Cae a plomo un sol interminable. Un sórdido infierno transforma el
paraje desértico en un meandro ígneo. Se agiganta la figura de un ser
fantasmagórico. ¡Será...! ¿Acaso un humano? ¿Tal vez un cíclope o un centauro
inventado por los seres que intentan desaparecer del páramo elástico? Un
derroche de rareza de la raza, habita desde los principios más ignotos el
yermo. Paraíso nativo, allí despertando a la nueva creación. Una criatura se
desdobla frenética como un raro manto de seda. Ha sido concebida para
desorientar incluso a los dioses. El reverberar del suelo difumina la figura.
Un silencio pérfido predispone al miedo. Se revuelve en la rústica
cava pétrea un gelatinoso cuerpo deforme. La soledad atrapa incluso al
observador inadvertido que fisgonea en la oscuridad de la fosa. Emerge
lentamente el cuerpo fantasmal de una mujer. Su larga cabellera negra tiene
mágicos fulgores estelares. Puebla de
formas bellas el lugar. Comienza una danza espectral sin música. La
joven se contornea bajo el influjo de una rítmica melodía que nace entre las
rocas de estalactitas de sales minerales. Una ninfa... de las cuevas ha vuelto a la vida. Se ha desplazado
entre el vapor y yace, junto a un enorme cardón en el límite del desierto.
¡La piel aterciopelada de un tenue color ambarino de los nativos inventa un
rito de amor! La insatisfacción de mi virilidad
adormecida me aprieta el lugar donde aun está el hueco de mi perdida costilla
primigenia. Existo como un hombre perpetuo. ¡Entonces miro la piel y escarbo en búsqueda de reflejos de un espíritu, de un
alma inmortal de esa mujer! Me acerco
y trato de tocar su rostro, anguloso y mórbido como fruta madura, donde unos
profundos ojos negrísimos me insinúan una lucha de ancestros transgresores.
Es astuta, lo sé. Mi mano se alarga.
Se desplaza la imagen en el intento. No existe. Se diluye como
blasfemia en la nada. Tiemblo al repetir mi acción y trémulas mis
manos atrapan sólo una red de sonidos brillantes, innecesarios, inventados en
mi propia soledad. Entonces escapo y el calor del sol me hace regresar a una
pequeña sombra. Estoy junto a un antiguo árbol que semeja una catedral de
filigrana de madera perfumada. En él, anidan aves ruidosas. Rodeado de
malezas y de espinas, mi cuerpo se desploma. Miro mi perfil, en el polvo del
camino, apenas dibujado entre los
matorrales. He caído en una trampa. La sed y el hambre estrangulan mi cuerpo
herido por la necia actitud de los "otros". Me estiro tratando de
aferrarme a una fruta que pende de la rama de un aguaribay. Me retracto. No es una fruta
real, sólo existe en mi imaginación. Un keú grita con sonido estridente y migra hacia el sur. ¿O es
hacia el norte? Ya no importa el rumbo sino que oriente mi flaqueza hacia un
territorio fértil. Una vega llena de frutales o de maíz jugoso. Hurgo en mi repertorio de vegetales ansiados. Un fruto de cardón,
dulzón y tibio..., una patata de agua, humilde, que me devuelva la serenidad.
Tal vez muera acá en medio del desierto, en medio del reflejo obsceno, incendio estelar, ojo de fuego. El sol asesino. ¡ El Sol, dios
generador de los padres atávicos! ¡Los Atapamas, los Tonocotés, los Omaguacas,
los Capayanes...! Se está extinguiendo un hijo del desierto. Nos estamos extinguiendo. Nuestra raza y
leyendas. ¿Dónde están los dioses ancestrales... y dónde ese nuevo Dios de
los cristianos? Me voy perdiendo en
una nube espesa. Ahí veo una " suy-i con puri " * y es la callosa
mano atezada de mi madre. Esas manos que en el mortero de algarrobo molía
diariamente el seco grano amarillo de la catedral celestial, verde espada que
remonta la tierra agostada del secano en
aras rituales. La madre nutricia era, en la puna y el yermo de
Sanagasta y Yacampis. ¡Pero el agua de las palmas se pierde entre los dedos
en el polvo y se transforma en piedras! Comienzo a transitar por un laberinto
de luces y de estrellas lejanas. No volveré a tocar a mi madre. Está muerta,
igual que casi toda la tribu. Un extraño mal los atacó y no pudo el "
brujo" ahuyentar el maligno. Un tiempo infinito transcurre
para que " Sima - Hoy-ri " ** vuelva a la realidad. La saeta de fuego
ya palidece y comienza a tenderse como una sábana violeta el atardecer sobre
las tolas y chañares, sobre los churquis y las queñoas. Las cigarras, los
