Recibí en la alcoba enredada en el encaje
de mi almohada,
un latigazo blanco de ternura infinita,
y fueron las caricias
los suspiros dorados
las palabras silenciadas apenas,
con las cuales acarició mi piel.
y contorneó mi cuerpo.
Un ángel pálido estaba allí.
Recibió una poesía
de vino tinto, como ave fiel
al revolotear entre mis manos.
¡Sabor a damascos!
¡Aromas y susurros!
Aprecié
en el instante en que cayeron
sobre mi cuerpo
una cascada de besos.
Luego al clarear
amaneció en la alcoba
y ya,
el sol suavemente me envolvió
con poesías.
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