lunes, 29 de julio de 2024

MENDOZA EN VENDIMIA

 

            Ha llegado marzo, aún no se terminan los días de lluvia que refrescan la ciudad y que hacen tanto daño a los frutales y a la vid.

Cada vez que el contratista atisba el cielo y ve nacer una nube gris plomizo, comienzan los preparativos ancestrales para "curar" la tormenta...¡"Viene el granizo"! y el murmullo crece con sordo temor contagioso. Allá van algunos jornaleros  con la pala o la azada llena de cenizas para exorcizar a la "enemiga" entre los surcos de los parrales hinchados de zumo en granos que revientan de vendimia.

En la ciudad comienza el trajinar de la gente: oficinas, escuelas, tiendas y fábricas se encuentran en un creciente empuje para la producción y la construcción de un país grande y próspero.

Las acequias cantan sus murmullos de aguas refrescantes y vivificadoras. Jóvenes

 mozas engalanadas de "Fiesta y Carrusel", comienza a inquietar las noches de guitarra y canto de tonadas en " Vendimia ". Todo es fiesta. Una antigua y renovada " Virgen de la Carrodilla " desplaza esperanzas de un año de vino nuevo por las calles adornadas de luz y algarabía pueblera. Se agolpan en la Vía Blanca los hombres, mujeres y niños recogiendo frutos de las manos juveniles de las muchachas. El vino es otro trofeo.

Llega la gran fiesta en noche de Reinas; resuenan  como rugidos atronadores las voces de los músicos y bailan los altos chorros de agua de colores acompasadamente junto a un puñado de danzarines y artistas. Ya comienza la esperada elección entre los gritos del público que alienta a las favoritas. Unas preciosas muchachas esperan anhelantes el voto final que llega con estrepitosos fuegos de artificio. Tenemos Reina de la Vendimia y el llanto y los besos y los periodistas que se esfuerzan por ser "el primero". Por un año el sueño alentador acompañará a un departamento que orgulloso mostrará sus logros en esa joven mujer, su reina.                    

 

UN DÍA EN LA VETUSTA CASONA DE LA CALLE DE LA CAÑADA


            Una suave brisa movía la arboleda  y los parrales del caserón y de la calle. La Jesús limpiaba unos candelabros de plata que le habían regalado a su patroncito unos patriotas chilenos. De pronto todo comenzó a moverse como si la tierra se despertara. Temblaba. La pobre criada salió corriendo en busca de Chiche.

            -Telemoto... tiembla, salga mi niñita que el diablo se despeltó de su sueño.- todos los habitantes de la casa salieron hacia lugares abiertos y seguros. La abuela Tomasa con Remedios estaban abrazadas..., ellas en Buenos Aires nunca sintieron semejante movimiento y ver que todos los adornos se caían junto con el crujir de postigones y puertas, las dejó mudas.

            No tardó en llegar al galope Don José Francisco, alterado por temor de que su familia hubiera sufrido algún desarreglo. Se apeó del caballo y abrazó a Remedio y alzó en brazos a la pequeña Merceditas. Guayaquil  en principio quedó desgarbado y rastreando en el polvo de la galería se acercó y lamió las botas de su dueño. Ni un sólo ladrido había dado el perro. Todo no pasó de un susto pero...

            - ¿Han escuchado qué sucedió en la calle de la Cañada ?, parece que los vecinos han tenido algunas pérdidas, el techo de la casa de los Maza se ha despachurrado - dijo afligido el soldado que acompañaba al gobernador.

            -¡Vaya urgente a ofrecer nuestra más directa ayuda!- contestó don José, mientras llevaba en sus fuertes brazos a la princesita e ingresó a su casa. Ella adoraba a su papá y con sus tiernos bracitos apretó su carita a la del hombre que olía a tabaco, a sudor humano y equino como a cuero . - ¡Chiche debe aprender a ser mesurada en situaciones delicadas, cuando tiembla no debe correr como un torbellino, sino buscar un lugar abierto y seguro!- aseveró el general.

            -¡ Ay, cuando volvamos a Buenos Aires, prometo ir a la catedral para hacer rezar varias misas a los difuntos de esta ciudad !- aseguró doña Tomasa, la abuela de Merceditas.

            - Yo quisiera estar allí muy pronto- dijo Remedios con un acceso de tos , que la obligó a sentarse y a tomar su medicina.

            -Bueno señoras, falta toda una campaña para que eso suceda. Ahora les cuento lo que me sucedió esta mañana...resulta que encontré a Lorenzo Zorraquín y el muy traidor no quiere ayudar a la causa de América, me saludó de tan mal genio que voy a tener que ponerle alguna pena. Yo soy atento, amable y sin ser ambicioso y sólo me interesa darle a esta provincia un poco de disciplina y cuidar su salud.-

            - ¿Tatita cómo se cuida la salud de un pueblo?- preguntó Chiche sorprendida, mientras jugaba con los botones de nácar de la camisa de su papá.

            - Hoy mismo he firmado un bando prohibiendo que jueguen en las calles de la almeda, ni pueden los parroquianos atar las riendas de los caballos a los palos que hay allí, sinó pagarán seis pesos de multa...-

            -Y eso Papito ¿ por qué? - dijo con extrañeza la pequeña y a coro toda la familia.

            -Simplemente así se evitarán accidentes y el guano atrae moscas y en Mendoza la peste anual de viruela consume una porción preciosa de buenos brazos que trabajen la tierra.-respondió el padre y esposo.

            -Yo recibí hoy a las esposas de los médicos que llegaron desde la capital, Don Juan Isidro Zapata y Don Anacleto García quienes vacunarán a todos los niños y personas que pasen por las parroquias.¡ Son encantadoras pero cómo se habrán asustado con el movimiento de tierra...! - señalando a  la Jesús le indicó -¡Corra a preguntar a sus mercedes si me necesitan!.

            La pequeña niña comenzó a hacer un berrinche para salir con la mulata. El padre enojadísimo se desprendió de sus brazos y la amonestó severamente.

            - ¡Esta pequeña necesita más disciplina, debe aprender a vivir con libertad pero respetando, con fidelidad las reglas de prudencia y modestia ! - murmuró - Ya escribiré algunas instrucciones para mejorar su educación. - y salió junto con su asistente, un joven granadero, que lo ayudó a montar y partieron rumbo al norte hacia el campamento del Plumarillo, tañían las campanas de todos los templos de la ciudad llamando al rezo del "Angelus". Remedios, Tomasa , Mercedes y todos los servidores se acercaron al altar familiar y comenzaron a rezar el Santo Rosario. Lentamente se escondía el sol tras los picachos de la Cordillera de los Andes.

La compra

 

Las prendas caían una a una sobre la alfombra mullida. En la superficie suave y rosa-viejo iban quedando sus hermosos zapatos como balsas naufragas en un mar de color pálido y distinguido. Todo era calmo, sosegado, era su pequeño mundo, conseguido con escondidas lágrimas de mujer sola. El perfume exquisito de jazmines y diamelas con un toque de violetas, creado para ella en París, se dispersaba por todo el ambiente y con cada prenda, que ella dejaba esparcida por el largo camino a su mundo íntimo.

Llegó al dormitorio tan sólo con su ropa interior de encaje y seda natural y las medias, como única vestimenta. Estaba sola. Nadie la podía ver. Se tiró desmayadamente sobre su enorme cama. Tocó el timbre para llamar a su Tahita, que llegó con su suave y cadencioso andar, de inmigrante oriental. Comenzó a ordenar cada prenda sin pronunciar palabras. Acostumbraba a  adivinar las necesidades de esa señora tan callada que la apreciaba tanto. Luego se alejó para prepararle el baño con sales y perfumes.

Con un suave gesto se incorporó y se acercó a la  cálida copa marmórea llena  de espuma,  en la que hundió su cuerpo, tratando de recuperar esa sensación de ser una persona. Todo tibio como el útero materno. Apoyó su largo y estilizado cuello en el borde y se fue adormeciendo. Pensó  en el terrible esfuerzo que le significó lograr la cuenta y la firma del contrato de "Mikade,  Diamond yCia.". Los interminables viajes, las agotadoras reuniones con acuerdos, las negocies de todo tipo en New York, Hong Kong, Tokio y Buenos Aires.

Salió del refugio suave, húmedo y cálido y se recostó en una esponjosa cama, para que Tahita, le hiciera los masajes, que le devolverían su total bienestar. No pensaba, trataba de disfrutar el descanso y el momento de relax. Con un dedo del pie, encendió el moderno aparato de música, que completaba su pequeño placer doméstico. ¡ Ah, Wagner, el Magnífico!.

El suave ronroneo del celular, la sacó del éxtasis. No quería atender pero ella era de las que no se podía negar al trabajo. Apenas escuchó una voz, se incorporó crispada. Con el brusco movimiento se cayó el frasco de esmalte de uñas, estrellándose y dejando una extraña mancha roja en el mármol del baño, parecía sangre. Saltó del espacio breve y comenzó a buscar prendas de vestir desordenadamente. Sacó uno tras otros los vestidos y así, los fue desechando en el piso. Luego de analizar varios, se conformó con un ligero chemisier negro, que había comprado en New York. Se recogió el cabello en un desordenado rodete, se sacó dos anillos, el de esmeralda y el de diamante que la acompañaban siempre y sólo se puso un pequeño reloj sin valor. Tomó un abrigo y una cartera, que no combinaban con nada. ¡ Ella que siempre lo estudiaba todo y salía en las gacetillas de modas como la mujer mejor vestida! Tahita la observaba sin preguntar ni comprender. Nada dijo tampoco.

