viernes, 16 de febrero de 2024

REENCUENTRO

  

Cuando llegó a la puerta de la vieja escuela, se dejó sorprender por el deterioro. En realidad parecía que hubiera pasado mucho tiempo sin ser renovada su estructura, la pintura estaba llena de manchones grises y ya no existía el jardín que tanto le había costado a Gabina cultivar.

Tocó el llamador y esperó. Ruidos lejanos le hablaron de presencia humana. Un ladrido se adelantó a los pasos cansinos de una persona que caminaba lento entre las baldosas de las galerías. Era el mes de noviembre y ya comenzaría el ciclo estudiantil. ¡No entendía nada! ¿Qué había pasado en ese lugar?

Apareció un hombre de cabellos blancos, enorme bigote amarillento por el uso de pipa o cigarro, con una camiseta manchada y descolorida. Su gran vientre, parecía una mujer embarazada. De los flacos brazos, caía piel que se bamboleaba en el aire.¡debe haber sido muy obeso y ahora es más delgado! ... ¿Pero y esa panza? Bebe. Seguro que bebe.

Soy la nueva directora de la institución. Antes fui maestra de esta escuela. ¿Quiere abrir la puerta, por favor? Buenos días. ¿Su nombre y qué trabajo hace usted acá? Como una catarata salían las palabras de mi boca. El corazón estallaba en diástoles y sístoles. Me mareaba el olor a sopa de gallina que llegaba, en cuanto comenzó a abrirme el paso.

Gabina, maltrecha por los años, venía con un bastón por el patio del fondo, donde estaba su pequeña vivienda. ¡No imaginé nunca encontrarla! Estaba muy avejentada. Tal vez ella no me había reconocido. - ¡Señora Gardenia... cuántos años sin saber de usted! Perdone al Pancho, es que ahora vive conmigo. Cuidamos lo que  queda de la escuela.

- ¡Me sorprende en el estado en que está! ¿Qué pasó?- miraba para todos lados y sólo encontraba roturas, cenizas y destrozos.

- ¿No se enteró? Entraron una noche, me ataron de pie y manos, se robaron todo lo que servía y quemaron parte de las aulas, la dirección, el museito y la biblioteca. Era una pandilla de los alrededores.

Me quedé muda. No sabía si llorar y solamente atiné a abrazar a esa fiel mujer que había sido compañera cuando yo era maestra de segundo ciclo. ¿Qué había sucedido en nuestra sociedad, para que se quisiera destruir una escuela? Caminé asombrada por los lugares que aun parecían habitables. El perro viejo, se había echado junto al que fuera el mástil, donde todas las mañanas se elevaba la bandera y en la hora del sereno se arriaba. No quedaba nada. Un montículo de piedras y cemento roto.

- ¿Quiere pasar a mi casita? Me la tuvieron que arreglar. Quemaron los muebles y hasta se llevaron la estufa. ¡Gracias al inspector, me reconstruyeron el baño y la cocina!

Caminé hacia la vivienda y recordé otras épocas cuando la institución era el orgullo del barrio. Pero ahora tenía que trabajar mucho para reparar tanto daño. Un rato después, llegaron cinco docentes que sorprendidas miraban con dolor el daño hecho. Todas se propusieron que en pocos días haríamos el milagro de reconstruir el edificio. Una a una con sus hermanos y esposo, fueron trayendo materiales, pintura y madera. Se fue hermoseando el edificio y Pancho, el compañero de Gabina limpió, arregló el patio, el jardín y buscó un alto poste para izar la bandera.

Llegó en ansiado día. La escuela estaba hermosa. Esa noche, una enorme pira de fuego se alzó en el barrio. Una vez más, los delincuentes habían borrado la oportunidad de los pequeños de atravesar la ignorancia y la pobreza. ¡Habían vuelto a quemar la escuela!

Gabina y Pancho, esta vez no pudieron evitar al fuego. ¡Eran los héroes que con su amor trataron de impedir que la escuela se muriera!

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