COQUITO LÓPEZ, MAJO.
La puerta del comedor brillaba con el brillo de su traje
blanco. Tan majo como el mejor. Zapatos de charol negro y cabellera gris plomo
que caía con sorpresa sobre los hombros fuertes. Una camisa negra de cuello de
puntas largas y un anillo de oro con piedra en cada dedo meñique. Coquito
López, dijo y una extraña reverencia me hizo sentir princesa. El salón
arreglado para un suceso descollante. ¡Una boda,- me dijo- y su sonrisa franca
cabalgó entre los dientes muy blanco y coronados con un pequeño diamante!
Un
guía de esmoquin y delantal de lienzo, nos ubicó en una mesa escondida entre
otras tantas. Éramos extranjeros en el mundo comunitario de ese pequeño pueblo.
Estábamos como ladrones de felicidad ajena y nos trataron de soberanos, dueños
tal vez de un día de sueños de los jóvenes del pueblo. Yo me sentí espía,
atisbando la comarca de otro reino. El poderío de Coquito López, el Maestro de
Ceremonia. Su traje blanco con cadenas de oro, fulgurando sueños de Gran
Maestro de un ámbito de monarcas imperiales. Se acercó a nuestra mesa y con
galante finura preguntó -¿Quiénes son ustedes? Sus nombres, para nombrarlos en
esta boda en la que participan por ser forasteros en viaje.- y partió con paso
firme a tomar un micrófono desde donde partía la música bailantera.
Toda
Córdoba brillaba en ese salón de fiesta. Iba ingresando gente que nos miraba
sonriente. Curiosos nos saludaban y Coquito esperando a la pareja que venía
desde el templo a su festejo. Nosotros tratando de pasar desapercibidos, en un
rincón en que flotaban globos, comíamos el menú exquisito. De pronto Coquito
nos llamó por el nombre... y todos se volvieron a vernos. Éramos los foráneos
en el único restaurante del pueblo. Cansados de atravesar kilómetros parecíamos
un casal de astronautas que han perdido el rumbo. A pura sonrisa y manos que
arremolinaban el aire saludamos con ternura a la joven pareja.
La música
estalló y los aplausos a la nueva familia. Ella con su precioso vestido blanco
y el velo de tul abrazaba el espacio en un vals precioso. Él, con traje oscuro y zapatos lustrados parecía un delfín de reinos distantes. Dejó la novia su ramo
de flores perfumadas y él, dejó la libreta de esposo recién confirmado por un
hombre de Dios.
Luego de pagar sin hacer muchos movimientos, nosotros dos, salimos deslizándonos para dejar el lugar y Coquito que atento nos vio en la
escapada, pidió un aplauso sonoro para “esos viajeros” invitándonos a un
próximo encuentro.
Aun resuenan
en mi memoria los elogios del “Maestro de Ceremonia” en ese inesperado
encuentro.
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