Francisco, el chofer, la esperaba en la puerta con el Mercedes como siempre. Partieron. Sólo le pidió que la llevara a su oficina. Entró, casi sin mirar ni saludar al personal, que sorprendido, la seguía con la mirada inquieta. En el despacho, abrió la caja fuerte y extrajo una gran suma de dinero, que colocó en una bolsa plástica. Regresó al auto y le pasó a Francisco, su hombre de confianza..., un papel con una dirección garabateada en lápiz labial. El hombre, sorprendido, le miró por el espejo retrovisor, pero calló y salió en busca del lugar indicado.

Cerró los ojos y un sin fin de recuerdos se le agolparon en la mente. Sintió un agudo dolor y un gran éxtasis. Recordó... su boda con Sergio, un joven industrial italiano, que conoció cuando hizo su tesis en Boston. La luna de miel en Jamaica y el regreso a Buenos Aires. La noticia de su embarazo que los conmocionó. El nacimiento del pequeño Gastón. Los años felices de su infancia con tantos momentos especiales. La pequeña angustia de alguna enfermedad infantil. El Amor. La entrega de ambos a ese niño inteligente y vivaz...

            La muerte de Sergio, que víctima de un infarto múltiple, la dejó con un turbulento adolescente.  Un imperio apenas incipiente. Las permanentes salidas y viajes, los días sin poder hablar, los fueron separando. Un día desde Berlín, Gastón le llamó por teléfono, pidiéndole una fuerte suma de dinero y despidiéndose. Ella creyó que era un nuevo capricho del muchacho. No lo vio nunca más. Lo buscó muchos años, gastó mucho tiempo y dinero. Había desaparecido de le faz de la tierra.

            -Señora... señora... hemos llegado al lugar indicado. Lentamente bajó el negro vidrio del coche. En la vereda  vio una joven muchacha, que corría hacia el auto con una pequeña de la mano. La puerta se abrió bruscamente, le arrebató la bolsa con el dinero. Impulsó agresivamente a la pequeña hacia el interior del vehículo y corrió hacia una moto, donde un hombre la esperaba. Una brusca maniobra, hizo que se subiera la visera del casco y los ojos llenos de odio, de su hijo Gastón, se enfrentaron con los de ella.

Salió como un bólido impulsado por fuego del infierno y desapareció entre la muchedumbre.

La pequeña niña, sollozaba en sus brazos, aferrada a un sucio osito de peluche, viejo y roto. Acarició su cabecita y acurrucando a la pequeña, besó su suave cabello despeinado. ¡ Pobre inocente! Acababa de comprar a su nieta.

 

VIAJANDO HACIA EUROPA

 


            El aire frío del mar golpeaba sin pudor los rostros de los viajeros. Mercedes se pasó la lengua por los labios y sintió un sabor amargo y salado.

            -Tatita, usted no debe tomar frío, ya se lo ha dicho el médico no puede tomar más láudano ni el otro remedio que tomó mientras cruzaba la cordillera.- La jovencita arropó a su adorado padre y se acomodó con un libro junto a él, en una reposera de madera. Su papá dormitaba al sol, soñando tal vez con las ásperas rocas de Los Andes o con otro barco, el que lo llevó al Callao, a Perú.

            No tardó mucho en llegar el bergantín "La Josephine" con todo el equipaje a puerto, mientras la fragata "Le Bayonnais" un poco más lenta llevaba a nuestros queridos amigos: José Francisco, Merceditas, a la negra Jesús, la mulata liberta y a "Guayaquil" el perro de aguas de la corta familia americana. Durante todo el tiempo de ese inesperado viaje, ambos pudieron hablar de todo. Fue un tiempo precioso para recordar a su amada Remedios, muerta en Buenos Aires, mamita tierna y amiga y amor del general; también el padre relató sus hazañas en Chile y Perú. Sus contratiempos con Alvear y Monteagudo. Anécdotas increíbles.

            - Un día me enteré que me querían nombrar rey y coronarme, allá en Lima y ¿sabes qué hice? Los puse presos, a un caballero don José Ignacio de Ávila y a dos capellanes de un hospital Santa Ana y los declaré enemigos de las Américas, yo soy tan sólo el príncipe de la única princesa ¿Sabes quién es? La estoy mirando y don José reía con una sonora carcajada. Guayaquil ladraba con fuerza y la Jesús rompía en risas mostrando esos hermosos dientes blancos en su rostro moreno.

            - Papito, ¿ es cierto que en "Cancha Rayada " los godos fueron muy crueles con los criollos?- preguntaba Merceditas con curiosidad. ¿Y en Francia, tatita, podremos tomar mate? ¿Y es verdad que el convento donde viviré deberé hablar sólo en francés y que allí no hay niñas que hablen "la castilla" ? - y así mareaba a su padre con tantas preguntas que el buen general trataba de responder rápidamente.

            Cuando el gigante de Los Andes, se retiraba a su camarote para descansar, un dolor profundo llenaba sus interminables noches, había perdido a su esposa y había tenido que salir de su amada Patria. Mil preguntas se hacía sobre el futuro de Mercedes, pero la educación de su adorada Chiche en lo amorosos brazos de la abuela Tomasa, no era buena. Su pequeña era muy mimada por ella y toda la familia Escalada. Comenzaba a ser caprichosa e inútil, ya que la anciana no permitía que aprendiera todo lo que una mujercita debía saber, para ser una excelente esposa y madre, a su debido tiempo. La distancia entre Francia y Buenos Aires le darían  todo lo necesario para que fuera “Su Princesa”.

            El 23 de abril , llegaron a El Habre, el puerto era un hervidero de gente con ropas totalmente diferente de la que usaban los viajeros, hacía calor y se olía un desagradable perfume. Un desenfrenado ir y venir de personas intentando capturar la atención de los viandantes, los dejó atónitos. En medio de ese loquero encontraron al tío Justo Rufino, hermano mayor de Tatita y salieron entre los apretujones y el griterío. Se abrazaban con enorme emoción. ¡Cuántos años sin verse! Las noticias de América eran muchas y algunas sin fundamento, otras hablaban de heroicos hechos o tristes verdades.

            Después de recorrer la ciudad, conocer el paseo de"Ingouville" especie de feria o circo, la calle del viejo Palacio Real, la Catedral y otros importantes edificios, la infanta mendocina, supo que se iría a Bruselas, internada y que sólo vería a su amado padre los fines de semana. Lloró mucho, pero supo que la dulce mirada de su padre la acompañaría en el tiempo de educación. Un carruaje magnífico, tirado por seis caballos y con dos postillones y dos cocheros entró por la larga y sombreada ruta que los llevó al estricto colegio. El polvo del camino dejó una nube de color pardo y varios ojos llorosos que miraban hacia el mañana. Corría el año de 1825.

 

viernes, 26 de julio de 2024

ESTUPOR

 


Deletreo la palabra transgresora

la siento aquí

en mis vísceras calientes.

Me muerden las promesas

desplazando la cordura

y aparece una herida

que sangrante

me marca con furor.

Sola,

palabras,

promesas,

herida y sangre.

¡Y un millar de vergüenzas

y estupor que crece!

Miedo.

Dolor.

¿Amor?

y espero...porque tal vez,

tal vez mañana vuelva a verte.

 

 

MACRA, UNA HISTORIA DE SIRENAS Y DIOSES


                        Tengo que relatar esto, desde el principio, para que se comprenda. Mi situación actual es realmente confusa.

                        Fue Minerva, la diosa de la sabiduría, quien me envió una mañana  a un mensajero alado. Llegó él con una túnica hecha por las sibilas, fabricada con hilos de la seda de una araña del éter, cuajada de rocío. Esta prenda me confirió tres cualidades: intangibilidad, mutabilidad y clarividencia. Ni los dioses domésticos podían tocarme. Mi ser mutaba cuando las circunstancias lo requerían y podía observar a dioses y humanos con la misma facilidad de los demiurgos. Así partí a cumplir con la súplica de Jupiter y Minerva...tenía que ayudar a Venus a evitar al rudo Vulcano. Él, seguía con sus fuegos avérnicos a la bella esposa, impidiendo su felicidad con semidioses y héroes del mundo. Ella, la hermosa, escapaba de su furia y se mantenía escondida en los sembradíos cercanos al templo de las Perséfonas. Hasta allí viajé transformada en un cisne blanco. Aterricé en una fuente en la que el agua tibia calentó mis plumas. También mi corazón. Era un lugar maravilloso. Los faunos rodeaban a Venus con sus juegos y le daban en copas de ámbar, hidromiel. Pan, tocaba el pífano junto a Ceto, que con su lira de cristal armonizaba una canción mágica. Allí crecían olivos plateados y perfumados, vides maduras de color de atardecer y esmeralda. Ella la hermosa diosa retozaba tranquila. Noté de pronto un estremecer del suelo, era el fiero Vulcano que desde el averno, protestaba con sus terremotos, en la isla sagrada del Tirreno. Me transformé en un cervatillo de piel pálida y sedosa y me acerqué hasta el frágil cuerpo de la mujer enamorada. Entre las frondas apareció Marte, desde luego que la única que supo que era él, fui yo. Él, venía cabalgando en un unicornio azul, con su yelmo de plata. No traía sino su espada de cristal y oro. Dejó que el animal pacentara cerca de mí y así comprendí que era Ginés, el que engendra vida, semidiós heroico.  ¡ Comprendí la argucia !

