Déjame incorporarme desde el silencio vibrante del suspiro.
¿Acaso hay sollozos en las tardes tibias de primavera o
al irte, te despides del gemido blanquecino de los álamos?
Un sol de escasos hilos verdes
luz que cae sobre la lumbre,
sobre la alfombra metálica de hojas otoñales, cae.
La montaña ríe con sus dientes de oro y
el viñedo se tiñe de jirones azules o naranja
Me han dicho...que
un hombre magullado por la ira del hombre
callará en la penumbra.
Allí, en el confín del horizonte, donde
nace un penacho de plumas de cóndor
estará la esperanza.
Una antorcha de miedo se irá extinguiendo
entre el rumor gracioso de los campos de trigo.
Y el vino, gran señor de los sueños, caminará entre piedras
con rumor de acequias.
El río tributario de marrones arcaicos seguirá el camino
con los pies descalzos
llagados de nieve y de granizo.
Habrá un hombre sin ojos mirando hacia el poniente y su cuenca vacía
cobrará en simientes las luces ancestrales.
Volverá en amarillos vinos bermejos, soñando el universo de ijares pétreos
un pan quedará seco como la tierra seca, sin agua y sin lágrimas de hombres
aparejando milagros tributarios de un cielo tutelar donde los dioses
nieguen su nombre al hombre con estirpe de parra y panes.
Vuelva el agua triunfante en vino nuevo.
La mesa permanece tendida con mantel de esperanza.
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