Sabido es que la Historia como ciencia
admite la existencia de distintos marcos teóricos o epistemológicos, en pocas
palabras, distintos enfoques para analizar las causas o los efectos de un mismo
hecho. La Historia
Nacional no escapa a las generales de la ley así, lo que para
unos es una verdad incontrastable, para otros no pasa de ser una falacia. Más
allá de estas contingencias propias de la diversidad natural de culturas,
repartidas a lo largo y a lo ancho del planeta, hay libros que envejecen muy
lentamente, antes bien, se añejan con el correr de los siglos y por lo mismo
les decimos clásicos. Estas obras que muchos consideran superadas, con todo, no
pueden dejar de ser consultadas a la hora de abordar una investigación
responsable. Nos atrevemos a afirmar que uno de estos clásicos es La Historia de San Martín y
de la
Emancipación Americana del General Bartolomé Mitre. Si
estamos a favor o en contra de lo allí investigado y escrito, no es más que una
cuestión de posicionamientos. Lo que no podemos omitir es que en ella hay
conceptos lo suficientemente abarcativos como para superar, las más variadas
corrientes epistemológicas. Mitre define al Libertador en los términos
siguientes: "Esta figura de contornos tan correctos, que es empero todavía
un enigma histórico por descifrar. ¿Qué fue San Martín? ¿Qué principios lo
guiaron? ¿Cuáles fueron sus designios? Estas preguntas que los contemporáneos
se hicieron en presencia del héroe en su grandeza, del hombre en el ostracismo
y de su cadáver mudo, como su destino, son las mismas que se hacen aún los que
contemplan las estatuas que la posteridad le ha erigido, cual si fueran otras
tantas esfinges de bronce que guardasen el secreto de su vida. San Martín no
fue ni un Mesías ni un profeta. Fue simplemente un hombre de acción deliberada,
que obró como una fuerza activa en el orden de los hechos fatales, teniendo la
visión clara de su objetivo real. Su objetivo fue la independencia
sudamericana, y a él subordinó pueblos,
individuos, cosas, formas, ideas, principios y moral política, subordinándose,
él mismo, a su regla disciplinaria." Remata el general historiador un poco
más adelante con una síntesis contundente: "San Martín fue una
misión:" Hasta aquí queríamos llegar. Si el Libertador fue todo eso, es precisamente eso lo que hace de él, un
personaje excepcional. Esa excepcionalidad quedó plenamente demostrada en la elección de los pueblos y de los
individuos. Y que las misiones que consiguió en que unos y otros asumieran y
ejecutaran sin retaceos, con entrega, incondicionalidad y plenitud a riesgo de
sus vidas, haciendas, fama y honor. No fue una casualidad tomar distancia de su
cofrade e introductor en la sociedad porteñas cuando ésta y su gobierno
sospechaban que fuera un espía al servicio del Rey, nos referimos a Carlos
María de Alvear. No fue casualidad que eligiera a las provincias cuyanas para
separarlas de Córdoba y construir en ellas la base de operaciones, para
desarrollar el plan continental emancipador. No fue casualidad volcar a favor
de la causa emancipadora al flamante Director Supremo, de las recientemente
emancipadas Provincias Unidas en la
América del Sur, el Brigadier General Don Juan Martín de
Pueyrredón, como no lo fue su determinación de escoger a Don Bernardo O`Higgins
frente a su rival Don José Carrera, cuando debió arbitrar entre los exiliados
chilenos luego de la muerte de la Patria Vieja, en la batalla de Rancagüa. Tampoco
fue casualidad que para demostrar al mundo que la causa emancipadora era una
empresa continental delegara el gobierno cuyano en el General Bernardo O`
Higgins y fuera este gobernador subrogante, quien hiciera jurar al pueblo
mendocino la declaración de independencia sancionada en Tucumán. No fue
casualidad la elección del Fraile Luis Beltrán para que manejara las fraguas, no
fue, tampoco del guerrillero, lamentablemente luego asesinado en Til Til, Don
Manuel Rodríguez, para que difundiera en Chile, acorde a su inaudita capacidad
de mimetizarse, lo que el Libertador
denominó: "La guerra de zapa." Es bien conocida la proeza del tropero
Don Pedro Sosa, el que realizó la hazaña de hacer en la mitad de tiempo el
transporte de los bastimentos que San Martín, necesitaba con urgencia para que
su ejército rompiera la marcha en pos de la libertad de América. De su
compadre, Alvarez de Condarco a quien asignó la misión suicida de llevar una
copia del acta de la independencia
a Santiago y si acaso
salvaba la vida, podría guardar en su
prodigiosa memoria los accidentes de los pasos de Los Patos y Uspallata, para
de regreso confeccionar los planos que el Libertador necesitaba para ejecutar
la titánica obra del cruce de Los Andes. Efectivamente y siempre siguiendo a
Mitre, San Martín supo como nadie, escoger pueblos y hombres para que dieran
todo de sí a la misión que se había auto asignado. Un caso muy poco conocido,
tal vez por la característica secretísima del mismo fue el de Pedro Vargas. Si
se ha escrito poco o mucho acerca de su misión, no lo sabemos, lo que si
sabemos es que ha sido y es muy poco difundida, con todo nos consta que hace
muchos años se puso en escena la obra: "Los Secretos de Pedro
Vargas".