                        Venus estaba desnuda , sobre una alfombra de musgo, parecía un ser seráfico. Su piel de alabastro tibio, sus pies con uñas de nácar levemente rosadas, sus senos pequeños y redondos como granos de uva madura...Él la besó desde el principio al fin y como unicornio de pétalos de rosas blancas la penetró en su fálico deseo. La tapaba el largo cabello de briznas de trigo y algas doradas. Nadie pudo ver ese instante de lujuria. Sentí de inmediato el trueno que Vulcano había derramado con furia desde el centro mismo de la tierra. Júpiter se presentó ante mí, transformado en un Tigre Negro de mirar profundo y Minerva voló rauda con su plumaje de Lechuza Real. Allí se había engendrado un dios, un semidiós o un mortal heroico.                  

            Me alejaba del tálamo nupcial de los dioses, transformada en ave de plumaje suave. Ya mi misión se había cumplido. A pesar de lo cual amamantaba al niño en las noches en que los amantes se olvidaban de él.

                        Júpiter me transformó en sirena, enojado por mi amor al niño. Minerva no quiso molestar al dios del trueno. Se alejó sin siquiera hablarme.

                        Ahí comenzó mi desdicha. Los dioses se olvidaron de mí. Minerva, distraída como toda erudita me desatendió. ¿ Negligencia o ingratitud...? Hoy salgo a ver a Venus en noches de luna llena. No puedo dejar que los hombres me vean...mi desgracia sería aún peor. Sigo en esta roca cerca de Lemnos y espero...tal vez Cupido, el engendrado, se apiade de mí y me vuelva a transformar en mujer. Después de todo de mis senos mamó leche desde que nació.

                        ¡ Ah, me olvidaba, mi nombre es Macra, la que engrandece a los dioses!

UN ABANICO DE ENCAJE NEGRO CON PERFUME A VIOLETAS

     

      Todo negro...mi vestido de tafetán, mis guantes, mi sombrero de plumas y cintas...el velo que cubre mi frente y los ojos hinchados por el llanto. Todo negro...hasta mi corazón. El abanico de viuda y sus tristes destellos en mis manos tristes.

      Entro al salón. Me detengo y respiro profundamente. Paso al escritorio y me veo reflejada en el gran vidrio de la biblioteca. Yo, allí, erguida, sostenida apenas por el "polizón" y el "corset" ; aunque estoy quebrada en millones de fragmentos. Erguida a pesar del dolor.

       Sí, mi amado José Carlos ha muerto. Ya no veré su fino bigote que con delicados movimientos atusaba para esconder la sonrisa cómplice. Sus lentes de oro y vidrios pequeños, que encubrían su mirada apasionada. Su deseo.

      ¡ Cuánto amo a ese hombre que se ha escapado de mis apasionados brazos ! Miro mis botines también tan negros como el perfil oscuro de la muerte. Tal vez ellos ocultan mi temor  y desolación, en mi paso firme. Camino hacia el escritorio de caoba. Abro el cajón del frente...y allí está la pequeña pistola. Fría mensajera de metal y nácar. La tomo lentamente...me siento el enorme sillón de terciopelo rojo...la acerco a mi frente y dudo. La pongo con mis manos trémulas junto a mi boca sedienta de sus besos y su aliento . ¡ Disparo y un chorro de sangre brota como una cascada sobre las cartas de él, que sueñan en la tapa del mueble frente a mí ! Silencio.

 

      Un ruido cercano me despierta. Estoy sola. Hace unas horas me he quedado dormida en el viejo escritorio de mi abuelo. Mi amor ha muerto ayer y extraño su pasión. Su cuerpo. Su compañía. Sus besos... Miro hacia el jardín y observo el auto negro que brilla con el sol que trata de ocultarse entre los árboles. Mi vestido blanco de seda está empapado de lágrimas tibias. Observo el recinto...es el mismo de mi sueño.

      Sobre mi regazo...un abanico "negro" de viuda, me deja el mudo regalo de mi bisabuela. Ella estuvo allí... hace muchos años. En el gran espejo veo una figura tenue que se desdibuja en las sombras. Ha dejado un fuerte perfume de violetas.

MI ASNO, LA CACHI Y MI YEGÜA...PADRINO, TODO LO QUE TENGO

 

            El padrino me dijo... Emeterio baje al pueblo. Y yo voy y me hago el sonso, porque me da miedo ir por ese lugar, hay muchos derrumbadero y si me caigo...me muero. Y yo no quiero morirme ahora, tengo, como dice el padrino que llegar hasta ser grande para poder criarme. Ese mnosquito que me sumba y me sumba parece una maquinita loca pero me trata de picar y robar mi sangre. Hablando de sangre recuerdo que la Fortunata me mostró la sangre de una gallina que degolló con el cuchillo del padrino.¡Me dio un asco...y casi me doy vuelta a puro vómito! Odio la sangre desde ese día. Si hasta el padrino vino corriendo para ayudarme. ¡ Como ayuda , yo ayudo a todos, aunque me den de rebenques! ¿ Yo me pregunto...por qué a mí me dan de rebenques si contesto o protesto, si el rebenque es para los animales? ¿ O tal vez yo, que no tuve madre, ni padre...soy medio animal...o bestia como me dice el Filemón Ríos? Él sí que sabe de animales. El otro invierno ayudó a la Carmela a parir. ¡Linda vaca la Carmela, lástima que ya es vieja, bueno un poco vieja, nomás! ¡ Puaj...! Y dale conque tengo que ir con "Lucerito" y la " Perla" por el camino que rodea la sierra. Allí, en un lugar medio escondido está el mismo" Mandinga", yo por las dudas me hago la señal de la Cruz como me enseñó el padrino. No sea que el demonio se me presente en el camino y me pare y me quiera agarrar del hombro y yo no pueda correr...Y si ahora voy corriendo y le digo a mi padrino que no puedo porque el mismito mandinga se le presentó al Filemón en la sierra hace como dos veranos. ¡ Cómo me gusta el verano...voy al río con el hijo del padrino y en un remanso nos bañamos! ¡Nos columpiamos en las ramas verdes de los sauces verdes y caemos al agua haciendo ruidos como si fuéramos patos! ¡ Al agua pato...grita el Fabricio, y allá vamos con todo nuestro cuerpo desnudo al remanso de agua fresca. Agua medio marrón por nuestro entreverar con la arena y el fango! Amo el río. Odio el despeñadero que circunda la sierra por donde tengo que bajar con la carga que manda el padrino a Don Modesto Rufenero. Ese hombre ladino. Le miente a mi padrino y él, tonto, no se da cuenta. Yo sí, y le digo " viejo chancho por lo bajo. Como es medio sordo o se hace, no me entiende y me empieza a preguntar ¿ qué digo? Y yo en la misma cara le digo que nada que estoy resfriado o me duele la pata o qué sé yo. Ya sé ...no tengo que mentir. La Fortunata, dice que me voy a ir al infierno si hago eso, pero quién se porta peor...eh, yo no lo quiero a Don Modesto...lo ví tocar las ancas del Fabricio...bueno, fue más feo, le tocó allá abajo...y eso es más malo que mentir. Lo que pasa que el Fabricio es muy rubio y tiene ojos muy grandes y es más chiquito y no sabe...pero ese viejo de mierda , si yo no me avivo, quién sabe qué le hace...y yo ahora tengo que llevar la carga en la yegüa y el asno. ¡ Claro, a mí no me dá caramelos y me invita a la casa...soy feo y soy lerdo, pero no soy tonto! El viejo lo quiere al "niño". Yo hoy no me lo llevo. Otra cosa le digo, que en el cerro hay víboras o está el demonio. El demonio es ese viejo inmundo. ¡ Qué calor me hace! Pensar que podríamos irnos con la "Cachi" a jugar a la pelota en el bajo. ¡ La " Cachi" está flaca pero es de tanto correr! Mi perra buena. Corre conmigo siempre que me mandan. Yo no quiero ir a lo de Don Modesto. ¡ Padrino...mande al Rufino o al Filemón que son grandes, yo tengo sólo diez años y tengo miedo ! Tengo miedo. ¡ Mamá dónde estarás mamá? Te necesito mami...te necesito. ¡ No se cómo escaparme de ésta! El otro día cacé dos pájaros con plumas amarillas y se los llevé a la Fortunata y los metió en una jaula. Yo al viejo lo metería en una jaula. ¿ Qué manera de cantar los pajaritos y eso que estaban en jaula ! Me encanta correr por el monte. Ser como el viento. Ya voy, vamos...tengo que llevar la carga rápido. Arre... ¡Vamos...Lucerito, vamos Perla...rápido Cachi el diablo nos espera...

Me gusta cantar.¡ Qué bonito es mi niño...que bonito...como una lamparita...me dá su...¿ cómo dice la Fortunata, cuando canta? Bueno arre... arre...

 

PIERLUIGI...EL CARBONERO


            Llegué a Rosario desde Cañada de Los Tordos, para estudiar en la facultad de medicina. El prestigio y los buenos profesores, han logrado que mis padres y abuelos, inmigrantes del Líbano, acepten que yo venga a la capital...bueno no es la capital pero yo comparándola con mi pueblo la veo como tal. Sólo y con dinero contado estrictamente para "no derrochar y que aprenda lo difícil que es la vida", como dice el abuelo en su media lengua mientras toma té de menta con mi padre y mis tíos; me encontré alquilando una pequeñísima habitación en la calle San Lorenzo al 2700, balcón a la calle con vista al ...infierno, bueno, nó, tan feo no es. Sí es fea mi buena señora dueña de casa, viuda de un pobre y gris funcionario de correo, muerto de tisis hace como cinco años.

