miércoles, 3 de julio de 2024

ISAURA

 

"Aunque no tengas todo lo que quieres, es bueno que quieras y cuides todo lo que tienes"

 

Para ese tiempo nadie le creía. Todo comenzó en el taller de la fábrica de camiones. Los hombres en la guerra y los que tenían algún problema de salud, en los galpones con las mujeres que habían quedado cuidando los hogares.

El país necesitaba que se fabricaran accesorios para jeep, para los tanques y los camiones. Cuando se oían las sirenas todos corrían a esconderse en unos refugios que había en los sótanos de los edificios. ¡Qué carreras insólitas! Elías, había tenido un accidente de chico y caminaba con mucha dificultad, pero las compañeras lo alentaban para que se apurara por los bombardeos. Había otro, que por ser sordos o miopes agudos, no estaban en el frente. Allí estaban los que servían en otros menesteres.

Las muchachas, trabajaban, se reían, hacían chanzas y molestaban a los más lentos y lentas. Así comenzó todo.

Un día a una de las mujeres, se le ocurrió hacer una especie de rifa como la lotería para ver quién llegaba antes al túnel. Puso un billete en una gorra y les dijo: "Cada uno pone algo y el que llega primero se queda con los billetes"... y comenzó la locura. Se empujaban, se pisaban y siempre trataban de dejar atrás a las más débiles o a los que caminaban con dificultad.

La jefa, Isaura, una bella mujer de unos treinta años, tenía que actuar de juez. ¡No me agrada! Pero lo haré si siguen trabajando bien. Fue otro tipo de guerra. Todos querían llegar primero no solo para cubrirse de las detonaciones, sino por los pocos billetes que se juntaban.

Elías, se había enamorado de Isaura. La miraba por una hendija de la máquina y ella no se había dado cuenta. Un día le dejó sobre la misa donde escribía las planillas una rosa, otro día consiguió un chocolate... que le costó un reloj de su madre; y así fue ella buscando quién era el que le traía esas cosas tan hermosas. Lo descubrió. Y su sonrisa lo dejó más enamorado que antes.

Los tiempos pasaban y se escuchaban los comentarios que pronto se terminaba la guerra y cerraban las fábricas. Cada uno a su casa. Lo que no sabía Isaura era que Elías, se había hecho adicto al juego.

Cada noche en la oscuridad del las calles del pueblo. Se juntaban hombres y mujeres a jugar a los dados, a las cartas y a mil estilos de juegos para ganar dinero. La mayoría perdía, Elías era uno de ellos. Cambiaban ropa, alhajas, herramientas, cualquier cosa para jugar.

Cuando se produjo el acuerdo de paz, Elías le pidió a Isaura se casara con él. Y la llevó a su casa. Donde aun vivía su madre y su hermana. Al principio fue una luna de miel, todo estaba sobre algodones de azúcar. Pero... él volvió a su amor. El juego. Salía en principio un día por semana, después día por medio hasta que iba todos los días a distintos lugares a jugar cartas y dados.

Para colmos, a un ambicioso se le ocurrió crear un casino y allí fue el peor momento para la pareja.

¡Elías, ya no respetaba ni a su madre, ni a Isaura que esperaba un bebé!

La muchacha trabajaba en una panadería y cosía ropa para una pequeña tienda que abrió después de la guerra. Cada billete él, se lo quitaba para jugar. A veces, muy pocas veces venía con un montón de dinero que le dejaba sobre la cama a su madre, a su hermana y a Isaura. Pero eso desaparecía pronto. Vendió la bicicleta, la salamandra antigua, el tapado de la anciana, el reloj de su padre... fue perdiendo hasta su propia ropa.

Las lágrimas de las mujeres calmaban un poco su desesperación por salir a jugar al casino. Nació una bella niña. La llamaron Esperanza. De noche lloraba y él, con su llanto se ponía furioso. Isaura se cobijaba con la hermana o la madre para que no le amenazara la beba.

Pasaron los años. Ya Esperanza tenía seis años cuando a la abuela le dio un fuerte ataque al corazón y las dejó solas. Luego la hermana se fue con su novio a vivir a otra ciudad. Isaura se quedó sola con la niña y Elías.

Una tarde que la madrecita estaba en la panadería, vio que venía la niña con un papel. Detrás un policía y un hombre de traje negro, chambergo y portafolio. Le entregó una cédula donde demostraba que un juez le daba una semana para que saliera de la casa por deudas contraídas de su esposo. Se desmayó. ¿Qué podía hacer, a dónde iba a ir a vivir?

Cuando regresaron a la casa y vieron algo extraño, el policía les pidió que se quedaran en la puerta sin ingresar. El hombre de la ley, siguió el olor a pólvora. Allí sobre el lecho estaba Elías con un arma sobre la sien y su sangre corría sobre la blanca sábana del lecho matrimonial.

No tuvieron fuerzas para sostener a Isaura que se desplomó en la vereda. Y así, muerto Elías, la deuda había caducado.

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