ENCUENTRO EN PARÍS
Conocí a Erasto Van Heink en el
departamento de Jean Dorien. Esa noche la Rue de Mortinot estaba tranquila a pesar de ser
un día de fiesta. Varios escritores, algunos pintores y artistas de teatro se
juntaron para beber champagne y comer bocadillos de paté y quesos. Supe que Erasto
ama los bocaditos y el queso francés. Yo también.
Mi memoria me llevó a recordar a
este hombre en la época de su juventud, cuando actuaba en la ópera en Milán,
Frankfurt y por supuesto París.
Era un verdadero exótico y su
pertinaz silencio, lo convertía en un personaje misterioso. Vestía ropas fuera
de moda, que su sastre sacaba de antiguos figurines y patrones del siglo XLIII
y XIX. Era calvo por tanto maquillaje que usó durante su época dorada en el
teatro, pero usaba pelucas y sombreros que acentuaban su peculiaridad.
Se sentó junto a mí. No me saludó
ni me miró. Tomó su copa y acarició el lujo del cristal con una mirada extraña.
Yo supe por comentarios que siendo joven tenía la costumbre de romper la copa en
que bebía después de acabar la bebida. Locuras de excéntricos.
La tertulia comenzó con charlas y
reflexiones sobre la guerra silenciosa de oriente y occidente. Jean, se mostró
molesto cuando se elevó el fervor de la discusión y le pidió a Maggi Perigault
que leyera sus últimos poemas. Una verdadera fiesta para el oído. Buen gusto,
perfecto idioma y justa cualidad en su obra la hace una magnífica poeta.
Erasto Van Heink se movió de su
asiento para sacar el violín y comenzó a jugar con una suave melodía de Paganini.
Era una cortina perfecta para la poeta. Cuando me tocó leer, escuchó en
silencio y luego criticó ferozmente mi trabajo. Le discutí algunas falacias que
expresó, pero no quedó ninguna duda del desprecio que sentía por la gente
joven. Luego de solicitarle que mejorar mi poesía, lo insté a una
interpretación de los poemas de Maggy. Todos esperaban la opinión pero no quiso
darla. Enmudeció. Observé que le molestaba como fraternizaban Jean con Félix
Ruiz y Roco Petrelli.
Se notaba que sentía celos. Como
homosexual había tenido amoríos con Jean y ahora éste vivía con el español,
periodista y crítico literario, en Le Monde. También coqueteaba con un poeta
italiano que apenas hablaba francés y eso lo volvió más arisco. La envidia y
los celos lo hirieron, no pudo hablar sino con acritud de todos los escritos
líricos de hombres y mujeres presentes. Ante la insistencia de Jean tomó el
violín y comenzó a ejecutar una obra poco conocida de Nicoló Pagannini. ¡Una
maravilla! A pesar de que sus manos artríticas ya no pueden realizar las otrora
proezas y filigranas con el instrumento, un valioso violín del siglo XIV o XV,
nos deleitó. Todos enmudecimos, escuchamos fascinados ese prodigio que envolvía
el ambiente. Luego al terminar con el arco rompió la copa de champagne y Jean dejó
escapar un quejido de espanto. Eran de un valor incalculable, pero él, sabía
que la costumbre no la había perdido con los años. Cada concierto y
presentación era una copa menos en el lugar donde cenaba o brindaba.
También un sonido gutural de su
ajada garganta rompió el mutismo en que quedamos porque sintió que perdía mucho
a su ex compañero. Maggy se disculpó y se fue a buscar un coche que la llevara
a La Ville Du
Partenon donde vivía al llegar a Francia. Algunos, nerviosos comenzaron a reír
nerviosos y otros vieron que lloraba y se corría el maquillaje blancuzco que
cubría sus arrugas y manchas de vejez del
rostro.
Allí recordé cuando papá, que
entonces era embajador de mi patria, nos llevó una noche de verano a la ópera y
lo vimos. ¡Ese hoy patético anciano! Era un “Divo”. Vestía una túnica muy
estrafalaria de terciopelo rojo, bordada en hilos de oro y plata, llevaba una
alta peluca blanca de forma medioeval con dos puntas, el rostro de blanco
mortal y ojos negros muy vampirezcos y las manos de uñas larguísimas y tan
blancas como las de un muerto. Era parte del Carnaval de Venecia. Era el
violinista inmortal por vampirismo.
Ese día gravé la imagen de un
hombre fuerte y magnífico, célebre y apasionado, pero ahora sus dedos
artríticos, garras doloridas apenas pueden con su violín. Me dio mucha tristeza
ver que viejo, solo y enfermo no podía con sus obsesiones y miedos.
Se perdió en la noche con su
antiguo coche por las negras piedras de París. Espero no saber nunca más de él.
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