lunes, 29 de julio de 2024

La compra

 

Las prendas caían una a una sobre la alfombra mullida. En la superficie suave y rosa-viejo iban quedando sus hermosos zapatos como balsas naufragas en un mar de color pálido y distinguido. Todo era calmo, sosegado, era su pequeño mundo, conseguido con escondidas lágrimas de mujer sola. El perfume exquisito de jazmines y diamelas con un toque de violetas, creado para ella en París, se dispersaba por todo el ambiente y con cada prenda, que ella dejaba esparcida por el largo camino a su mundo íntimo.

Llegó al dormitorio tan sólo con su ropa interior de encaje y seda natural y las medias, como única vestimenta. Estaba sola. Nadie la podía ver. Se tiró desmayadamente sobre su enorme cama. Tocó el timbre para llamar a su Tahita, que llegó con su suave y cadencioso andar, de inmigrante oriental. Comenzó a ordenar cada prenda sin pronunciar palabras. Acostumbraba a  adivinar las necesidades de esa señora tan callada que la apreciaba tanto. Luego se alejó para prepararle el baño con sales y perfumes.

Con un suave gesto se incorporó y se acercó a la  cálida copa marmórea llena  de espuma,  en la que hundió su cuerpo, tratando de recuperar esa sensación de ser una persona. Todo tibio como el útero materno. Apoyó su largo y estilizado cuello en el borde y se fue adormeciendo. Pensó  en el terrible esfuerzo que le significó lograr la cuenta y la firma del contrato de "Mikade,  Diamond yCia.". Los interminables viajes, las agotadoras reuniones con acuerdos, las negocies de todo tipo en New York, Hong Kong, Tokio y Buenos Aires.

Salió del refugio suave, húmedo y cálido y se recostó en una esponjosa cama, para que Tahita, le hiciera los masajes, que le devolverían su total bienestar. No pensaba, trataba de disfrutar el descanso y el momento de relax. Con un dedo del pie, encendió el moderno aparato de música, que completaba su pequeño placer doméstico. ¡ Ah, Wagner, el Magnífico!.

El suave ronroneo del celular, la sacó del éxtasis. No quería atender pero ella era de las que no se podía negar al trabajo. Apenas escuchó una voz, se incorporó crispada. Con el brusco movimiento se cayó el frasco de esmalte de uñas, estrellándose y dejando una extraña mancha roja en el mármol del baño, parecía sangre. Saltó del espacio breve y comenzó a buscar prendas de vestir desordenadamente. Sacó uno tras otros los vestidos y así, los fue desechando en el piso. Luego de analizar varios, se conformó con un ligero chemisier negro, que había comprado en New York. Se recogió el cabello en un desordenado rodete, se sacó dos anillos, el de esmeralda y el de diamante que la acompañaban siempre y sólo se puso un pequeño reloj sin valor. Tomó un abrigo y una cartera, que no combinaban con nada. ¡ Ella que siempre lo estudiaba todo y salía en las gacetillas de modas como la mujer mejor vestida! Tahita la observaba sin preguntar ni comprender. Nada dijo tampoco.

Francisco, el chofer, la esperaba en la puerta con el Mercedes como siempre. Partieron. Sólo le pidió que la llevara a su oficina. Entró, casi sin mirar ni saludar al personal, que sorprendido, la seguía con la mirada inquieta. En el despacho, abrió la caja fuerte y extrajo una gran suma de dinero, que colocó en una bolsa plástica. Regresó al auto y le pasó a Francisco, su hombre de confianza..., un papel con una dirección garabateada en lápiz labial. El hombre, sorprendido, le miró por el espejo retrovisor, pero calló y salió en busca del lugar indicado.

Cerró los ojos y un sin fin de recuerdos se le agolparon en la mente. Sintió un agudo dolor y un gran éxtasis. Recordó... su boda con Sergio, un joven industrial italiano, que conoció cuando hizo su tesis en Boston. La luna de miel en Jamaica y el regreso a Buenos Aires. La noticia de su embarazo que los conmocionó. El nacimiento del pequeño Gastón. Los años felices de su infancia con tantos momentos especiales. La pequeña angustia de alguna enfermedad infantil. El Amor. La entrega de ambos a ese niño inteligente y vivaz...

            La muerte de Sergio, que víctima de un infarto múltiple, la dejó con un turbulento adolescente.  Un imperio apenas incipiente. Las permanentes salidas y viajes, los días sin poder hablar, los fueron separando. Un día desde Berlín, Gastón le llamó por teléfono, pidiéndole una fuerte suma de dinero y despidiéndose. Ella creyó que era un nuevo capricho del muchacho. No lo vio nunca más. Lo buscó muchos años, gastó mucho tiempo y dinero. Había desaparecido de le faz de la tierra.

            -Señora... señora... hemos llegado al lugar indicado. Lentamente bajó el negro vidrio del coche. En la vereda  vio una joven muchacha, que corría hacia el auto con una pequeña de la mano. La puerta se abrió bruscamente, le arrebató la bolsa con el dinero. Impulsó agresivamente a la pequeña hacia el interior del vehículo y corrió hacia una moto, donde un hombre la esperaba. Una brusca maniobra, hizo que se subiera la visera del casco y los ojos llenos de odio, de su hijo Gastón, se enfrentaron con los de ella.

Salió como un bólido impulsado por fuego del infierno y desapareció entre la muchedumbre.

La pequeña niña, sollozaba en sus brazos, aferrada a un sucio osito de peluche, viejo y roto. Acarició su cabecita y acurrucando a la pequeña, besó su suave cabello despeinado. ¡ Pobre inocente! Acababa de comprar a su nieta.

 

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