viernes, 16 de febrero de 2024

UN CUENTO LARGO

 

LA LARGA HISTORIA DE LA FAMILIA NATUBA, ESCLAVOS QUE LLEGARON A AMÉRICA HACE TANTO TIEMPO QUE SE PERDIÓ EN LAS CRÓNICAS ESCRITAS.

 

1-

            Ya está lista. La lavé. La peiné. La envolví en su manta de paño con los colores que dispuso el anciano Isai Natuba. Eso fue hace como cien años. Nadie lo conoció. Ahora, todos piensan que nunca existió. Pero todos nos movemos al ritmo, que desde su fantasmagoría, él, imprime en nuestras vidas. Ya la pueden exponer para el canto y las ceremonias. Ella es

            Amarinda Bella, la mujer mejor cuidada en la ciudad, después de la primera dama, que vive en una casa alejada de su pueblo. Acaba de morir, sin embargo, una extraordinaria mujer. Mi abuela. Amarinda Natuba.

 Hablar de la legítima esposa del “Señor” Don Felisardo Lastenes Gómez Romero, eterno presidente de la República es imposible. Nadie la ve desde hace muchísimo tiempo. Es como un fantasma de tanto no ser vista, es como si sólo por nombrarla tuviera existencia real. En verdad de la dama nadie sabe nada. Nadie conoce el nombre de la señora presidente. Sólo anda por ahí una foto que según dicen es de mil novecientos treinta y tres. ¿Quién sabe? Tal vez sea cierto y existe. Ella era una hermosa actriz de cine en Paravará. Pero nadie habla de eso. El pueblo se calla. Yo también. Esa otra es la “Desconocida”. Ésta, mi abuela, era la novia visible del caballero. Pero todos miraban hacia el costado cuando el “jefe” la sacaba a pasear con su largo cabello negro cayéndole sobre los claros senos opulentos y sudorosos. En el auto rojo que brillaba al sol o a la luz de la luna llena, sobresalían los ojos de la mujer más codiciada de la región.

            La mortaja la hizo la señorita Libia. Le acerqué el antiguo dibujo trazado con mano ágil de Isai Natuba, que amarillea en el aparador de caoba y palisandro. Lo trajo en uno de sus viajes, según contaba Amarinda. Costó encontrar esos colores brillantes, la textura en los paños y telas. Lograr, en pocas horas, bordados con todos los signos que están escritos en un idioma que ninguno de esta enorme familia entiende. Debe ser algún lenguaje esotérico. Isai Natuba era negro y su sangre, dicen, era más fuerte que la de un buey. La señorita Libia, sabe muchas cosas, pero sólo bordó cuidando en cada puntada, no distorsionar el mensaje. Si llegaba completo, ellos, los ancestros recibirán sin ninguna duda a la querida y bella Amarinda. Los espíritus son como los ángeles, se conocen entre ellos. Nosotros apenas vislumbramos a quien está frente a nosotros. Ellos en el otro espacio, el de los muertos, se miran y saben hasta el nombre y de dónde viene ese difunto. Por eso hay que ponérselo todo. Hasta los zarcillos de piedras de coral azul que usaba en el día que el caballero la robó. La sábana que guardaba con su sangre. Las trenzas que le cortó esa madrugada y los calzones de lienzo, amarillentos, por los años transcurridos. Además de la mortaja que bordó la señorita Libia, todo debe ser ubicado junto a ella.

            Ya llegaron varios llorones. Traen flores de jazmines y jacarandá. Van formando corolas entre cruzadas. Por todos los rincones hay jofainas con agua clara bendecida por el “viejo barbudo” vestido de blanco que nos mira con extrañeza. Y nosotros a él. Pero cada uno en lo suyo. Él con su Dios y nosotros con nuestros mandatos familiares. No hay discusión.

            Un mestizo acaba de entrar con una enorme corona en forma de corazón, hecha con diamelas, en nombre del dictador. Toda la gente, espantada, se hace humo. Yo y el “viejo barbudo”, nos quedamos aquí, quietos, mudos. Agradezco con dos palabras o una, tal vez, el miedo no me deja recordar. El anciano, comienza a echar agua bendita y a ahumar con incienso a la muerta. Amarinda, se hubiera levantado para tirar por el alcantarillado esa blonda del dictador. Pero no puede. Yo no me atrevo y el monje tampoco. Ya fue preso muchas veces por hablar de las cosas malas que sabe del dictador. Lo apalearon. Casi lo matan, si no fuera por el mestizaje de los barrios pobres, ya estaría como muchos perdido en la selva.