            Me acomodé rápido y comencé a pelear con Testut, Jean León, que Dios lo guarde, en ese interminable tratado de anatomía...junto a los hermosos cadáveres de la perfumada y siniestra morgue de la facultad. Allí jóvenes llegados de varios pueblos y ciudades compartimos chanzas e inagotables horas de estudio y apasionados debates. También este año han permitido que estudien tres ...féminas...¡ qué horror ! pero así es el progreso de las grandes ciudades.

            Les cuento como es mi vida acá, tranquila, todos los días Iñaki el lechero me deja una botella en el balconcito y cuando llego de la facultad, tengo que asear mi habitación.  Me siento frente a la ventana y veo transcurrir la vida. Como a las cinco de la tarde veo bajar a Pierluigi, el carbonero, con su carrito lleno de bolsas de carbón por el empedrado detrás de su carga que tira y tira el perro...un precioso San Bernardo pacífico y trabajador. ¡Claro todos no pueden negar su tarea, el tizne los marca todo! Pierluigi usa un sombrero muy gracioso, es amable, locuaz, alegre y generoso. Siempre me deja algún trozo de más...dice que cuando esté enfermo lo voy a curar. Yo me río.¡ Falta tanto para que yo sea un médico!

            Rosario está hecha una gran ciudad si hasta hay, según dicen los diarios, una pandilla de "mafiosos" italianos, como en Chicago y se habla de lo extraordinario de las ganancias que tienen.

            ¡ Juego y mujeres de vida...ligera, en realidad son polacas o chicas del interior, según dicen que las traen engañadas, casi como esclavas! Yo no creo, la ley sería muy dura con ellos, si así sucediera. Bueno me voy a estudiar, si salgo mal en los parciales me cortan la mensualidad.

            Hoy me despertó muy temprano la viuda...hay un problema entre la gente más importante de la ciudad. Han raptado a un muchacho de muchísimo dinero, un cajetilla, como dice Gabino el diariero, ¡nunca vendió tanto, salen como tres ediciones por día...! En la calle Córdoba y bulevar Oroño,  en El "Silflet" y "La Perla", las mesas rebosan se desparraman y se contraen permanentemente de hermosas muchachas y jóvenes, hablando del mismo tema. " El señorito" como le dicen...los estudiantes en la confitería "El Indio", donde los estudiantes nos juntamos a tomar el té o un cafecito parece la redacción del periódico de la tarde. Todos hablan de Abel Ayerza. Tiene dieciocho años y es un "dandi", se viste con trajes de seda y chalecos de terciopelo, eso dicen los que lo han visto en el club social...también comentan que cada botón es de diamantes y que usa un bastón de marfil y oro...yo no creo, ¿cómo va a vestir como un mayor?...bueno, como inventar todos inventan. ¡Yo trataré de seguir estudiando. Allá viene Pierluigi...hoy se lo ve diferente, se ha puesto un pañuelo blanco a modo de sombrero, con unos graciosos nuditos...lo voy a molestar con algunas chanzas...¡Eh, Pierluigi...se te cayó un repollo en el "marote"? ¿ Qué diablos me estará diciendo? Seguro me insulta en siciliano. Se ha parado para hablar con Gabino. ¿Hoy todos se vistieron igual? Dale con el pañuelito con nuditos en las puntas...¡qué gringos brutos!

            La facultad es un ir y venir de policías, yo no sabía que acá habían tantos jóvenes amigos del " Señorito". Así no se puede estudiar. Todos lo buscan. Han pedido un rescate multimillonario. Acá los diarios y la gente habla de la "mafia siciliana", que patatín y patatán...yo no conozco a nadie que sea así todos los gringos que veo o conozco " laburan" como negros. Sin ir tan lejos Gabino, Pierluigi y Don Vicente el sastre...y tantos otros buenos muchachos que trabajan de sol a sol.

            Ayer me vi sorprendido por una terrible noticia. Acribillaron a Pierluigi...su noble perro cayó junto a él. Dicen que desde un auto nuevito, cuando iba por la calle con su carrito carbonero, un malvado lo ametralló. ¡Ah, desapareció del barrio Gabino, debe tener miedo, era tan amigo del muerto! Le dejaron un cartel con un nombre "Chicho el Chico"...y la viuda comenta que es el capo de la mafia con un tal "Chicho el Grande"...¿ Yo me pregunto, para qué se mezcla toda esta gente con los buenos?.

            Hoy descubrieron que mataron al "señorito", estaba en Córdoba...y fue la "mafia", también dicen que Gabino y Pierluigi eran "mafiosos"...¿ quién lo puede creer, si eran mis amigos? Tal vez... tal vez... yo no los conocía.

 

LA FLECHA ESCONDIDA

 

Comienzo relatando una historia familiar. Nunca supimos si era verdad o una suerte de leyenda. La abuela Catarina la contaba en tardes de calor y a veces cuando llovía y estábamos aburridos.

Cuando llegaron de su patria, en Europa, traían baúles con un sin fin de ropa, herramientas y utensilios que creían iban a necesitar en esta tierra que para ellos era desconocida y desértica. El tren que los trajo desde el puerto, los dejó en medio de un paisaje selvático con árboles gigantes, helechos enormes y plantas de todo tipo y color.

En las noches escuchaban ruidos lejanos de tambores y animales. Vivían asustados y siempre dejaban un fuego prendido por si se acercaban “fieras salvajes”. En realidad nunca vieron a dichas fieras. De  vez en cuando un monito les robaba una fruta o una ropa que la abuela tendía en un cordel de árbol en árbol, para que se secara. El sol al medio día era igual, según ella, al de su país. No soportaba la humedad, venían de un clima seco y agobiante. Mediterráneo, lejos del mar y más aun, cerca de las montañas. Allí no las había por lo que soñaban con regresar a su patria. ¡Pero no tenían dinero!

El abuelo que tenía veintiún años comenzó a trabajar en un establecimiento maderero, aprendió lentamente el idioma y se pudo defender un poco con sus compañeros de tareas.

¡Siempre renegaba de su condición de extranjero! Le daba a mi abuela, que tenía diecisiete años, unos billetes que le pagaban de jornal y le recomendaba que los escondiera muy bien.

¡Un día los vio! Eran unos nativos. Semidesnudos, con la cara pintada de color negro y collares. En una bolsa llevaban flechas y un arco. La abuela se hizo pis del susto. Ellos la miraron sorprendidos. Seguro. Era la primera vez que veían a una mujer con cabello rojo y pecas; ojos celestes y ropas que la cubrían tanto. Salieron corriendo y se perdieron entre los árboles y helechos. A uno de los pequeños se le cayó una flecha y siguió sin darse vuelta hasta desaparecer de la vista de esa “bruja de pelo rojo”.

La abuela se encerró en la habitación que había construido mi abuelo. Cerró todo lo que pudo con un amontonamiento de arcón, mesa y aparador.

¿No creo que ella tuviera menos miedo que los pobres nativos? Cuando llegó el abuelo y encontró en el espacio que servía de patio, la flecha, la recogió y luego de gritar que le abriera, entró y la dejó sobre la rústica mesa. La miraron con temor, pero el abuelo dijo que tenían que esconderla para que no la vinieran a buscar.

Con el tiempo, en el lugar donde el abuelo trabajaba, conoció a varios nativos y supo que eran buenos, tranquilos y que usaban el arco y las flechas para cazar y comer.

Igual, en mi familia, tenemos como un trofeo la famosa flecha que ya no está escondida, sino que adorna la chimenea del salón como la señal de lo que fue la lucha de ellos para adaptarse a nuestro país.

 

NIÑA MÍA

 

En ese paraíso de juguete

Donde duerme mi pequeña...

En ese mundo de alondras alocadas

Donde juega a la escondida mi esperanza.

Hay un círculo de sueños amarillos...

Con sabor de caramelo y chocolate.

Una hermosa muñeca confitada

Con perfume de canela y de manzana.

 Ahora juega a la ronda de colores

Y la hamaca de escarcha se transforma

Trineo de pétalos dorados

Se desplaza a mi mundo de juguete.

Donde  duerme mi nieta adorada

 

 

 

 

¿DÓNDE ESTÁ EL PARAÍSO?

 


“Si de veras esperas ver el Cielo, muéstrame qué haces para que la Tierra se parezca menos al Infierno”

                                                                                                              Pensamiento Anónimo.

 

Suraya camina descalza por la medina, parece ebria. El dolor le destroza cada jirón de piel. Sus ojos negros parecen tizones de carbón en pleno ardor. El calor aprieta y el fuego sube por sus cuerpo como manos de acero entintas de sangre y ascuas.

Nunca creyó que su hijo estaría en ese lugar a esa hora. Falta agua en la fuente que despierta sed de venganza por lo ocurrido esa noche. Manos anónimas envenenó cada manantial y ojo desde donde la gente se proveía desde el principio de los tiempos del necesario líquido de vida.

¿Cómo pasó algo semejante y nadie advirtió el horror? Primero fue el cierre de las madrasas, luego los santuarios sagrados, finalmente el templo voló por los aires como una bandada de palomas heridas. Anoche, envenenaron el agua.

Nihad, había salido a vender sus dulces de higos con nuez y no volvió. Cuando fue a buscarlo, le mostraron al muchacho ennegrecido por la toxina que usaron; una espuma blanquecina despejaba su rostro oscuro desde la boca que apretada parecía un hueco muerto.

¿Adónde estarían los que hicieron este hecho? ¿Quiénes son? ¡Todos los presentes se apretaban, junto al niño, mirándolo con pena! Cuando Suraya, llegó se hizo un abanico de espera. Se abrió una brecha, un resquicio de horror les oprimía el pecho a los presentes. A su lado, una mano generosa oprimió la suya, era un puente al consuelo.