Era Pedro Vargas uno de
tantos mendocinos que se alinearon con San Martín poniéndose, a sus órdenes
para lo gustase mandar sin medir riesgos, ni grandes, ni pequeños. El Libertador
era plenamente conciente que el momento estratégico allá por mil ochocientos
dieciseis era en extremo crítico. La tercera campaña al Alto Perú de la mano
del oriental Rondeau había sucumbido en Sipe Sipe, cancelando definitivamente
esa ruta a Lima. Las tropas del Rey
estaban a las puertas de Salta a duras penas contenidas por Martín Miguel de
Güemes, otro de los que sin vacilar ni medir afanes entendieron la estrategia
de San Martín.
Por otra parte, luego de la derrota patriota en Rancagüa, el ejército
real, fuerte de más de ocho mil hombres de las tres armas, muchos de ellos
veteranos de las guerras napoleónicas, se aprestaba para remontar Los Andes de
Oeste a Este y luego de tomar Mendoza marchar sobre Córdoba y de ser posible,
unirse en esa estratégica encrucijada con el ejército que pujaba por tomar
Salta y bajar desde el Norte.
Finalmente, se esperaba en
cualquier momento el desembarco en Montevideo de un poderoso ejército
proveniente directamente de la
Península. Si esta maniobra resultaba exitosa para los
realistas, muy negras se plantearían las perspectivas para los patriotas del
extinguido virreinato platense, por entonces, único faro libertario en la América española, ya que
el resto de las emancipaciones americanas, habían sucumbido a manos del poder
real.
San Martín sabía todo ésto y más aún, sabía que su ejército no
podría reunir sino cuatro mil quinientos combatientes; muchos de ellos bisoños
a los que entrenaba personalmente en los cuarteles de El Plumerillo. En estas
circunstancias, las posibilidades del Libertador eran extremadamente escasas:
confiar en el éxito de Güemes, apostar a la obra de los espías al servicio de
la causa emancipadora estacionados en Cádiz y por su parte, tratar de confundir
al enemigo allende la Cordillera. Acerca
de la magnitud del Ejército de Los Andes y de los pasos que emplearía para
atravesarla. Era imperioso que el enemigo realista dividiera sus fuerzas para
enfrentar con un ejército disminuido a uno equivalente en número, mientras las
columnas auxiliares intentarían batir a las españolas repartidas a lo largo de Chile. En eso
consistió la guerra de zapa, y uno de los hombres clave fue nuestro Pedro
Vargas.
Como hemos adelantado, mendocino y patriota, perteneciente a una
emblemática familia lugareña. Convocado por el Libertador y luego de departir
acerca de la única estrategia posible, sus riesgos y alcances acordó que Pedro,
inopinadamente desaparecería de Mendoza en forma misteriosa para reaparecer en
Santiago y ponerse a las órdenes del gobernador Don Casimiro Marcó del Pont.
Así lo hizo, fue excelentemente bien recibido y escuchado cuando relató a los
realistas la supuesta estrategia del Libertador, el número y la calidad de sus
fuerzas y la fecha de una posible partida como así también, la cantidad de
soldados y la calidad del armamento. Al difundirse la noticia en Mendoza, por
entonces una aldea de no más de doce mil almas, el escándalo fue proporcional a
lo que se consideró delito de alta traición a la Patria. San Martín
nada podía decir porque así había sido acordado y porque justamente, el éxito
de la misión, dependía del más riguroso secreto. Sólo Pedro y el General
conocían la verdad. Los hechos se sucedieron cómo todos conocemos. San Martín
batió en Chacabuco a un disminuido ejército real y entró en Santiago. Pero pudo
no haber sido así. La batalla de Chacabuco fue tan encarnizada que en un
momento dado el mismo Libertador hubo de entrar en combate. De haber muerto en
acción, a su tumba también hubiera ido a parar el secreto y Pedro Vargas de
seguro hubiera sido fusilado por la espalda en la Plaza de Armas de Santiago.
La realidad fue que rápidamente el General hizo pública la misión acordada con
Pedro y cumplida a cabalidad, sin
embargo, no pocos creyeron que el gesto era un acto de magnanimidad del
Libertador más que hacia Pedro, destinado a lavar el buen nombre y la fama de
su familia.; eso era en extremo crítico. La tercera campaña al Alto Perú de la
mano Arial de San Martín, por otra parte, luego de la
derrota patriota en Rancagüa, el ejército real, fuerte de más de ocho mil….
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