Tenía siete años. Me sentía la chica más fea de la clase. Era delgada como una aguja de tejer, no comía porque nada me agradaba. Ojos grandes y nariz enorme. Cabello ralo y corto como de un varón inexistente. Todas en la casa éramos mujeres, bueno, niñas. Mi madre exigente y autoritaria como toda mujer del siglo veinte. Mi padre siempre trabajando, sin descanso. Con cinco hijas era difícil traer dinero para que cada una tuviera lo necesario.
Nunca se festejó un cumpleaños, ni navidades, nada era especial, sólo el estudio era importante.
Libros había y muchos. Por eso leía tanto y soñaba como sueñan los poetas y narradores. En el patio de mi casa habitaban las princesas y los dragones, los gigantes y enanos, los animales salvajes y hasta un hada. Ese era mi refugio y mi remanso.
Cuando me hice grande descubrí que mis sueños, sólo eran sueños. Salí a trabajar y allí comprendí que debía aceptar el maltrato de los que me mandaban o eran incluso mis iguales. ¡Se reían de mí! Era tan fea y tonta... hasta que un día ocurrió algo inesperado... se produjo un incendio en el negocio y saqué uno a uno a cada compañero de entre los escombros ígneos. Y fui considerada un héroe. me dieron hasta una medalla y un ascenso. Y uno de los dueños del negocio me ofreció pagarme los estudios y hoy como médica rural, soy feliz. ¡Y de alguna manera lo que soñé en el patio de mi casa me ha sucedido... se cumplieron alguno de mis sueños!
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