Esa mañana el cielo se oscureció con una tormenta de arena que venía enroscada en el fuego del sol del desierto. Las aves escapaban desesperadas hacia el confín del pueblo. La mayoría se escondió tras las pobres puertas de las casa de barro. Sin agua, nadie puede sobrevivir en ese lugar. Manos los que sacaban agua de las fuentes en las medinas y en los sitios públicos cerca de lo que fuera el Templo.

¿Entre el polvo hirviente atrevía su paso un vehículo que apretujaba hombres cubiertos de negro. Armas al aire tratando de despejar el sitio en que yacía Nihad. Pero su perro, su amable amigo comenzó a ladrar con furia y a saltar contra el grupo aguerrido. Una bala y cayó junto al muchacho ensangrentando el suelo. Ya no ladraba, gemía como sólo gimen los que aman. Se hizo un enorme silencio y Suraya se volvió lentamente y plantó su cuerpo breve ante los que hasta hacía un minuto gritaban en jauría rabiosa.

Puso el pecho, el rostro que descubrió para que vieran que los que tienen un hijo, saben defender incluso ya muerto al venerado ser. Ellos, no pudieron cambiar su infierno y tiraron; todos juntos sobre la piel mojada por la sangre del niño en la carne abierta de la madre. Un grito lujurioso, trastornó el ruido de las pocas puertas que se cerraban tras los perdidos padres y madres del poblado.

¿Dónde está el Paraíso? ¿Dónde el infierno? Allí sobre las piedras gastadas de la medina, junto a la fuente, madre e hijo se tocaban apenas con los dedos sangrantes. Y un perro se arrastraba para lamer la cara de Suraya y Nihad.

LAMENTOS

  

            Yo caminaba desorientado en las calles de esa ciudad hostil donde caí como un pájaro despistado. Caminé. Caminé muchas cuadras entre elevados edificios de cristal y metal que relumbraban con las luces del crepúsculo. Me asombraba ver algunos gorriones picoteando entre las frías lajas grises que cubrían las veredas.

            Ese yo, era un trashumante. Perdido. Incómodo. Desolado. No conocía a nadie. Todo me parecía más tenebroso en realidad. Mis pasos retumbaban en la soledad de las calles. Todas las puertas cerradas, ventanas que ocultaban la visión del interior de las viviendas y negocios.

            A lo lejos observé unas luces. Apresuré el paso. Tengo que llegar antes de que se apaguen. Parece que en esta ciudad todo se duerme y esconde a las diecinueve en punto. Casi corrí en el último tramo. Llegué justo cuando un hombre de color se aproximaba desde adentro para sacar unos carteles con el precio de la comida y del café.

            Una amplia sonrisa me invitó a ingresar al pequeño bar y restaurante. Había parroquianos trasnochadores. Un puñado conspicuo de gente que seguro había trabajado todo el día en esas enormes moles de cemento, vidrio y soledad. Me senté junto a la barra. Me acercó, el moreno, una copa de cerveza con espuma muy blanca. Luego me dejó una pequeña carpeta con dibujos y palabras en ese idioma que me significaba un escándalo de ignorancia. No hablaba esa lengua. Miré ansioso los dibujos y señalé un plato que me hizo salivar de deseo. Descubrí que tenía un hambre atroz. Lo puso frente a mi cuerpo tembloroso y sonrió. Comí ansioso. Me relamía con cada mordisco que echaba al sándwich y sorbía mi amarga brillante cerveza ambarina.

            Todos se fueron saliendo y me dejaron solo por unos momentos. Saqué de mi chaqueta un atado de billetes y pagué. Cuando salí, sentí como cerraba las puertas metálicas con ese  chasquido del abandono indeclinable de la noche. Afuera había un viento helado. Caminé. Seguí buscando dónde acomodar mi cuerpo, que lentamente se iba enfriando. En una esquina vi un cartel. “Se alquilan habitaciones por noche o se manas”. El lugar se veía más que modesto. Era un cuchitril con desparpajo de “Hotel”. Insólito. Al ingresar sonó una chicharra y apareció un viejo de origen paquistaní o indio. Su turbante anaranjado dejaba surcos de gratitud entre pliegue y pliegue. Vi en un cartel los precios. Por hora, día y por semana. Pagué por dos días y me dio una llave herrumbrada, antigua como su historia inverosímil. ¿Qué lo había traído a esa ciudad tan enorme y desolada? Tal vez igual que yo, un dolor del alma o escapando de la muerte.

            Yo, que supe tener una bella casa con ciertas comodidades, un auto nuevo que me envidiaban mis colegas, yacía en esa pocilga como si hubiera hurtado un banco. Me quise bañar. Unas gotas infames de agua helada caían de un caño sobre una bañera mugrienta que se afanaba en ser una ducha. Igual, no tuve más que hacerme de coraje y me mojé refregando mi cuerpo aterido con un pedazo de jabón usado, que habían apoyado en hueco de la pared. Me sequé con algo parecido a una toalla. El decolor era rojizo. Me puse la misma ropa interior que traía y me arropé en una cama cuyo colchón temblaba más que yo.

            Me dormí entre los sonidos extraños que provenían de cierta zona del hospedaje. Había un ruido monótono de una máquina de fabricar algún objeto. Soñé. Desperté varias veces y volví a dormir. Un portazo me dejó sin aliento. No era en mi habitación. Me incorporé y al no sentir sino el rítmico sonido de la máquina, me adormecí nuevamente. Debo haber dormido un día entero.

            Lamenté no haber retirado mi equipaje de la cinta en el aeropuerto. Allí, sabía que me detendrían. Yo transportaba muchos objetos prohibidos. Solo había logrado sacar mi mochila con mi pasaporte y dinero. Logré hacer un buen cambio del que traía por el de este país que es estricto y cuyas leyes son muy claras. Sí, yo venía huyendo de un grupo deshonesto de colegas, que habían traicionado a la empresa y robado una importante cantidad de material original, de un arreglo comercial. Me querían matar. Yo le avisé a uno de los socios principales y este me traicionó a su vez. Sabían que había sido yo. Lamentos, tengo solo lamentos. Pero tarde o temprano estaríamos todos tras las rejas en la cárcel.

            Me vestí y salí a buscar un lugar donde comer. Cerca de la puerta había una patrulla policial. Buscaban a alguien. Yo caminé. Caminé y caminé. Mi cabeza daba mil vueltas sobre si no era yo al que buscaban. Lamento no haber sacado mi mochila del “hotel”. Vi que sacaban una mujer herida de una casa pegada a mi refugio. No la miré.

            Sentí el olor de la sangre que dejó una especie de camino en la vereda. Gota a gota. Se iba alejando hacia la nada. Me imaginé que era yo el que estaba herido. Pero no, todavía no. Tal vez más tarde. O mañana. O nunca.

            Saqué de mi chaqueta un papel. Allí había escrito un número de un supuesto amigo de mi mujer. Al llegar a la esquina, vi un bar pequeño. Entré. Pedí un café y una tostada. Escuché a dos personas hablar mi lengua. Me acerqué. Me miraron con desprecio, claro, parezco un pordiosero. Les dije que en el aeropuerto, al salir me habían robado. Se lamentaron. ¡Eso suele pasar! ¿Qué necesitas? Un teléfono.  Me señalaron uno detrás de una máquina de golosinas. Uno de los tipos me pasó dos monedas. Le agradecí. Marqué el número y esperé. Solo escuche: “Lo lamento, usted se ha comunicado con Wanda, pero estoy en California y regreso en un mes”. Corté la llamada. Salí agradeciendo a los parroquianos que me habían ayudado.  

            Caminé desorientado por las calles atestadas de gente que iba y venía de oficinas o a sus trabajos. No me puedo seguir lamentando. Voy a tener que ir a rescatar mis maletas y buscar un lugar digno para vivir. De nada me sirve seguir lamentando mi sinceridad y mi honradez. Hoy es ayer. Hoy es mañana. Sigo caminando y ahora busco un taxi para ir al aeropuerto. Ahí veré como me las arreglo para superar mi estupidez.  

UNA VIDA DE ACTOR

  

            Nació en un hogar muy pobre. Su madre, enferma de los nervios lo dejó abandonado junto al padre. Lo crió como pudo, buscando encontrar a su amada.

            De pequeño hizo tareas de adulto. Cocinó y ayudó en el pequeño negocio de su “Tata” con tristeza de niño viejo. Creció muy bello. Era un chico que atraía la vista de mujeres y hombres.

            Su padre nunca dejó de buscar a la mujer que en vida enterró su cariño junto al cuerpo de un hijo que murió de viruela. La búsqueda fue inútil. Envejeció siendo joven con el sueño prendido en la solapa como enorme escarapela de miedo. Él, acompañó al anciano, hasta que buscó huir para encontrar su futuro y abrazar los sueños. ¡Ser actor!

            Entró como un simple extra en una empresa de esas que buscan caras nuevas. Era hermoso e inteligente, las actrices peleaban por ser su compañero de rol.

            Cada mañana se presentaba a un nuevo estudio de televisión o cine para mostrarse como una pieza de vitrina. Él, sostenía que el día, ese día, iba a llegar. Y una tarde mientras comía un sándwich que le había comprado una amiga de academia, se sentó cerca en una mesa poco frecuentada, un hombre de gris. El sombrero, le cubría gran parte del rostro; lentes de carey, gruesos y oscuros le daban una ridícula mirada de cíclope. Ojos gigantes bajo el vidrio de espesor sorprendente. Encendió un cigarro y levantó la mano al mozo que le trajo una taza humeante de café con leche.