            Suena la campana de ingreso a la hora del estado de “sitio” como dicen. Ya nadie puede andar por la calle, aunque sea un festejo de mortal en camino al infierno o al paraíso. Ahora nos quedaremos solas. Amarinda y yo, su nieta.

 

2-

            Este barco apesta y  la oscuridad me impide ver a los que han atado a mi cadena y a pesar de ello, distingo a los que por las diferentes lenguas hablan  Se quejan y pienso que si una vez al día nos dan agua en un balde de madera con olor y sabor a podrido me alcanza o cuando me tiran pan enmohecido me da nausea otras, a veces, me  sabe a cuzcuz a miel y a mango y otras es hiel y sangre y miedo y estos infelices les debe parecer pescado o manjares diferente a los nuestros Ellos parecen chinos o birmanos aunque nunca los he visto con luz y no puedo comunicarme El olor a mierda nos igualó enseguida porque no nos sacan a cagar afuera como se debe hacer con un hombre, soy un sometido que capturaron cerca del río Hago mi suciedad acá debajo de mis pies y tengo rabia Al principio olía a jengibre y ajo A madera y grasa y ahora el olor es el mismo a orín y mierda No me muevo para no tener desgarros en los tobillos donde tengo las argollas de hierro y las cadenas Los palos en que me ataron me hacen sufrir porque apenas entré me golpearon brutalmente. Caí replegado sobre mi vientre Herido Soy un hombre jefe y tengo mando allá en mi tierra Sólo abrieron un poco cuando entró un grupo de chinos o coreanos  pero no sé porque fue después de navegar un largo tiempo entre marejadas enormes y bravías

            Dormito cuando me sacudo con el traqueteo del barco y ya nadie solloza suplicando ayuda Yo tampoco nadie me escucha ni escucha a este puñado de muertos vivos y eso que hay mujeres Entiendo que debe haber hembras y niños por el llanto y los gimoteos Ayer sentimos que paraba el motor y que navegábamos en silencio porque debemos estar cerca de algún puerto o algún barco de bandera que debe haber avistado el nuestro Seguro es pirata como nos dijo el jefe Matamo Ombatu  que este navío debe estar con cuidando y nosotros también cuando uno sale de la aldea yo me alejé detrás de una cebra y me olvidé de lo que me dijo el jefe y mi padre cuando me iniciaron en la ceremonia de adulto y sentí el ruido de la caída de carpas y velas a las que ya estoy acostumbrándome y han  recuperado cuerdas y cadenas de amarre y se escuchan voces de otros hombres aunque lejanas y como bajo un trapo o el agua porque deben tener miedo que los ataque alguien como ellos atacaron en la orilla del río en la cacería en donde me encontraba con Ume Tomana tratando de emboscar una vieja presa para agregar al fogón en la aldea y ahora han abierto una de las puertas  y  entra un aire salobre y sano de mar limpio que me recuerda la vida en mi tierra y oigo gritos y también insultos en  idiomas que no entiendo como no entiendo qué hago acá todo lleno de gusanos y mierda pero siento palmas que golpean los infelices que ayudan al gran jefe del barco que entra con un hombre rubio alto y vestido con un trapo claro un látigo y trapos blancos que brillan como telas de araña en el frente de la panza y sobre la barriga magra y seca lleva una faja azul roja y blanca que se enrosca  y lleva apretado con sus dedos afilado llenos de sortijas de oro un pañuelo sobre la nariz ¡claro que  no puede respirar en ese ambiente de muerte y excrementos y sopesa  los músculos mustios de varios hombre y toca los senos y caderas de algunas mujeres y arranca tres niñas de los brazos de sus madres que gritan y yo sólo no puedo ni moverme para ayudarlas y reciben un latigazo en la cara después sale y oigo gritos en varios dialectos y he visto gente de mi raza de raza bantú de ojos pequeños y vientres abultados por parásitos y hambre y he visto mujeres semi desnudas atadas a hombres que casi ciegos les restriegan un miembro viril muerto para ver si aun respiran y uno que habla algo de bantú dice Macao y yo digo Pemba pero tengo la piel negra muy negra y él tiene la piel amarillenta casi verde como sus ojos aureolados de un salitre lagrimoso que me da miedo no será un fantasma pero es joven y pequeño de estatura pero bien fuerte se nota que ha sido  alimentado por su tribu y sus músculos han liberado empeño en las tareas aunque ahora ya las haya olvidado así escondido como estamos y no lo han visto y  por fin sale el blanco y cierran y en un par de interminables horas que han pasado el barco vuelve a navegar pero el aire se ha renovado un poco y han tirado agua hasta limpiar un tanto el sepulcro en el que viajamos a la nada. 

