martes, 14 de febrero de 2017

CUENTOS VIEJOS


SORPRESA Y FURIA.
La mujer se desplomó en el sillón del salón, con furia incontrolable.
            Pensó en Álvaro. Lo amó apenas lo conoció. Era inteligente y con un humor admirable. Buen deportista, todos los días, desde aquel, al amanecer la buscó para salir a correr alrededor de las canchas de golf del club. Su carácter era algo introvertido y poco comunicativo, pero alegre. Le trastornó la vida. Destruyó todos sus planes. Ella pensaba en vivir eternamente sola, sin pareja. La soltería era perfecta. Un día de invierno, llegó envuelto en una larga gabardina de cuero, debajo, escondido, traía varias docenas de orquídeas, una botella de champagne y un diamante. Un beso apasionado selló el amor.
            Pasó dieciocho años de felicidad y ternura. Nada empañará ese tiempo, pensó. Ahora todo era una catástrofe. Esa llamada telefónica, la dejó, en primer momento, atónita y después sumida en una ira indescriptible.
            Furiosa, se bañó lentamente. Buscó su mejor vestido. Usó medio frasco de Channel Nº 5 y se adornó con aros de brillantes y el diamante que le diera Álvaro, en su boda. Tomó las llaves del coche y partió. La cita era en la confitería del club, a las 19 horas. Quiso llegar tarde. Ella era una reina que se daba el lujo de recibir a una extraña en su territorio. Cuando llegó, vio el auto gemelo al suyo, de color gris, junto a la puerta y la ira fue en aumento. Álvaro le compró un auto igual al suyo, se dijo. Seguro era una mujerzuela.
            Entró pisando fuerte. Varios rostros se volvieron para mirarla. Fueron, luego, abandonando el lugar. Quedó ella y en una mesa alejada, una mujer y una niña de alrededor de catorce años. La adolescente la miró con odio manifiesto. La extraña la miró casi con ternura, sin resentimiento. La invitó a sentarse junto a ellas y sin mucha ceremonia dijo:
-          Me llamo Marcela, y esta es mi hija Azul.
-          Bueno, señora, acá me tiene. ¿Qué quiere?
-          Deseo que conozca que Álvaro tiene cáncer. Sería importante ayudarlo y comprometernos las dos en su tratamiento.
-          ¿Cómo? ¿De qué habla?¿Qué le sucede a mi esposo?
-          Tiene un linfoma sub-dural, que abarca parte del parietal derecho. Los médicos creen que pronto, si no lo pueden operar, después de la quimioterapia, quedará ciego. Puede morir.
-          ¿Cáncer, Álvaro tiene cáncer?
-          Parece que nos ocultó todo. Hace unos días, cuando llevaba a Azul a hockey, se descompuso. La nena, me llamó y lo llevamos a una clínica especial, según aconsejó el doctor Thomas.
-          Si, lo conozco, al menos a él, lo conozco. Pero no supe del ataque; no me dijo nada de su problema.
-          No la quiso preocupar.
-          ¿No cree que es peor así?
-          Bueno, siempre la protegió de todo.
-          Incluso de ¿Ustedes? Marcela y Azul, ¿Qué papel ocupan en la vida de mi esposo?
-           Soy su amiga, bueno, es difícil decirlo. Su amiga y la madre de sus hijos. Los que no pudo darle, señora.
-          Nosotros no quisimos tener hijos.
-          Usted, señora. Álvaro soñaba con tener hijos, muchos más de los que yo pude darle. Aparte de Azul, está Álvaro Jr., que cumplió 16 y no vino hoy.
-          Nunca imaginé esta historia.
-          Sí, yo sabía que no conocía nuestra existencia; que ignoraba la verdad. Los chicos y yo, aceptamos siempre un segundo plano, pero ahora todo cambió.
-          Y, ¿qué dicen los médicos, los especialistas, de la salud de mi esposo?
-          Tiene que probar drogas muy fuertes y tal vez, pasar por cirugía. Será muy difícil. No saben cómo quedará.
-          ¡Es horroroso! ¿Y usted cree que yo voy a quedarme así?
-          Señora, no puedo decirle que hará sobre su problema de personal, pero tiene que ayudarlo. Le ruego serenidad.
-          ¿Él sabe que nos hemos reunido?
-          No, La gente se retiró cuando la vieron entrar. Todos conocían que los chicos y yo existíamos en la vida de Álvaro, la única a la que se le ocultó, fue a usted, para protegerla y que no sufriera.
-          No me protegieron de la murmuración, de la burla y de la humillación.
-          No es nuestro problema. Ahora queda en sus manos la salud del padre de mis hijos. Ellos llevan el apellido del padre, y ha dejado sus papeles y su A.D.N. en manos de su abogado para cuidar sus destinos.
La ira se fue transformando en dolor. La mujer había envejecido mil años en pocos momentos. No encontró lágrimas en su corazón. Tampoco respuesta a su duda. Sobre el mantel, en la mesa, dejó tirada su alianza y el diamante que le diera Álvaro el día de su boda.

  

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