            Cuando ya su comida se estaba terminando y su hambre no se había acabado, el tipo se volvió y le clavó la vista. ¡Era un fantoche! Pero Aroldo, no sabía quién era y algo, le ingresó en el pecho. Lo conocía de algún lado. ¿Pero de dónde?

            El mozo se acercó sonriendo y le dejó junto al platillo, una tarjeta. ¡Era el famoso director de radio, televisión y cine Waldemar Furlong! Dejó la silla, que casi se estrella en el piso, pero que con rápido movimiento evitó que cayera. ¡Señor Furlong, usted…! Le hizo una seña de espanto. Murmuró un insulto y exclamó: “Lo veo mañana en mi despacho”.

            Ese día alquiló un traje formal y zapatos negros. Se acicaló para la entrevista y partió al suburbio donde estaba la famosa oficina. Era en una zona alejada del ruido. Caminó despacio tratando de detener su corazón que como un timbal, arreciaba en su interior con la paz que le era su mejor aliado. Una discreta puerta en un más escondido edificio tenía el número del cartoncillo que le entregara el mítico Furlong. Un murmullo de voces contuvo sus expectativas. Escuchó pasos y una figura femenina abrió una mirilla de mediano tamaño. Aroldo mostró la tarjeta y se abrió la puerta con cuidado. La joven, una muchacha sin ninguna gracia, abrió corriendo una serie de cerrojos que sonaron a hierros herrumbrados, lo invitó a ingresar.

            Subió por una estrecha escalera, cuando la joven se hizo a un lado, un espacio maravilloso lo dejó enmudecido. ¡Pocos muebles, muchos cuadros de pintores famosos y música que invadía el enorme ambiente! Le señaló un asiento y salió por una puerta lateral. A él, le temblaban las rodillas. Esperó un tiempo que le pareció larguísimo, pero mirando su reloj, fueron menos de veinte minutos. Apareció Furlong, parecía otra persona. Descalzo, con una camiseta de algodón azul, pantalón de denín y sin gafas. El cabello le caía sobre los hombros, parecía una mantilla plateada. Sonrió y le tendió la mano. El saludo breve y a la charla amena de un hombre de mundo que quería saber de ese muchacho hermoso.

            Luego de un verdadero interrogatorio, le entregó dos libros con guiones y lo despidió sin antes darle un pequeño golpe en la espalda. ¡Léelos y cuando termines, cuanto antes, regresa! Y apareció la muchacha, descalza y arreglada de tal forma que parecía otra persona. ¡Muy interesante y hasta bonita! -¡Mi hija, Abril, mi secretaria y ayudante! – y salió por la escalera corriendo con los libros apretados a su cuerpo, dejando atrás una esperanza.

            Esa noche no durmió, apenas un emparedado y una soda y leyó, con entusiasmo y fervor. Una novela de vidas intrincadas, con sabor a odios y amores heroicos. Ese fue el que le produjo mayor interés, al otro, lo dejó sobre la mesilla y se durmió. Soñó sin conocer cuál sería el papel que le tocaría interpretar.

            Al día siguiente siguió con el otro trabajo. Un policial, donde tres agentes de un país en guerra debían sacar a una familia entre bombas, atentados con misiles y cohetes. Se sintió agotado de solo pensar cuál sería su papel interpretaría, si el del chofer o el joven valeroso que conseguía el cometido esperado por la potencia enemiga. Llamó al celular de Furlong y éste, lo invitó a cenar la noche siguiente.

            Esta vez, fue vestido con su ropa. Y se sintió más cómodo. Lo esperó con un pastel de carne y batatas en salsa de vino Cabernet. Esa noche hablaron sobre cine. Y supo que desde ese día se llamaría Wilians Wolney y pasaba a ser el actor principal de las dos obras. Supo que lo había visto actuar en obritas de poca importancia en teatros a la “gorra” y comprendió, el maestro, que tenía sangre de “actor”.

            Comenzó a estudiar. Noche y día sin descanso, le permitió hacer dieta y gimnasia para el rol del policía; más tarde haría de amante de una mujer mayor dueña de una empresa que termina matando a su marido. ¡Unos papeles interesantes, ya que no se asemejaban en nada!

            El cine era diferente al teatro. Se hacían tomas irregulares, unas veces eran de noche y otras de mañana, en lugares preparados para una guerra irreal, con escombros y estallidos, y, a la tarde nadado en una piscina en una mansión con la actriz mayor. La joven Abril, era como una sombra. Siempre cerca pero lejana, su presencia era la de un fantasma de carne y huesos, que aparecía cunado su padre hacía una pequeña seña y rápidamente salía sin ser notada. Algunas noches, salía a tomar una cerveza, junto al balcón, con los auriculares y leyendo a la luz de una lámpara de luz muy fuerte.

            Llegó la noche del estreno. Las marquesinas brillaban con los nombres de los actores y actrices. Aroldo- Wilians era una potencia. Su rostro se dibujaba como un cuadro del setecientos. La alfombra roja y el flash de cien periodistas lo dejaron impactado. Furlong y Abril, junto a los otros actores y actrices, con ropas que deslumbraban. Pero todas las miradas eran para su bello rostro. ¡Era el dios pagano del Olimpo del cine!

            Las películas fueron un éxito. Cuando salió, mil manos querían tocarlo, acariciarlo y bocas se acercaban buscando besar al asombrado Wilians. Allí, supo que su vida había cambiado. Definitivamente. Ya no sería el anónimo desconocido. Aun así, saludaba afable y sonriente. La vida le devolvía una catarata de piedad por los años tristes y de enormes sacrificios.

            Pasó el tiempo filmando, asistiendo a los canales de televisión, posando para los fotógrafos como modelo y firmando autógrafos, con un nombre de “arlequín” prestado.

Se permitió todo, menos ser necio. Como ganó buen dinero, compró una propiedad austera pero segura y de calidad. Era “La Cara” del siglo. Pero la casa solitaria se fue quedando vacía. Tuvo dos perros que lo esperaban con amor, más, tuvo mucho miedo a enamorarse y pasar por lo que había sufrido su padre.

            Muchas bellas actrices lo buscaban para ser su pareja, él, se alejaba con el pretexto de un gran trabajo. En la noche, solía sentarse en la terraza con una cerveza y un libro, mientras leía un guión que le había mandado algún ansioso director de cine extranjero. Y una noche, se miró, reflejado en el cristal del ventanal y recordó la figura de Abril. Ella a esa hora, tal vez, estaba haciendo lo mismo. Entró y tomó el celular; ella le contestó. La invitó a cenar el día siguiente. Ella vino y nunca más se fue de su lado.

 

lunes, 22 de julio de 2024

UNA VERDADERA HISTORIA DE VIDA

 

2º Premio de cuento Ecológico de Cáthedra, Bs.As., 2000.

 

            El calor sofocante en la selva presagiaba una gran tormenta. Mi madre barritaba angustiada por los terribles dolores de parto, Gitao, la matriarca de la manada sofocada y nerviosa, golpeaba con su larga nariz cerca de mamá para que ésta hiciera el enorme esfuerzo de parir. Una madrina atenta ayudaba con sus colmillos y su trompa. Comencé a nacer en la madrugada birmana cuando un color rojo incandescente marcaba el asomar del sol. Pronto unas extrañas nubes cubrieron el paisaje salvaje y un chubasco friolero me lavó la sangre y el polvo de mi suave piel de bebé. Mi madre amorosamente con sus doloridos músculos me fue acercando a las tetillas llenas de leche que me supieron a miel. Yo supe que había pesado seiscientos kilos y que era algo grande para una elefante hembra. Al despejarse la tormenta yo ya caminaba junto al resto de la manada y jugaba con otros seres de mi misma especie.

            ¡Qué sorpresa tuve cuando llegamos a un lugar lleno de agua que caía desde unos riscos altos y donde todas las hembras de la familia inició sus baños matinales! Los otros pequeños como yo nos revolcábamos en el barro, felices. El pelo de mi piel, grueso y brillante, tenía unas preciosas gotas de lodo que me daban risa y comencé a imitar  los ruidos que hacían todos los pequeños. Un largo barrite de la matriarca nos hizo esconder entre las poderosas patas de las mamás, sí, yo casi pierdo con el susto a la mía, que también  tenía un hermoso y recién nacido macho entre sus enormes piernas. ¡Es que nunca se desprenden de nosotros, luego entendí porqué!

            El grupo se dirigía al sur en busca de alimentos frescos y sabrosos. Luego de salir de Birmania y entrar  en un territorio lleno de comida y de una extraña fauna humana muy desagradable, comprendí cuan difícil es la libertad para nosotros los elefantes. Unos pequeños seres llamados hombres nos atraparon...¡ qué dolor teníamos todos!, la matriarca peleó y lamentó tanto que los machos nunca estuvieran cerca nuestro, porque hay que reconocer que enfurecidos los machos son muy temibles, con sus enormes colmillos y sus narices pueden matar a otros seres tan grandes como ellos. Los humanos son de tamaño ínfimo y con un nazizazo enojadas las hembras también podían matarlos pero nosotros somos pacifistas. ¡Sólo deseamos comer y que nos dejen vivir!

            Así comenzó mi vida en una plantación de Thailandia, yo como entonces era muy chiquita me dejaban estar con mami y un niño jugaba conmigo. ¡Era simpático y bueno! Me llevaba al río a bañar y chapaleábamos en el barro juntos. Fue muy divertido hasta que ya más crecida me pusieron una cadena en una de mis patas y me llevaban a la espesura para arrastras troncos y otras pesadas cargas. De noche Sarit, mi amigo que tiene como catorce años, viene al pesebre y se sienta en mi testú y canta en singalés suaves canciones tradicionales. Comemos a escondidas cañas de azúcar y nos revolcamos un poco en el polvo para recordar nuestros pactos de la niñez.

