martes, 13 de febrero de 2024

¿QUÉ QUERÉS CON ESE LORO?

 

            Escuchó la frenada de la chata del “Mingo”. Siempre terminaba el recorrido a las cuatro de la mañana. ¿Qué había sucedido ese día, si apenas se oyeron las once campanadas de la iglesia de La MercedLa Tona no tiene reloj, pero sabe por el sonido metálico de la parroquia cada hora, media hora y cuarto, que pasa el tiempo y tiene que terminar el alto de planchado para los patrones. ¡Algo pasó!

            El griterío de los vecinos alertan que hay un conventillo quemándose a dos cuadras. La Tona se persigna y eso que ella no es muy religiosa. Cree en Dios, en la Pilarica y algún santo pero toda esa cháchara de misas y romerías no le gustan. Allá en su patria, mataron muchos curas y monjas los “rojos” y muchos se lo merecían, otros no. Las viejas que cuidaba los enfermos y rezaban en los funerales, no eran tan malas como otras que corrían a los chicos cuando pedían “medallitas o estampas de santos”.    Siempre con esa de que no tenían ni un duro…y cuando abrían las iglesias había unas copas de oro o de plata llena de brillo. Su padre era un demonio hablando de ellos y blasfemaba. Su madre, pobre, siempre de rodillas le rogaba que no lo hiciera, que le mandaría un accidente o alguna maldad, el demonio. Pero él, no creía en eso. Hasta que un día golpearon a la puerta de la casa y le dispararon dejándolo sobre un charco de sangre muy oscura que se desparramó por las piedras de la callejuela donde vivían.

            Su madre se quedó viuda con diez hijos y mucha hambre. No le hicieron nada, vino Don Antonio, el patrón y se hizo cargo de su padre y de nosotros por unos meses, mientras conseguía sacarnos del pueblo. Así llegaron a la América. Allá se quedó Toñito, Andrés y Picurri. Las mujeres a Buenos Aires, a un conventillo y a trabajar de lo que viniera.

            Ahora se escuchaban las sirenas y los frenéticos silbatos de la policía, no podían con el fuego que se estaba extendiendo hacia el sur.

            Sintió el ruido de los tachos con agua y arena y al Mingo ayudando. Trajo una familia de rusos que se habían quedado sin nada, los trajo con lo puesto. Y la pena me achicharró el corazón. Me acordé de mi pobre madre cuando comenzó con la tos y la sangre. Escupía sangre. Hasta que la internaron y al poco tiempo murió. El médico me dijo que era por tisis y que esa “santa mujer” se había consumido casi sin comer para que nosotras comiéramos algo. Así fue que crecimos flacas y pálidas como los fantasmas, pero cuando conocí a Mingo, que trabajaba en la Feria Grande, comenzamos a comer bien y algunas de mis hermanas, engordaron tanto que hubo que coser ropa para ellas. ¡Qué porquería? Si, una marranería, porque no le conseguí novio a Dolores ni a Jacinta. Mingo que es un padre para nosotras, las puso a trabajar en unas casas muy grandes del norte de la capital y con cama y todo. Allí comenzaron a adelgazar y se pusieron mejor. En verdad que no eran feas. Dolores se casó con el lechero y la Jacinta sigue solterona, pero esa me parece que anda en algo raro con el hijo del patrón.

            Un alfeñique que la lleva a las milongas a bailar “tango” y ella contenta. Se viste con una ropa muy impúdica. ¡Si la viera mi madre, le daría de golpes…! La oyeran cantar… sabe todas las letras y se para como la Tita Merelo.

¿Me pregunto qué voy a hacer con esta gente? Abren esos ojos de cielo como si me los fuera a comer. Mejor les doy de cenar y un buen puchero les calma esa mirada de terror.             Mingo trae un cura de La Merced y él, me promete que los va a ayudar. Hay almas buenas, dice. Los mira comer y se le frunce el seño, claro, tenían un hambre como cuando estábamos en la aldea. Luego les habla en un idioma que yo, ni pá.

Salen con él. Y yo le doy unos billetes, pocos, son mi paga de la ropa que lavé ayer, para algo servirá. Me besa la mano, el hombre de ojos tristes y la mujer también intenta, pero yo la escondo y les digo chau. Lléveselos señor cura. ¿Adónde los lleva?

            Los manda por tren a San Juan una provincia del interior y me cuenta que es parecida a mi tierra. ¡Qué dicha! No hay como la tierra de una, pero el Mingo quiere vivir acá. El trabajo y sus amigos están en esta zona de conventillos. Escucho en la radio un tango. ¿Qué querés con ese loro? Y me doy cuenta que los que se fueron con el cura se dejaron olvidada la jaula con el loro… y ahora entiendo que canta igualito que mi hermana, la Jacinta.

  

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