            Arrastrando las cadenas se acerca a mí y en su lenguaje gutural que no escuché nunca en mi aldea me trata de hacer comprender quien es ¿quiénes somos? ¿acaso aquí pertenecemos a alguien o algo? se ilumina una pequeña brecha en la madera y vislumbro la luna que brilla en la noche y sueño con la libertad y siento un estruendo y yo que soy un viejo pescador de mi isla sé que han chocado con arrecifes y es nuestra esperanza única  que esta madera podrida se desintegre y podamos salir para siempre de la tumba en la que estamos o tal vez vayamos a otra tumba la de la muerte pero a la libertad porque la muerte es otra clase de libertad. 

            Los golpes fuertes de madera astillada que oímos y los corales filosos han quebrado el casco podrido y en la brecha entra agua con espuma que duele en nuestras heridas y gritamos todos porque estamos atados y como no tenemos fuerzas y estamos tan doloridos tendremos una muerte segura pero se quiebra uno de los sostenes y nos deja medianamente sueltos y la chirona se agranda y me arrastra una ola junto a una pequeña mujer amarilla pero por influencia de los demonios que debe atraer su largo cabello negro se enreda en las astillas entonces me grita porque  debe sentir un gran dolor pero yo la tironeo y logro sacar mis piernas por el drenaje recién abierto y entro en un mundo oscuro y helado que  cubre mi cuerpo y mi mente se recalienta pensando en ese puñado de hombres y mujeres que arrastro con mis argollas y cadenas y siento apretada a mi piel que se abraza la hembra salvaje y que clava sus uñas afiladas en la piel de mi brazo que pierde sangre a borbotones entonces pienso en los peces que comen carne humana y no puedo detenerme por lo que nado mucho y me dejo llevar por el recuerdo de mis buenas pescas de ostras en Pemba y así es donde subo a la superficie y veo a los hombres que se dejan caer por todos lados desde el trinquete a la popa y desde el carajo hasta la cabina del jefe maldito y hay un amasijo de gente de todos los colores y sus gritos suenan a tambores de guerra porque es la Muerte que atrapa a  todos yo  apuesto que quieren huir de la Muerte por terror a los demonios.

            Mi compañera de miserias sigue como una anguila mi escape y el pequeño chino y una mujer de mi raza a la que está atado nos siguen y  dejan escapar de sus brazos un bebé y también huyen pero saben que el bebé flotará y lo matarán los arpones de los villanos que sobrevivan porque son brujos del infierno y hay que seguir nadando y alejarme hacia donde me lleve la corriente pero quiero separarme de los ladrones que han caído como cucarachas al agua y yo que estoy tan flaco pierdo una de la argollas de hierro que me sujetan a la cadena y me deshago de la otra y la mujer me estira sus pálidas manos plumosas y débiles para que la atrape del cabello y sigo sin espiar más porque no me detiene nadie y veo la luna que me  permite alejar y atrás de mí a otros que desgraciados aun no se han  sacado las grampas de hierro los miro como se hunden en la marejada igual sigo aunque la sal me quema yo sigo alejándome y se alejan cada vez más los que iban tras de mi cuerpo pienso que parecemos dos delfines fantasmas con linaje de estatuas de azabache y seda que huyen hacia una negra oscuridad pero agotado me dejo llevar por la corriente y cada tramo estoy más apartado de la maldad de los piratas y mi amiga la luna se va escondiendo entre los altos riscos y me invita a desentrañar una huída hacia sitios más seguros y yo siento el filo de los corales en mis piernas doloridas y hay un sinfín de peces que lamen mis heridas y picotean y succionan el líquido que sale de las entrañas de músculos y vísceras.

