachico frailero, apretado de flores de papel de colores, con un "Santo de palo”, vestido en paño de vicuña morado, se enfrentan al mustio cuerpo deforme del científico. ¡ De pronto, en el erial...un pájaro de alas descomunales echa a volar hacia el disco de fuego, padre de los " Incas " y de todos sus descendientes; tribus que se han ido diezmando en la pobreza y el tiempo.

                             Un ave inexistente en los libros de los sabios.

Lengua Apatama:

* Suy-i con puri: mano con agua.

** Sima - Hoy- ri: Hombre de la tierra.

 

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