lunes, 19 de febrero de 2024

LOS CONSEJOS


El taller estaba en silencio. Por allí y por allá, una pieza de cuero o una herramienta descansaba su innecesario uso. Los cueros y los maderos apilados sobre caballos de madera de palma. Nada era como un tiempo atrás. Era maravilloso ver a los aprendices charlar y juguetear mientras el maestro Jalil, les iba enseñando cómo debían usar los tientos o apretar los moldes con las figuras de camellos y flores. Nada. No quedaba nada. Desde que tuvo que decirles que ya no se vendían esas piezas y no había más trabajo, el lugar se fue opacando, umbroso y frío. Silencioso y hostil.

Desde que llegaban las hermosas marroquinerías europeas; las manuales hechas en el taller eran dejadas de lado. Jalil, había heredado del abuelo la habilidad de manejar el pequeño negocio familiar. Su padre había sido enviado a una lucha contra ciertos grupos sediciosos y no regresó. El abuelo, encontró el paraíso de leche y miel, cuando supo que no iba a regresar su hijo de la lucha.

Jalil se sentó en un rincón, con los brazos abrazando sus flacas piernas y con la mirada disparando dolor como el polen de las flores. Su rostro de ojos oscuros era el reflejo de un ave queriendo escapar hacia el desierto. ¡Dichosos los beréberes del desierto! Ellos no tienen esta amarga invasión de productos extranjeros. Se negaba a soltar sus amargas lágrimas por ser un hombre de tierras ásperas marroquíes. Buscaba con desespero una salida.

Ingresó al taller Emir, el pequeño vecino. Su cuerpo contrahecho, cuya columna vertebral lo desdibujaba, encontraba la esperanza en cada paso que daba con dificultad. Se sentó en el piso junto a Jalil. ¡Tengo una idea, dijo! He conocido a un extranjero que sabe mucho de cuero. Es argentino, vive en las Pampas del sur de Buenos Aires. Vino a estudiar nuestro idioma, pero sabe mucho de marroquinería. Es agradable y me contó cómo su familia lidera tiendas, allá; con carteras, monturas y hasta zapatos y botas. Si te animas lo traigo y charlamos un poco. ¿Ya sé, con un buen té, podemos demostrar nuestra hospitalidad y seguro, se sentirá menos solo? Hace seis meses que llegó y ya habla bastante bien el árabe. Nosotros, le enseñamos nuestra rica lengua, y él, nos ayuda con este lío. Entonces mañana nos juntamos en el café de Mohamed.

El joven argentino, venía con un paquete debajo del brazo. Su rostro serio, rasurado y peinado con cabello muy corto, se veía a la distancia que era extranjero. Pero estaba dispuesto a acercarse a esos nuevos vecinos y colegas del cuero. ¡Hola, soy Jorge Alberto Morales, estudiante de árabe! Y saludó con una fuerte mano extendida. Me dijo Emir, que tienes algunos problemas con las mercaderías que entran de afuera. ¡Eso nos pasa allá, en mi país! ¡La gente cree que por ser europeo o chino o americano, es mejor... y qué herrados están! No hay como lo hecho en los talleres familiares. Mis abuelos trabajaron el cuero de vaca, toda la vida. En la pampa húmeda hay mucho ganado vacuno. ¡Acá veo más diferentes cueros! Eso es mejor, me parece, da otras posibilidades. ¿Cómo te puedo ayudar? Entró Emir con un dulce té y la conversación se disparó como un caballo por otros caminos. ¿Qué traes en ese bulto? ¡Curioso Emir miraba el envoltorio! Ah, es un regalo, ustedes son muy obsequiosos. Toma, amigo, es un sobre hecho por mi padre en Buenos Aires. Puro cuero de vaca, hecho a mano con tientos perfilados con cuchillos especiales, muy afilados.

¡Una verdadera belleza! Lo daban vuelta para ver defectos y no veían ninguno. Gracias por recibirme. ¿Qué necesitas Jalil? La charla se alargó con varios vasos de té. La noche se acercaba y Jorge tenía que tomar el autobús que lo llevaría a la otra orilla de la ciudad. Hablaron mucho y el consejo fue volver a las fuentes... los ancianos. Ellos saben mucho de lo que se puede vivir aquí.