bumbules trepanadores y los millones de insectos ruidosos empiezan su ronda
nocturna en busca de agua y frescor. Así se inicia su peregrinar hacia la
quebrada. El frío avanza como un enemigo ansiado, sabe que con su camiseta de
lana de vicuña, ahorrará calor del día solar. Sus "ursutas”, son fuertes y aguantan hasta las espinas
gruesas de algunos cactus y añaguas. Se yergue con dificultad y continúa. - ¡ Debo atravesar
este páramo y buscar a los blancos! Los hombres buenos me ayudarán.-
piensa. Pero el cuerpo cada vez más
pesado y las piernas más dolientes, impiden el esfuerzo. De pronto un ruido estridente atraviesa
el cerebro del hombre. Se despierta en otro espacio... fisgonea en busca de
señales claras. ¿Dónde estoy...?- se
pregunta. Tiene el cuerpo desnudo
entre las sábanas enroscadas sobre las
piernas musculosas y ahora sabe que está en un lugar conocido. ¡Este calor... intruso y
grimoso!- masculla enojado. Mira
con desesperación el reloj electrónico y descubre que está muerto...,- ¡
Tenía que ser hoy, justo hoy que tengo la entrevista con los periodistas de
casi todos los medios! Trata de
desmadejar las colchas y ropas para
liberarse y corre a la ducha- . Se ha cortado nuevamente la corriente
eléctrica. El pequeño pueblo es así. Las celosías esconden el verdadero clima
de ese día. No hay ni un resquicio de frescor, no hay refrigeración, ni
ventilador, por falta de mucha previsión y total desgano, reconoce
rezongando. Se desenlaza, los músculos doloridos protestan y le estalla la
cabeza. Se yergue, trata de llegar hasta la pequeña bañera. Abre el viejísimo
grifo y una desinflada cinta de agua que agoniza, se desparrama hasta
desaparecer. ¡Tampoco hay agua! Tiene ganas de gritar. Vuelve el sueño en flashes alternados. Tendrá que apurarse. Toma una toalla y la empapo
con agua colonia y refriega el cuerpo sudado. El pelo está pegoteado y la
piel como si le hubieran untado
mermelada. Se restriega el cabello y el rostro. Tiene la barba
crecida. Parece que miles de insectos lo hubiesen aguijoneado.
¡Qué asco! Una camisa blanca... ¿dónde está su camisa blanca? Busca entre la
ropa desperdigada entre sus papeles y
fotografías.- ¡Ah... gracias a Dios...!- Se calza un viejo pantalón de
lona y la camisa que resplandece en la semipenumbra del cuartucho. Unas
zapatillas serán la solución a los
pies que le duelen...- ¿Por qué me
duelen tanto los pies?- piensa. Se mira y sus pies están llenos de pequeñas
heridas y cortaduras.- ¡No puede ser si yo no he ido a ningún lugar desde
hace días!- Regresan las imágenes del sueño. Sobre una mesa hachuelada están
los instrumentos musicales indígenas.
Algunas quenas y caramillos hechos en huesos de guanacos y
llamas, unos restos de alfarería
nativa. Los descubrimientos transformarán su nombre y su prestigio... ¡Qué
maravilloso yacimiento arqueológico de la raza perdida! Sale del dormitorio y
se siente extraño. Son tantos los reporteros que lo agobian. Los luces de
cámaras y videos con sus impertinencias... Siente deseos de huir. Se siente atrapado.
- ¿Es verdad que ha encontrado una ciudad perdida de la región
apatama?- le dispara como un dardo una joven hermosísima. Tiene la cabellera
recogida y le caen hilillos de sudor por el cuello perdiéndose en
unos pechos opulentos. Se
distrae.
- ¿Acaso podrá explicar con su
hallazgo el principio de la civilización incaica?- pregunta con una risita
estúpida otro reportero. ¡Es verdaderamente insufrible la algarabía!
Nadie presta atención; sólo están allí para tener algo para cobrarle a los
periódicos importantes. Los medios pagan muy bien una noticia de temas
científicos que pocos leen realmente.
- Perdón aún no puedo darles muchas respuestas concretas. He
descubierto, sí, un importante pueblo precolombino en el desierto de... (Lo
interrumpen para poder sacar fotos con mejores imágenes).- ¡Señores gracias
por venir... pero les prometo un detallado informe muy pronto! ¡ Tal vez
nunca!.- vuelve a considerar. Están
desilusionados, lo miran con cierto desprecio. Los periodistas salen
murmurando algunos improperios, pero no los escucha. En realidad no le
importa. Intenta regresar a la habitación. Hace un poco tiempo que retornó la
electricidad y ya hay agua en los escuálidos grifos; pero alguien lo detiene.