            ¡Me acabo de escapar de la plantación! Nos compró un hombre blanco y nos golpearon tanto, que arranqué mi cadena y huí por la espesura hacia el norte. Las lluvias del monzón van borrando mis huellas. No pararé hasta encontrar una nueva manada salvaje y regresaré a ser una elefante libre. Así no se puede vivir.

            ¡Soñaba demasiado! Anoche me volvió a tomar prisionera un grupo de hombres khmer, y nos llevan hacia el oeste entre la espesura de la selva. Yo creo que nos llevan a la India. Allí nos van a vender. ¡Ahora he sufrido lo peor que me pudo pasar...me han serruchado mis preciosos colmillos...! ¿Cómo podré ayudar sin mis dientes a levantar objetos y en los partos a otras elefantas? Nunca me sentí tan desgraciada, aunque no lo crean entre mis duras pestañas hay lágrimas de dolor.

            ¡Saben que ahora soy diosa! Me vendieron a unos religiosos que me han pintado con colores todo el cuerpo y me visten con ropas de seda y oro y cantan frente a mí. Yo no entiendo a los humanos. Me traen flores para que coma y bananas frescas. Me llenan de pétalos de flores y de humos de especies... ¡sí que son extraños los hombres! Cantan, bailan, ejecutan instrumentos ruidosos que me ponen muy nerviosa, pero me acuerdo de mi amigo Sarit y los trato con mucha paciencia...como él, me trató a mí. La India es un país muy colorido, lleno de tradiciones y costumbres raras, aquí me veneran en un hermoso templo. ¡Pero extraño la selva donde nací! De noche vuelvo en sueños a ser libre, como me gustaría ser matriarca y barritar para que una joven hembra pueda parir a alguien como yo..., mejor me duermo. Mañana hay un nuevo festival y debo estar hermosa para estos extraños humanos.

                                  

                                                          

GRACIELA ELDA VESPA SCHEIZER - 2022


 En Portugal, esperando ver sus bellezas. Un abrazo a los amigos del mundo que me leen.

LA TOMASA REINOSO... PA´SERVIRLE


 

            Sí, doña Tomasa, le puedo fiar un poco de harina...pero no, el hombre no me va ha decir eso, seguro que me corre con todo lo que le debo. Son sueños nomás. Lo sé, desde que se fue mi hombre no queda casi nada. Sólo penurias y deudas. La pobre de la Odilia ya no tiene qué, ni esperanzas. Pero perder la fe, sería el final y falta un tiempo para la cosecha. He mirado como han brotado los parrales en el cuartel del norte y he visto mucha vida en esos botones verdes. Parecen hembras preñadas... Me acuerdo cuando en el tiempo del tata esperábamos el rebrote azulverdoso de la viña. ¡Qué fiesta era verlos a todos con una luz de esperanza en los ojos deslucidos y enrojecidos por el sol de las siestas !

            Caminaba entre los pozos abiertos en la tierra seca, la Tomasa Reinoso y pensaba y soñaba. Su tiempo de mujer joven se iba acabando y el miedo como enredadera agreste se le apretaba entre los ojos hundidos y los músculos doloridos por la tarea cruel de la tierra. Tenía un puñado de aliento todavía. Esperaba un milagro que no llegaba. Salió del camino como olvidando el sabor furtivo de la desesperación que la estaba consumiendo. Miró hacia el camino ancho que de frente a ella era como un enorme flecha hacia el destino incierto del futuro. Se santiguó y pidió que lloviera por lo menos. El tomero le había dicho que faltaba agua, era lo último que quedaba:¡ la seca!, y entonces se tendría que ir ¿ a dónde?, si no tenía a nadie. La ciudad la aturdía y le tenía miedo. Ya era vieja. Hacía como tres meses que había sido su santo y tenía como cuarenta. Cuarenta años pesan y el Beto. El Beto tan bonito como su padre. Lástima que no habla ni me comprende. Ese chico que se queda horas mirando el cielo como si fuera a volar en cualquier momento, se mueve suavemente como una hoja de sauce. Va y viene, viene y va sobre sus pies que no mueve. Ella lo lava, lo peina, le pone en los labios suaves pan con leche. Es igual a un pájaro sin su nido. Lo mira y le habla como si fuera a entenderle. Su hijo ya tendría que caminar, reirse, soñar como los otros. El Beto no puede, no entiende, no quiere. Sigue su camino pensando, en busca de ayuda. Su hermana espera que traiga algo para cocinar porque sólo con huevos y verduras no puede o no sabe. Ella sí tuvo una vida distinta. Fue a la ciudad y se casó con un hombre. Le daba todo. Le daba golpes y un día casi la mata, pero era un hombre de veras, trabajaba en el ferrocarril, hasta lo del accidente. Un día perdió pie y cayó sobre los rieles justo con un cambio de vías y maniobras. Allí quedó el pobre como masa de fideos, todo cortado. Ella no lo lloró, digo, mi hermana.¡ Es fuerte la mujer, pasa por cada cosa? Sigue pensando y camina por la tierra blanca. Se sienten los ladridos de los perros del almacenero y ella va acortando el paso. Un mundo de vergüenza le colorea la cara y sigue lentamente arrastrando los pies y su amor propio. Todo por el Beto y la Odilia, si por ella fuera se quedaba ahí mismo. Mira los troncos viejos de árboles añosos y se acerca lentamente atrapa con sus brazos los maderos rugosos y besa la corteza con avidez. ¡ Quiere ser como ellos, pero no puede ! Ya se ve la casona y el almacén, un jolgorio de perros y de palomas que comen las semillas que caen de las bolsas, esperan su llegada, un instante de duda y entra. ¡ En la penumbra fresca del boliche ve la figura agradable de don Prudencio, sonríe el hombre bueno y reservado ! Ella  mira asombrada ese rostro anguloso y apacible, él, le acerca una mano y en la otra un mate. Él la mira con ojos de hombre complacido al verla. ¡ Sueña Tomasa sueña y recibe el mate agradeciendo !

            Buena señora ¿ cómo anda todo? y siente que esos ojos le piden que se distienda, le dan ese resquicio. ¿ El muchacho anda bien? ¿ Y la Odilia? Vio que no llueve, parece que no tenemos suerte este año. Ni agua nos manda Dios. Viene seguro por harina y grasa. ¿ Huevos, va a llevar? Ni la mira mientras arma el paquete de esperanza blanca. Ella confundida se apoya en el mostrador gastado. El hombre es joven todavía y apenas la mira. Tomasa, perdone, pero necesito hacerle una pregunta quedan las palabras caracoleando en el pecho de ambos. ¿ Usted, querría casarse conmigo? Y el cielo de pronto se abre y ella lo mira quieta. Ya van más de seis años que la veo y no me animaba a preguntarle. Yo la veo ¡ tan buena, tan guapa, tan madre...! Acá tendría todo.

            La Tomasa se santigua. Está sorprendida y una lágrima larga le desprende el silencio. Apenas puede hablar y sólo se anima a tocar la mano áspera del hombre. Asiente en un murmullo. De pronto comienzan los truenos para el este. Cae un chubasco. El brazo fuerte que ha dado una vuelta para acercarse toma la cintura ancha y dócil de la mujer. La abraza con ternura. Ella apoya la cabeza en el ancho pecho. Ya tiene futuro. Piensa contenta en el Beto y en la Odilia.

 

                                  

 

DESPEDIDA


Parada allí sola, mirando los adoquines de la calle,

grises y maltratados... como los hombres tristes ,

que los labraron en piedra.

Parada allí entre el cordón pétreo que talló el picapedrero,

y la basura.

Y las tapas de hierro, fundiendo el rencor ,

de la violencia; que llevan a las oscuras

entrañas de las calles,

los desagues.

¡Espíritu de armas requisadas, que fueron la entrada

de algún infierno!

¡Y hoy son excusa de la vergüenza!

Calles  de mi ciudad perdida,

Algunas, bellas,

otras , como argumentos de la muerte.

Parada allí entre las bambalinas,

de un ballet del Colón,

o de un café de espejos biselados,

donde duermen los duendes,

y en la noche, un gallego,

con un mantel doblado en la cintura,

lava el damero triste de tus pisos,

ajedrez de embusteros y aventuras.

 

Parada allí  en el micro...

mientras leo a "Manucho",

y me observa la gente, curiosa,

indiferente, porque lloro o me río.

Doblamos en la esquina triste

y de repente...encuentro el "obelisco",

encuentro muchedumbres, mudas,

apasionadas, algo dementes.

Loca, parada allí me quedo,

buscando en el recuerdo :...

la ternura,

de tus calles hermosas, de tus jardines,

y de la espléndida música...¡ tus tangos !.

¡ Adiós ciudad de Buenos Aires !.

Me despido.

Comienzo a transitar por otras calles.

 

LA SEGUNDA AVENTURA DE CLOTA EN IGUAZÚ, Cuento infantil

 


         Cuando despertaron al día siguiente, ya las esperaba Amaranto Malvón con su jeep para llevarlas a las maravillosas Cataratas del Río Iguazú. Desde luego, cada una llevaba su canasta con alfajores, empanadas, jugos de frutas y muchas golosinas, por si encontraban chicos con quien compartir su merienda. Clota se puso una falda de color anaranjado con flores violeta y sus sin iguales calzones largos con puntillas, que se morían de risa de las piruetas que hacían los monitos entre las palmeras y árboles; Tirifila Afila, usó un jardinero color amarillo con lunares rojos. Lili Moreno, se puso la más linda capelina de tornasol celeste y rosado con amapolas multicolores. La tía Nené se enfundó una túnica de muselina blanca que ondulaba con la suave brisa del río y se estrenó una coronita de jazmines sobre su larga cabellera rubia. Así partieron y así llegaron. El buen Amaranto las acompañó por algunos senderos y las cascadas. De pronto las animó con una invitación: -¿No les gustaría entrar al fondo de las Cataratas, donde vive don Pombero?- dijo haciendo una breve guiñada porque conocía la respuesta -¡Sí expresaron a coro!- restregándose las manos ilusionadas.

