RECUERDOS IMPERDIBLES.
La
ambulancia se detiene frente a una casa humilde en un barrio tranquilo, deja
sólo las luces intermitentes que iluminan en rojo y azul la fachada derruida.
La mujer que desciende del vehículo, prácticamente arrastra el maletín médico.
Su cuerpo agotado insinúa un profundo ensimismamiento. A su lado, el chofer,
con una radio pegada a la oreja, disfruta un partido de fútbol al que no puede
asistir.
Cae
la tarde, con su mantilla fibrilante de insectos ruidosos. El húmedo calor sofocan
al crepúsculo. Un suave golpe en la puerta cancel, transpuesto el zaguán,
pasando la sala de recepción, una lamparilla dibuja la alcoba sedienta de vida.
Semiadormecida
yace la solitaria anciana. Abre los ojos lentamente, perezosa y ávida de
recibir amigos. Una sonrisa juguetona desdibuja el silencio. Estira el brazo
fuera de la primorosa colcha tejida que tapa su cuerpo debilitado por los años,
mientras pronuncia palabras de tierno reconocimiento a la pareja de
profesionales.
La
médica le toca amablemente la frente, sin mirarla y se desparrama en una hamaca
junto al lecho de la enferma. La joven Valentina, no tiene fuerzas para hablar.
El chofer ensimismado con el partido se aparta de la mujer. ¡ Está tan sola!
Pero la doctora, que por la mañana ha recibido la sentencia de divorcio, tiene
un bloque de cemento en el corazón y no habla. No puede, el ancla que se clava
en la garganta le impide sentir su corazón herido. Sólo siente el débil corazón
de la anciana.
Como
ausente comienza con las preguntas de rutina, que anota en la carpeta, mientras
asoman a sus recuerdos los brazos otrora amorosos de Ramiro, su ex esposo.
Recuerda cuando por las escalinatas de la facultad la elevaba en sus brazos
haciéndola volar como a un pájaro libre, vueltas y vueltas. Su risa fuerte. Sus
besos calientes. Recuerda el nacimiento de Natacha y Franco, sus pequeños
hijos. Recuerda la boda. Recuerda, recuerdos que le van achicando el pecho. Una
lágrima sutil se desliza por su rostro cansado. Ha estado de guardia setenta y
dos horas continuadas. Los niños con su madre hoy, ayer con la otra abuela. La
casa, cuando regrese estará tan fría como su alma.
La
enferma, observa todo con estupor y sufre. Los ojillos empequeñecidos por la
pena que comparte sin palabras. Las cataratas tamizan las sombras, pero su
espíritu ve la soledad de Valeria. Entonces le toma la mano, que se detiene en
su ir y venir de médica. Automáticamente le sonríe y con sus manos artríticos
le señala un álbum en el anaquel de la biblioteca.
Tito,
el chofer, le alcanza el preciado volumen. Al abrirlo, una minuciosa pegatina
de recortes de periódicos le muestran el acopio amoroso de la anciana. Tienen
fecha. Algunos son de Los Andes, otros del Mendoza y los más antiguos del
diario La Libertad.
También hay algunos del diario Uno. Valentina se sorprende y
Tito se acerca para mirar.
La
mujer busca con ansiedad entre los recortes y les muestra fotos. –“Son de la
época en que en los periódicos, se podían leer buenas noticias. Ahora sólo se
comunican desastres, muertes, asesinatos y robos. Estos eran de 1956, cuando
con mis alumnos de la escuela, ganamos el viaje sanmartiniano, y este es de
cuando vos, Valentina te ganaste la beca Calle.¿ Te acordás cómo te ayudé, para
que fueras la mejor? Tu padre estaba muy enfermo y no ibas a poder seguir la
escuela. Mirá, acá en este recorte está
la medalla de oro que sacamos con el proyecto de vacunación en la campaña.¡ Me
acuerdo la carita de los niños entre las viñas, tratando de escaparse por el
miedo! Y este recorte es cuando te recibiste de médica. Tu boda. Allí te
perdí. Pero un día regresaste.”- las manos temblorosas recorren las páginas
con ternura.
Valentina ha quedado sin habla. Mueve las páginas del
álbum y se encuentra con la vida de cada uno de los chicos y compañeras de la
primaria. Mira los anaqueles de la biblioteca y observa por primera vez, que
hay decenas de álbumes iguales.
Tito saca otro y se encuentra la foto del actual
gobernador, y del jugador de Gimnasia y Esgrima que él admira y sigue
encontrando vidas. En cada recorte de diario hay un retazo de historia de la
ciudad ajena que pierde su memoria en desvergonzados olvidos.
-¡Mire,
doctora, la maestra ha guardado toda la historia de sus alumnos. Pero es
cierto... se corta en... ¡ –“¡Estos tiempos, en que sólo se conoce lo feo de
la vida, lo que empaña la esperanza de la gente, la falta de recursos para la
educación, el hambre”! - se acomoda
la anciana en su lecho y continúa - “ Antes, y no hace mucho tiempo, era
noticia un joven que lograba hacer carrera, un becado, un artista que
descollaba o un muchacho decente que ayudaba a la gente. Ahora sólo es noticia
lo dramático y feo. Y todo pasa rápido y se olvida. Como se olvidarán de mí, y
también de ustedes, que día a día hacen milagros para llegar a los pobres que no
tenemos posibilidades de ir por nuestros propios medios a curarnos. – se ha
agotado en su charla. Penetra entre ellos el silencio agudo de la meditación.
Espontáneamente Valentina abraza a su antigua maestra, a quien había olvidado.
Se disculpa y sonriente le promete regresar cada vez que pueda, pero no sólo
para controlarle la presión sino para hablar de los viejos tiempos. Tiempos que
ha perdido y que la prisa de estos tiempos le han impuesto a su vida. Piensa en
los niños. Se detiene tan sólo a darle una receta. Disculpándose, la rompe y
promete traerle los medicamentos. Otro abrazo y una despedida cargada de afecto
y de recuerdos. Sus hijos la esperan y ella tiene algo importante que
contarles, recuperó un retacito de su vida.
¡ Qué lástima que no guardó los diarios en su época!
-¡
Valentina llévate el álbum de tu vida yo ya no lo necesito! – dice la
anciana y recuesta su cabellera blanca sobre la almohada. Seguirá soñando con
ellos, sus hijos del corazón, que en cada recorte de periódico atesoró por
años.
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