La mujer que le hacía preguntas en el
salón lo ha seguido por el pasillo. La
mira. Su cuerpo y rostro lo dejan perplejo. Es casual pero una ilusoria
imagen del sueño lo golpea. ¿ La mujer
es una quimera o un
fantasma?
- Mañana acometeré una empresa difícil, si le interesa el tema de mis
descubrimientos puede venir. No será sencillo y tiene millones de
inconvenientes. ¡Es su decisión, salimos con mis ayudantes a las cuatro de la
mañana! ¡ Adiós!- dice y la deja sin hablar. Cierra la puerta y pone una
barrera infranqueable a un ser seráfico. Se retrotrae a los apuntes y al grabador con la música
de los viejos habitantes que aún conservan instrumentos y cánticos rituales.
Está ingresando en ese ámbito ambiguo
entre la realidad y lo ficticio. Se siente
un “nexo” entre lo actual y lo perdido.
El desierto entrega un frío impensable. Son las horas tiernas del
amanecer. Una bandada de parinas chicas, con sus patas de rojo fuego, corta
con sus chillidos el cielo de un denso color índigo. A lo lejos, sólo al
extremo del desierto se va formando una arista convexa de color naranja que
resplandece y lentamente rebasa el horizonte entre los cardones, los algarrobos y los churquis. Han florecido algunos cactus atrapando a los dragomanes alados, los pequeños
murciélagos ciegos. Ellos repartirán entre sus pelos, los genes, para que no
se pierdan sus plantas " origen". Un perfume a flores atrapa la
sensibilidad de los observadores . Junto al científico, casi tocándolo siente
el brazo firme y la mano dominante de la invitada. La había olvidado. Sobria
en trastos y silenciosa se mueve. Sube al jeep y se sienta esperando al grupo
que levanta los aparatos de investigación. La extraña mujer, se acurruca para
no incomodar y él, la espía con el rabillo del ojo. Despierta la alterada
formalidad del científico. Nada cambia
la organización, pero algo lo impulsa a compartir con ella ese premio
fantástico.
El otro vehículo, ya pronto y repleto, comienza una lenta marcha por
la huella. El sol se está transformando en un semicírculo de fuego que
destella vapores dorados y plateados. La helada petrifica las hojas carnosas de añaguas, están convertidas en
esculturas de hielo vegetal. Ya se han muerto. El aire gélido hace que el
aliento parezca humo. No hablan y maneja sin mirar a esa compañera de
aventura. ¡ Inesperada e infrecuente!
Avizoran una planicie entre lomas de cordones montañosos de poca
altura. Siguen buscando la salina y el desfiladero que los llevará al lugar
escondido por muchos siglos. Unos matamicos
andinos revolotean sobre nuestras cabezas, deseándonos como a presas
esperadas. El grupo de estudiantes y ayudantes ha quedado levemente rezagado.
Cruza un zorro con un chinchillón entre sus fauces y corre a su madriguera.
Observa el rostro de la mujer; ésta, llora por la pequeña presa. - ¡ Es el
necesario precio que se cobra la vida, para su subsistencia!- le expresa
sorprendido el muchacho. Se tranquiliza la mujer. Están ingresando en ese
espacio tutelar de los ancestros apatamas.
Dejan el móvil y tomando unos bártulos la obliga a participar activamente del
trabajo. El sol ya está sobre sus cabezas.
Los ayudantes comienzan a repartirse los cuadros para extraer la arena
y piedras de los artefactos. El científico, penetra por la región intransitable del matorral. Camina con sumo
cuidado para no despertar los adormecidos elementos de valor del pucará.
Advertido penetra en una gruta de roca indemne con petroglifos y pinturas
rupestres. Detrás siente que se
deslizan pies humanos. Se vuelve y como en un " negativo"
fotográfico se transluce una apariencia corpórea. No reconoce el contorno ni
la forma ilusoria. Un sopor le sobreviene. Siente el ronroneo y rodar de unas
finas piedrecillas que alfombran el suelo. Hay un sensible rumor de agua y el
goteo de insignificantes cascadas en los desniveles de las largas galerías.
Con su lámpara trata de iluminar hacia la izquierda y una figura de belleza
sin igual resplandece a su vista. Parece una máscara de cristales y oro. Es
tan antigua como la milenaria visión de sus fantasías. ¿Acaso son realmente
palpables o están impresas en su yo imaginario y no existen?