¡Busca a los padres y abuelos del zoco! Invítalos a una ceremonia de té y pídeles consejo. Los ojos le brillaban a ambos. Era un atisbo de esperanza. Una pequeña luz, en esas enormes tinieblas en la que se encontraban la mayoría de los artesanos.

El fuerte olor a cuero y productos que usaban para trabajar tornó a ser más agradable... antes se percibía como veneno. Esperó el día y mandó a Emir para invitar a cada uno de los mayores y ancianos del zoco. Todos artesanos como él, pero con mucha experiencia. Quedaron, encontrarse un día entre las horas de las oraciones y atender los negocios que por exiguas ventas, no se podían abandonar.

En un café en la calle "La Alcazaba", se fueron juntando algunos ancianos. Allí esperaba Jalil y cerca en una esquina tras un árbol, Emir bis viciaba a los tenderos. Vino el dueño del lugar. Luego llegó en primer lugar Zair Bennis, anciano venerable que tenía una tienda de hojalatería y productos de metal. De altura imperiosa y barba recortada, prolija, su ropa de sereno color celeste y rayas blancas. La mirada profunda e inquisidora, enfrentó al muchacho que lo invitó a sentarse en un cojín. En la alfombra había quedado el servicio. Humeaba el agua para el té. Luego entró al rincón Ahmed  Sahssi, pequeño en tamaño cuya voz impedía  ser ignorado. Se sentó y estiró los brazos en señal de desespero. ¿A nosotros nos toca hacer que los talleres vuelvan a llenarse? ¿Acaso estamos predestinados? Se hizo un breve silencio. Llegó Rachid el carpintero con su ropa europea, con el rostro afeitado y sonriente. Parecía una mezcla de extraña figura, sacada de una de esos carteles que pegaban en los muros los soldados enviados por los franceses. ¡Y bien, si Alá, el Misericordioso nos ayuda saldremos de todo esto! Mira Jalil, recuerda los tiempos en que tu abuelo tenía el taller vacío. ¿Tú, quieres resolver en poco tiempo lo que nuestros ancestros hicieron en años? Comenzó una acalorada discusión. Cada uno daba su opinión elevando la voz sobre la de Ahmed, que vociferaba contra todo. ¡Calma, dijo el patrón! Ahora es el momento de tomar el té. Y comenzó a soltar el dorado líquido en los vasos de vidrio con bordes dorado. Emir se acercó y le dio un papel a Jalil, que puso frente a los ojos de sus invitados. Necesito vean lo que me han propuesto. El Imam me ordena que comparta con artículos europeos el negocio, pero nunca serán iguales a los que salen de las manos de mis muchachos... y hay personas que no conocen las largas horas que lleva hacer cada una de las piezas y herrajes de las monturas de camellos y caballos. Entró Jorge, el argentino y todos sorprendidos elevaron la vista. ¡Este joven, sabe mucho de nuestro tema! Su familia en argentina tiene el mismo oficio que nosotros. Escucharon toda la historia de las pampas. ¡Pero es tan lejos ese país que temen equivocarse!

No se ponían de acuerdo. Pero la opinión más justa fue la de Zair Bennis, quien puso un color de solidaridad y justicia. Jalil, si lo dice el Imam Tú, debes obedecer. Recuerda que es venerable y sabio. Nosotros te apoyaremos en lo que podamos. Eres muy joven y los tiempos cambian. Veremos cuando ya se vayan los extranjeros y sólo vengan a disfrutar de nuestra hospitalidad, buena comida y hermosos paisajes. Se dispuso a volver a su tenderete. Allí lo esperaba su familia. Abrazó con afecto al muchacho y le agradeció su humildad y el haber pedido consejo a sus mayores. También alabaron al joven argentino, por discreto y solícito. Le auguraron una excelente estadía.

Nunca imaginaron que con el tiempo, toda la sociedad se vería inundada de objetos variados de muchos países que ni conocían sus nombres, ni dónde quedaban. ¡Sólo Alá lo Sabe en su Clemencia y Misericordia; todos murmuraban, los comerciantes y habitantes! ¡Comenzaron a mezclar sus artículos con los que llevaban nombres de extraños lugares del mundo! Y así volvió la gente a vivir y a comerciar.

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