            Ahora tocamos con los pies la arena y hemos llegado al punto de la playa por eso corro y me sigue la extraña joven le escondo mi cuerpo entre las malezas pero se esconde junto a mí tiritando me avergüenza porque está desnuda y aterrada pienso como se siente sola y cuidadosamente nos alejamos internándonos en una extraña jungla de árboles sumergidos donde el griterío de los monos en la noche nos alienta a seguir hacia lo más profundo de los palmares que son parecidos a mi aldea pero nos caemos varias veces y estamos muy doloridos con los cuerpos heridos y muertos de frío por lo que cada pierna y brazo busca un breve descanso que creo no vamos a lograr si queremos escapar vivos por ahora de los malvados y veo en la penumbra una enorme gruta en la muralla de roca que nos enfrenta desde la playa y allí nos protegeremos por un tiempo breve no sea que cualquier rastro de sangre o marca de pisada pueda ser un enemigo que nos traiga al infierno de nuevo.

            Rendidos caemos sobre la arena seca y fría.

 

3-

            La Ñusta Kunty se acerca a la cabaña con una cesta repleta de frutos de mar y su contorneo atrae la mirada del negro. Una pollera de colores vistosos, su camiseta de fina lana de vicuña y sus trenzas, atadas por mil pompones de colores, atraviesan el mercado con aleteo de aretes y collares de conchillas brillantes. Isai Natuba sonríe con la blancura alborotada de sus dientes. La piel reluce al sol. Esa mujer que habla con los espíritus, es el sueño de Pemba. Ella, sabedora de sus encantos revolotea sus pollerones, frente a la mirada de los hombres y el odio de las mujeres. Fuma su cachimba con mezcla de tabaco y hojas de coca, la planta sagrada de los Incas. Callada la pequeña Ming Li, observa como siempre con una mirada de sometimiento. Sigue a su benefactor todo el tiempo. Callada cuida sus heridas y sus sueños. Ofrece su exiguo cuerpo al hombre, que desprecia con un corto manotazo en el trasero inexistente.

            Ñusta Kunty, la hechicera del pueblo, sabe que el moreno la codicia. Se lo dicen sus caracolas de colores iridiscentes  y sus runas. También las estrellas y el grito del pájaro burlador. Ella es la única que puede fraguar un amorío o deshacerlo con sus travesuras. Yuyos y animales que sirven para pócimas. Ungüentos con grasa de yacaré e iguanas, sirven para destrabar el sexo dormido de los hombres y mujeres. Curandera de almas y de cuerpos, Ñusta Kunty, desea abrazar el cuerpo fibroso del hombre silencioso que la sigue por el matorral y la espía cuando ingresa desnuda en la cascada del mítico manglar. Atrás, siempre la extravagante muchacha china. Muda, mira y observa el deseo contenido del liberto. A veces llora. Aprendió algunas palabras de ese extraño lenguaje de las mujeres kollas. Sabe que ese país, a dónde los llevó el naufragio y la huída, se llama Perú y tiene un mundo antiguo de historia infinita como su Macao lejano. Sabe pedir algunas frutas por su nombre. El chupe de pescado, el ña`Pancha picante y la olla de cocido cuzqueño. Tiene un miedo instintivo, que Isai Natuba la expulse de su lado. Duerme a los pies de la hamaca, en la estera que le ha dado el hombrote. Él, hace ceremonias religiosas en las noches de luna. Baila y canta con voz profunda y enajenada en algunas tardes de tinieblas. Son dos extraños que se unen para poder sobrevivir en esa jungla de desconocidos. ¿Enemigos? Quién sabe. Las piedras raras se hacen edificios perfectos. Hay templos de una religión de hombres vestidos de blanco, barbas grises y aliento a muerte. Llevan un símbolo trágico en sus cuellos flacos. Le dicen “curas” y los niños los persiguen jugando. Ellos no se dan vuelta a golpearlos, como hacen los chamanes. Los ignoran, como a ella. Sólo les dan unos pequeños palitos de azúcar cocido que reciben alegres y el griterío acorta la distancia que le ponen los grandes. Los ancianos los odian. Se les nota en el rostro crispado por los surcos de la piel reseca por el sol caliente.

            Ñusta Kunty, le regala a la muchacha, un pendiente con un pájaro cincelado en plata. Es un poderoso talismán para que se enferme y se muera. Ming Li, sin saber, lo acepta y le hace una guirnalda de flores blancas perfumadas para devolver la atención, como las que le ofrendaba a sus dioses lejanos. La hechicera se enoja por eso, un momento tal vez, y luego, decide hacer un amarre poderoso para el Moreno. Se lo entrega a la mujer para que lo coloque en el lecho del hombre. La mujercita, le pone el ritual bajo la estera al africano, ignorando que es un amuleto de amor. Pero éste, se despierta sudoroso y afiebrado. La bruja no es tan poderosa como cree. Los dioses de él, lo protegen aún, de mordidas de serpientes y arañas ponzoñosas. ¡Y de mujeres malvadas! En lugar de prenderse al malsano abrazo de la Ñusta, se amarra al cuerpo frágil de Ming Li y en insensato extravío la toma para saciar su sed de hembra.