Llama a gritos y sólo le contesta la voz apagada de su inadvertida
escolta. No conoce su nombre. La mira
enfrentándola y le pregunta con la mirada inquieta -¿ Si ha escuchado
algo?.- Sonríe la periodista y le
señala una cripta. Su voz, alentadora, suena transparente y lúcida. - ¡ Llámeme Quillén, ese es mi nombre! -
contesta con atractivo mohín femenino.
Él sigue alumbrando con una linterna las paredes gradualmente artesonadas con
símbolos pretéritos. Una suave llovizna los envuelve. Se acercan los cuerpos,
se cruza un gélido aire azufrado.
Las manos de la pareja, tiemblan y cae la lámpara en una grieta. Han
quedado a oscuras. Tiemblan y el hombre toma entre los brazos el cuerpo
trémulo de la ninfa anhelada en su
claro deseo carnal. Acaricia el rostro y besa
la boca atrevida. El cabello le cae en una catarata de seda entre las
manos. Detrás de esos cuerpos se oye un murmullo lejano que atrapa la atención del hombre.
-¿De dónde proviene?- Trata
de reponerse y captura con dificultad la luz caída. - Debemos continuar... allá hay un peculiar espaldón de minerales
raros.- la urge hacia un camino cuyo trecho recto los obliga a saltar un
río subterráneo y un barandal de estalactitas húmedas. -
¡ Ilumíname ese sector, Quillén... por favor! Mira... ahí hay una espectral
forma casi humana. - quería obligarla a participar. Justo a esa mujer a
quién nunca pensó que compartiría el hecho más importante de su carrera. -¡Nunca
lo consideró! – se dice. ¡ Observa,
es una momia y está casi intacta..!. - lo sorprenden sus palabras y
siente una urgente invitación de la muchacha que está excitada y febril.
- ¡ Magnífica! ¡Es perfecta...,
me maravilla su belleza! Además, mira tiene todo el ajuar intacto. Observa
las sandalias de hechura arcaica... y su camiseta de lana de vicuña roja y su
manta de alpaca y las plumas de colores desvaídos por la humedad y el tiempo...
- señala conmovido.
- Tiene un collar de piedras
azules y rosadas... ¿será "rodocrocita" y "lapislázuli” o
“turquesas?” ¡Mira su largo cabello trenzado con agujas de hueso. Usa
brazaletes con láminas de oro y
extraños dibujos!- le comenta sin
mirarla- ¿ Crees que pudo ser una princesa
apatama?
- Tal vez debemos regresar y
buscar ayuda para transportarla. Ven volvamos. La insta con apuro.
- ¿ Sabes volver acaso por esos pasajes misteriosos? -
Quillén ríe con carcajadas agudas. Mira al hombre consternado que tiene
frente a sí y su rostro de piel suave y tersa se va convirtiendo en una mueca
donde la boca se desdibuja y sólo se ven los dientes apretados en el hueco de
su calavera. Su traje se deteriora rápidamente y va transformándose en un
atuendo apatano de confección muy primitiva. Ya no tiene ojos y en las
cuencas oscuras brillan como dos esferas de azabache pulido, de antracita
combustible e ígnea. Y son esos ojos los que lo petrifican. El horror queda
como una máscara calcárea en la fisonomía del hombre.
El sol cae en rayos de fuego sobre el rostro del hombre que
desesperadamente busca incorporarse en el desierto apatano. Sus pies heridos
y sangrantes parecen de lava. Sólo se escucha el griterío de pájaros
carroñeros que esperan una presa. ¿ Acaso todo ha sido un espejismo? ¿Su
imaginación pudo crear tártaro semejante? A lo lejos un murmullo atrae su
debilitada conciencia.
Es un grupo de gente que se acerca. Trata de atraerlos con gritos,
pero nadie acude, nadie responde. Todo ha sucedido en su afiebrada mente o ya
forma parte del mundo espectral de los nativos desaparecidos. Una joven
aldeana aborigen se acerca y lo mira. Sus ojos son de azabache pulido y sus
trenzas están apretadas con lanas de colores. Canta. Un susurro de erkes,
flautas y cajas, en un dulce yaraví, invade el páramo. Le acerca rústica la
mano de piel curtida y lo ayuda a erguirse. Un misachico frailero, apretado
de flores de papel de colores, con un "Santo de palo”, vestido en paño
de vicuña morado, se enfrentan al mustio cuerpo deforme del científico. ¡ De
pronto, en el erial...un pájaro de alas descomunales echa a volar hacia el
disco de fuego, padre de los " Incas " y de todos sus descendientes;
tribus que se han ido diezmando en la pobreza y el tiempo.
Un ave inexistente en los libros de los sabios. Lengua Apatama: * Suy-i con puri: mano con agua. ** Sima - Hoy- ri: Hombre de la tierra. |
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