         ¡Fue un poco difícil convencer al Guarda Parque, que cuida tanto su terruño! Pero cuando vio que eran tan ecologistas como él, aceptó. Allí comenzó lo mejor de esta historia y del viaje.

         Penetraron por un risco donde un sendero escondido y secreto les permitía ingresar por detrás de las enormes cortinas de agua de las cascadas. Entre inmensos helechos y plantas húmedas, atravesaron por un camino tapizado de una alfombra aterciopelada de musgo, donde debían sostenerse entre cordones de lianas verdes y jugosas para no caer. Así llegaron a un espacio abierto lleno de luciérnagas que brillaban para iluminar el socavón y ¡oh! maravilla tras una roca con forma de hongo se pudo entrever el gran sombrero de don Pombero. Ellas estaban extasiadas. Contenían la respiración con temor de que el Viejo Enano se enojara y no las quisiera ver ni les hablara. Cuando se dieron vuelta para interrogar a su guía: ¡Le podemos hablar?, éste había desaparecido. No tuvieron miedo y así comenzó a decir tía Nené:- Yo deseo conocer el secreto del "ñandutí" querido Pombero y tú eres el único que me lo puede enseñar- y así le habló Clota - Yo traigo de mi montaña el rumor del agua de las acequias que baja de la gran cordillera de Los Andes, y el sabor de las vides y de las frutas maduras. - pero cuando Lili quiso expresarse, un suave aleteo de mariposas las envolvió y con sus frágiles alas, comenzó a transportarlas por un maravilloso paisaje. Brillaba todo allí, como si miles de resplandecientes estrellas titilaran al unísono. Así, arribaron a una sala, donde en un enorme sillón de roca de cuarzo y plata, estaba sentado "El Gran Maestre de la Fantasía Misionera", el Pombero, que sonriendo las saludó: - ¡Adelante hermosas muchachas que vienen desde tan lejos, las estaba esperando, acérquense rápido que no tengo tanto tiempo! ¿Tú, mi estimada Lili, que me traes de regalo? Ya sé lo que trae Tirifila, un paquete de poesías, para que reciten los niños guaraníes; ¡Ah, ya veo que tú Lili, me quieres dar esa hermosa capelina que traes puesta, y que yo cambio por mi viejo y gastado sombrero de junco! Fue una fiesta el entregarse tantos regalos y un lujo comer con el nuevo amigo. Luego de cantar tonadas y recitar cogollos, luego de bailar en rondas y guaranias, que un grupo de libélulas tocaban en unas arpas de cristal, se cansó el Pombero y les señaló la salida. Algunos duendecillos del paraje encantado se entretuvieron haciendo guirnaldas de orquídeas y mburucuyá y se las regalaron a las visitas. Llegó el momento de regresar, y volvieron sobre sus pasos.

         Antes de marcharse El Pombero sentenció: ¡Nunca cuenten que me vieron, ni que me hicieron regalos, ni que jugamos acá porque yo haré que les crezca un enorme grano en la punta de la nariz y la gente no les creerá porque al fin y al cabo soy una leyenda! - dio media vuelta y salió volando entre las garzas de color rosado en el río Iguazú.

          Las cuatro amigas volvieron muy contentas y cerca de la Garganta del Diablo, estaba Amaranto Malvón esperándolas muy sonriente porque sabía lo que había pasado. Las dejó en el hotel y diciendo bellas palabras se despidió para siempre. Al día siguiente regresaron a "Salí, si te dejan" con un montón de frutas y flores y ni hablar de los recuerdos.

 

         Tolón-tolón, tilín-tilín, este cuento no llega a su fin. Continuará.

 

                                     

VOLAR EN GLOBO POR CAPADOCIA

 


Turquía era un viaje que me había inspirado mi amiga antes de fallecer. ¡No dejes de conocer Turquía, me dijo, es un país de ensueño! Vendí mi auto y allá fui. No me arrepiento.

Estambul, tiene el sabor de la gran ciudad de miles de años e historia. La Mezquita Azul, que estaba en plena restauración, donde encontraban antiquísimas pinturas cristianas anteriores al apogeo Otomano, Santa Sofía que es ahora otra mezquita, y que tiene menos minaretes que la anterior nombrada. ¡Gloriosas!

La zona donde están los hoteles es muy cosmopolita; según nos explicaron, el país se estaba preparando de mil maneras para entrar en el Mercado Común Europeo, para lo cual había abierto su mente todo lo posible a la vida de Europa.

Conocimos el famoso “Mercado de las Especias”, donde se mezclaban tiendas de comestibles: arroz, pistachos, dátiles y mil sazones con joyerías donde el oro abarrotaba las vidrieras. Ropa, Carne de corderos que yacían colgados en ganchos, verduras de mil tipos y pescados de mar, todo en secciones interminables. Yo, que soy amiga de regalar quería comprar todo. No era caro y les encanta regatear. Hablaban muchos idiomas, pero me manejaba bien con el italiano. El único inconveniente eran los chóferes de taxis. A pesar de ser musulmanes, y que su ley sagrada les impide robar, nos hicieron trampa con los billetes de liras turcas. Hasta que me atreví con uno y amagué llamar a la policía. ¡Nunca más nos pasó! Deben haberse pasado la voz: ¡Hay tres argentinas que se avivaron!

Finalmente pasamos a la zona asiática de Turquía. ¡Una maravilla! Contratamos un guía que era erudito en historia, hablaba perfecto español y era muy simpático. Así, en autobús comenzamos a conocer ciudades y pueblos que están en los libros de historia y hasta en la literatura universal. Conocimos Izmir (Esmirna), Troya con un enorme Caballo de Madera que nos remonta a la Guerra de Troya (queda a varios kilómetros del mar), Éfeso (eso relato aparte) y llegamos a la capital, Ankara.

Éfeso es un lugar mágico. Tiene hasta los antiguos baños públicos donde mientras hacían sus menesteres, hacían negocios, tenían charlas políticas y sociales, armaban casamientos y debatían problemas familiares, todos sentaditos entre hombres y mujeres. El agua corría debajo de los asientos de mármol y ellos campantes como en el living de su hogar.

Fue en Éfeso donde conocí la “Casa de la Virgen María y san Juan el Evangelista” que fue encontrada por una Beata Alemana. Es una pequeñita construcción de piedra, con una entrada y una salida, sin mucho espacio. Han pintado una imagen de tipo Cristiano Ortodoxo en las piedras y hay un mínimo altar para orar. Hincada rezando, sentí un empujón y caí de lado al suelo de pedregullo. ¡No tengo explicación, nadie me empujó, lo juro! Afuera hay una enorme piscina de piedras y una pared desde donde mana agua para lavarse y beber, imagino que es súper bendita. Se pueden prender velas blancas en un sector y la gente prende telas de color o blancas en un muro junto a una súplica o un agradecimiento. Me faltaban manos para sacra fotos que atesoro con amor.

Yo no quería salir de ahí, pero había que seguir, en los viajes el tiempo es oro y como decía mi madre: “Hija son dólares”.

Llegamos a Capadocia. ¡Dios, que locura! Es una ciudad milenaria excavada en las piedras donde habitaban seres humanos desde no se sabe cuánto. Luego se llenó de cristianos. Estaban reducidos a esconderse para no ser muertos por los “gentiles”. Con hornos, bodegas, lagares, iglesias, dormitorios, pasadizos que se cerraban con enormes piedras redondas como ruedas de roca para que no ingresaran los extraños. Pero estaban comunicados en cientos de pasajes internos con salidas de aire y entrada de agua a cisternas. El viento ha tallado algunas columnas que rematan en conos que semejan sombreros de enanitos de cuentos. Y el cielo…poblado de globos aerostáticos de mil colores que muestran desde el cielo ese mundo de enigmas y secretos. Místicos espacios destinados a hacernos meditar en la vida actual.

Me quedé con enorme deseo de viajar en esos globos. No pude hacerlo y me sentí mucho tiempo enojada conmigo misma por no atreverme. Verdaderamente una pena.

El regreso a Estambul, nos trajo a la ciudad pujante, llena de excelentes artesanos en cuero, las famosas alfombras y exquisitos platos de comida.

El palacio de los Emires Otomanos, son inmensos. Cientos de aposentos y cocinas y cuadras para animales. Lo más llamativo es el museo con las joyas de los emires. El trono de oro con incrustaciones de piedras preciosas, adornos para la cabeza recamados en oro y plata con esmeraldas de tamaños descomunales, sí, enormes. La daga del Sultan Suleiman El Magnífico, tiene tres esmeraldas y como cien diamantes, que debe pesar diez kilos. Sus anillos, prendedores y gargantillas son espectaculares. No me permitieron sacar fotografías. ¡Era lógico! Justo en uno de sus patios se desarrollaba una ceremonia oficial de militares turcos, todos vestidos de terciopelo rojo. La banda tocaba una música muy bella.

Luego fuimos a un monumento al Padre de la Patria del siglo pasado que hizo de Turquía un país  moderno. Mustafá Kemal Atartürk

Regresaría si pudiera.