Al Carloncho le “le sonaba “como un bombo en la cabeza, que tenia que
ser un creas en futbol. De chiquito se iba a la canchita del colegio de los
chicos grandes, se metía por una rotura que tenía el alambrado y practicaba
solo. No sabía que lo miraban desde adentro. Cundo llegaba a la casa todo transpirado
y sucio, su mamá al principio sacaba la chancleta y dale que dale en la cola.
Después bajo los brazos ¡Era de madera ese hijo! ¡Pero acertó que algún día podía
llegar a la primera!
A los doce años lo probaron en el club y asombrados, lo aceptaron. Cambió
su vida. La madre necesitó cambiar la comida y hacer una dieta especial. Toda
la familia estaba revolucionada, un día lo llevaron a la capital. ¡Lástima! ¡Tenía
apenas quince años y estaba en el banco en espera para remplazar a los
titulares!
Un día llegó. Sintió: ¡Cambia el 8
por el 11! ¡López el 8; desgarrado se retira del estadio en ambulancia! Vamos pibe,
demostrá que por tus venas hay sangre de crak. Gritaba el director técnico y la gente parecía hormigas a las que
le han revuelto el hormiguero.
El sol se escondió, una nube maligna agredió con una brutal tormenta. Diluviaba
y cayó granizo. Carloncho solo veía la pelota. Corrió, gambeteó, voló, hizo mil
piruetas y metió un gol, que le dio el triunfo al equipo. Nunca se va a olvidar
de ese comento. El griterío, los aplausos y el ruido de mil cornetas eso era la
fama, el abrazo de sus compañeros que lo revolcaban por el pasto mojado. De
repente el numero 5 del otro equipo se le tiró encima. Todo se oscureció. Una
negra noche sin luna se le metió en el cuerpo.
Dicen que ahora en una especie de silla mecánica, mira los partidos y
con la cabeza, que es lo único que mueve, dirige los partidos.
En club le hacen muchos homenajes. ¿Pero a él, de qué le sirven, si no
puede jugar nunca más?
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