martes, 21 de febrero de 2017

MAESTRO DE CEREMONIA

COQUITO LÓPEZ, MAJO.
           
            La puerta del comedor brillaba con el brillo de su traje blanco. Tan majo como el mejor. Zapatos de charol negro y cabellera gris plomo que caía con sorpresa sobre los hombros fuertes. Una camisa negra de cuello de puntas largas y un anillo de oro con piedra en cada dedo meñique. Coquito López, dijo y una extraña reverencia me hizo sentir princesa. El salón arreglado para un suceso descollante. ¡Una boda,- me dijo- y su sonrisa franca cabalgó entre los dientes muy blanco y coronados con un pequeño diamante!
            Un guía de esmoquin y delantal de lienzo, nos ubicó en una mesa escondida entre otras tantas. Éramos extranjeros en el mundo comunitario de ese pequeño pueblo. Estábamos como ladrones de felicidad ajena y nos trataron de soberanos, dueños tal vez de un día de sueños de los jóvenes del pueblo. Yo me sentí espía, atisbando la comarca de otro reino. El poderío de Coquito López, el Maestro de Ceremonia. Su traje blanco con cadenas de oro, fulgurando sueños de Gran Maestro de un ámbito de monarcas imperiales. Se acercó a nuestra mesa y con galante finura preguntó -¿Quiénes son ustedes? Sus nombres, para nombrarlos en esta boda en la que participan por ser forasteros en viaje.- y partió con paso firme a tomar un micrófono desde donde partía la música bailantera.
            Toda Córdoba brillaba en ese salón de fiesta. Iba ingresando gente que nos miraba sonriente. Curiosos nos saludaban y Coquito esperando a la pareja que venía desde el templo a su festejo. Nosotros tratando de pasar desapercibidos, en un rincón en que flotaban globos, comíamos el menú exquisito. De pronto Coquito nos llamó por el nombre... y todos se volvieron a vernos. Éramos los foráneos en el único restaurante del pueblo. Cansados de atravesar kilómetros parecíamos un casal de astronautas que han perdido el rumbo. A pura sonrisa y manos que arremolinaban el aire saludamos con ternura a la joven pareja.
La música estalló y los aplausos a la nueva familia. Ella con su precioso vestido blanco y el velo de tul abrazaba el espacio en un vals precioso. Él, con traje oscuro y zapatos lustrados parecía un delfín de reinos distantes. Dejó la novia su ramo de flores perfumadas y él, dejó la libreta de esposo recién confirmado por un hombre de Dios.
 Luego de pagar sin hacer muchos movimientos, nosotros dos, salimos deslizándonos para dejar el lugar y Coquito que atento nos vio en la escapada, pidió un aplauso sonoro para “esos viajeros” invitándonos a un próximo encuentro.

Aun resuenan en mi memoria los elogios del “Maestro de Ceremonia” en ese inesperado encuentro.

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