            Inmutable, se despierta junto al cuerpo moreno que elude palabras. Pasa el tiempo y su instinto le dice que hay un niño en su vientre. Le acerca la mano al pequeño bulto que se mueve y crece. Isai Natuba, sorprendido sale corriendo hacia el mar y libra su cuerpo al agua que lo seduce con el frío, de ese océano helado, en el que han llegado después del naufragio. Ahí llama a sus dioses ancestrales. Llora. ¿Qué clase de ser vendrá de ese vientre pequeño de piel casi verde? Una mezcla hechizada de ave y humano.

            Ming Li, busca una india que se llama Charuma para que rompa cualquier embrujo. Esa extravagante curandera, le hace encontrar el camino y le entrega poderosos amuletos entre los que hay un manto tejido con maestría de artesana y dibujos que atraparían a la Muerte y la llevaría a un espacio de paz y regreso a sus ancestros en la aldea, a la que cada uno pertenece en caso de mala parición. Además evitaría cualquier enfermedad del “Mal de ojos” y otras dañosas artes de Brujería. Rituales antiguos y profusos del anciano sacerdote Inca le dan cierta seguridad. Sin embargo cuando llega el tiempo de parir, algo se interpone con su naturaleza e Isai Natuba busca ayuda en el hospital que tienen los blancos. El “cura” les brinda todo con delicadeza conquistando al padre novato. Nace un pequeño niño de tez chocolate y ojos rasgados. Un exótico bebé que atrae la mirada de todos. Lo llama Josué. Un nombre raro como el mismo niño. Al rato, nace una niña. Su piel de color amarillo claro sostiene unos enormes ojos negros. Se llamará Amarinda, dice el padre, con machismo incrustado en la sangre.

            Así crecen los niños, felices. Ñusta Kunty, les hace un sortilegio con mal de ojos y maldiciones; y como no se atreven a contar y temen tanto su influencia, deciden por esa causa, escapar hacia un país vecino. No es la primera vez que salvan sus vidas de la maldad de los demonios ajenos. El “cura” blanco los ayuda a cruzar la frontera y llegan a Bolivia. Allí, un sacerdote Jesuita, le enseña a Isai Natuba, un sin fin de remedios para curar el cuerpo y lo instruye en medicina nativa. El anciano, solicita que lo acompañe a su nuevo destino, un país donde según dicen los blancos, sobra el pan y la miel, como dice la Biblia. Parten nuevamente como eternos fugitivos. Ming Li, Josué y Amarinda, lo siguen entre cerros y montañas heladas, valles calurosos y ríos bravíos, el antiguo pescador africano vuelve a buscar la libertad. Ahora es un hábil boticario y médico lego.

            Pasa algunos años curando enfermos, asistiendo partos y ayudando a criar niños, Isai Natuba comienza a sentir que las fuerzas no le acompañan. Ming Li, busca en sus viejas recetas ayuda, pero no encuentra antídoto a los maleficios de los viejos brujos kollas. ¿Son tan poderosos? El anciano cura la sermonea, pero pueden más los terrores y la ignorancia. Además los calendarios han surtido efectos suculentos en sus cuerpos.

            Antes de dormirse a la luz de la luna, Isai canta a sus dioses atávicos y dibuja en un paño blanco una suerte de rituales extraños. Ming Li los guarda con cuidadoso esmero. Un día ella también se dormirá en los brazos de Josué, que se transforma en sacerdote cristiano; y es él, quien la envuelve en mantas que recibió en su peregrinar por las tierras atávicas de Perú.  Luego, parte para África. Viaja a Pemba.

            Amarinda Natuba, es la que hereda el mandato lejano de Macao y Pemba, sus ancestros. La mujer más linda. Médica y farmacéutica anciana,  que cura el cuerpo y el alma de su gente desde hace tantos años. La que transmitió su sangre y sus rituales mágicos a hijos y nietos. Ahora ya lejos transita el camino hacia el silencio. El pueblo la llora y gime por perder su madre ancestral.

La amada del dictador, amante esquiva de todo un pueblo. Mi abuela, hoy está dormida en la sala. 

            


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