miércoles, 21 de febrero de 2024

OCTAVIA

 

                        Soñar es como enganchar tu carro a una estrella.

 

Te recomiendo que no vayas. Eres una persona muy ingenua. Cuando te conocí ya percibía en tus preguntas tu poca calle. Verte así vestida con ese traje antiguo y pobre, ese sombrero pasado de moda y guantes con algunos dedos rotos, no es tu mejor presentación. Tendrías que esperar. Cómo se te ocurrió irte de tu casa con tan poco. Ni otro par de zapatos, ni un abrigo y sin camisón. Digamos, que gracias a Selva que te dio uno que se olvidó una de las chicas, ahora duerme s bien decente. Mira Octavia, debes inventarte una historia creíble para los productores.

Creo que cuando vi al grupo del teatro allá en mi pueblo, se abrió en mi corazón una especie de pasión incontrolable de ser como esas actrices. El tren estaba en marcha y yo que había ido a pedirles una foto con la firma, le decían autógrafos, me enganché y subí al vagón y seguí allí escondida entre los bultos del carromato donde estaban todos los trastos de la obra. Ni me acordé de traer bolso con ropa o dinero. Robé de un plato que dejaron en una de las mesas del comedor, un pedazo de pastel y un pan. Cuando me encontró un empleado del ferrocarril, casi me echa a las vías, pero le dije que era menor y se mordió de bronca. Me puso en un lugar donde nadie me pudiera ver y se comprometió a dejarme llegar junto a los actores.

Y me decía que querés ser actriz, vamos pebeta, no das ni para laucha. Flaca como alambre, de pelo negro como cualquier chica del bajo, sin tetas como dios manda y encima sin un cobre. Yo te he mantenido porque limpiás bien la pensión sino, de patas en la calle. ¡Cuidate! Acá hay muchos tipos fuleros que te van a querer joder.

Mi mamá no sabe dónde estoy y no le pienso decir. Además apenas terminé sexto grado, no se mucho de letras y de cine. Una sola vez hicieron en mi pueblo una función de un film de Cháplin y en verdad, no entendí nada. Se comía los cordones de los zapatos como si fueran fideos y caminaba como un pato. ¡Una porquería! Pero el teatro me sacó del mundo y me llenó de magia. ¡Son maravillosos! Viví la historia como si fuera yo la que estaba allí, en brazos de un hombre hermoso y que me hablaba a la cara con emoción y amor.

Mañana te voy a teñir esos pelos que tenés en la cabeza, vas a ser rubia, porque los hombres del cine las quieren rubias, como las películas que viene de afuera. Vamos a buscarte en la parroquia de Santa Felicitas, ropa decente para que te puedas cambiar y zapatos de tacón. ¡Ah, y un sombrero como debe ser! Serás otra.

Así discurrían las muchachas en la pensión de mala muerte donde vivían. Casi todas venían del interior. Trabajaban en fábricas o en comercios de extranjeros que pagaban poco y mal, pero que les permitía soñar. La dueña de la casa, era una mujer bonachona, muy avara y viuda desde hacía varios años. Tenía, un hijo medio "bobo" y dos gatos mimosos. La pensión era el único sustento que poseía. Les hacía comidas baratas: sopa casi agua con color y algunos fideos que navegaban en el plato enlozado; un cuenco de tallarines con salsa rosada y de postre una torrija de pan viejo pasado por leche y algo de huevo batido, con miel. De vez en cuando les daba un trozo de carne al horno con papas fritas en grasa de cerdo. Y a veces una fruta. Pero para ellas era una maravilla.

Así, de un día para otra, Octavia se transformó en una preciosa rubia. Le consiguieron unos hermosos vestidos que le adaptaron a su cuerpo y dos sombreros nuevos, lo que no conseguían todavía era un buen abrigo. Pero una noche que fueron a una milonga, la Ivón, volvió con un tapado de piel, algo viejo pero abrigadísimo.

Le cambiaron el nombre. Desde hoy te llamás: Esmeralda. Tenés diciocho años y sabés cantar tangos... ¿Qué, dijo la piba?  Ya te pponés a estudiar y te sentás al lado de la radio de la doña, y cantás. Así Esmeralda comenzó su nueva carrera.

La vida tiene esas cosas que nadie se espera. Una mañana la escuchó cantar en una panadería un hombre que se tapaba los ojos con lentes negros, llevaba un sombrero bien encasquetado y tenía las solapas cubriéndole parte de la cara. Usaba guantes y un bastón con empuñadura de plata. Ella entre risas le cantaba a su amiga Ivón. Él la escuchaba atentamente y cuando se silenció le dijo: ¡Nena, mañana vas a la Radio Esplendida y preguntas por mí! Le dio una tarjeta y se marchó. Ella se quedó parada y sus rodillas parecían campanitas como se movían. La emoción la dejó muda.

¡Dale, esmeralda, ponete el vestido azul, ese sombrero con la pluma y los tacones! Yo te peino en alto, con un rulo como se peina Greta Garbo. Y usá un coche de alquiler para llegar a la radio. ¡Ni se te ocurra llegar en bondi o tranvía!

Allá fue con sus últimas monedas en taxi. Esmeralda parecía una actriz como las del teatro de ese pueblo del que escapó. Cuando entró y entregó la tarjeta, se miraron todos y la miraron con curiosidad. ¿El jefe había descubierto a una estrella? La hicieron entrar en una sala acústica y le pusieron un micrófono en la mano. ¡Cante! Ledecía un gordo con gafas de grueso vidrio. ¡Y cantó, como nunca cantó! Se apagó una luz roja y le dijeron que quedaba contratada. El jefe, la recibió en su oficina. ¿Cómo te llamas? Esmeralda... ¿Esmeralda qué? Pensó en el apellido de su abuelo materno. Connor. Esmeralda Connor. Está bien Esmeralda Connor, a partir de mañana te vistes bien y vienes de veinte y treinta a veintidós a cantar en: ¡Grande cantantes de Tango de Buenos Aires!

Ella se apresuró a preguntar: ¿Cuánto me va a pagar? ¡Ay, niña, cierto te pagaré... treinta pesos por día tres veces por semana. Son noventa semanales. ¿Te parece bien? Y se quedó callada... en su vida vio un billete de diez pesos. Sí, claro, mañana vuelvo, pero me pueda pagar lo de hoy, para comprarme otro vestido. La carcajada se escuchó hasta en la vereda. ¡Así me gusta , sos muy viva pebeta!

Esmeralda- Octavia, salió con los ojos envueltos en lágrimas. Caminó hasta el tranvía, subió y cuando miró por la ventanilla, le pareció que subía montada en una estrella luminosa que la dejaba sentada sobre la luna junto a un bello planeta.

Cuando llegó a la pensión la rodearon todas las muchachas y hasta el hijo Bobo, la abrazaron, ella había logrado triunfar en la gran ciudad.

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