domingo, 14 de julio de 2024

EL ENCUENTRO

 


            Agazapado entre los escombros Lisandro observaba el ir y venir de las ambulancias y los coches policiales. Temblaba y un hilillo de sangre corría entre sus deshilachadas ropas. Esquirlas de vidrios y pequeños trozos de manpostería le laceraban la piel. Siguió acucliyado entre los cascotes y láminas de metal de las cortinas de los escaparates que habían volado por todos los resquicios de la angustiada calle gris y maloliente. La inquieta y frágil muchedumbre uniformada corría entre los cadáveres y los restos de techos y paredes del moderno edificio de la que fuera la "compañía" más admirada arquitectónicamente y poderosa en la ciudad. Un estruendoso silencio, verdoso y lascivo se deslizaba por el empedrado. Se observó las manos, aún tenía un pequeño "papel" con el número que entregaban en el ingreso para la atención de los clientes. Sonrió apenas y le dolió la mejilla donde una astilla de vidrio incrustada le había dejado un profundo hueco. Alguien se acercó y le ofreció gentilmente agua. Elevó la mirada y un calor ácido le cubrió la verguenza...¡Una exhausta mujer, gorda,arrebolada, con unos horrorosos ruleros hechos con cables y papel coronando su cabeza y una viejísima gabardina sucia de un color desteñido e impreciso, se había aproximado con una jarra de agua y un jarro de latón para ofrecerle a él, la frescura impensable del agua amiga ! Le agredeció en silencio y bebió ávido y se fue incorporando despacio. Una mano aferró la suya y comenzó a comunicarle una fuerza imprevista. Apenas atinó a elevar la mirada, era un joven de la guardia civil que lo ayudaba . Sacudió con delicadeza sus ropas polvorientas  y llamando a un viejo enfermero le pidió asistencia para él. Con fuerza desechó el ofrecimiento y comenzó imperturbable a caminar por entre ese frenético pandemonium que era la avenida. Nadie lo detuvo ni le preguntó quién era y qué hacía en el lugar.

            Pensó en el día que había aceptado participar del "hecho"..., recordó su llegada, él, confundido en la estación y su falta de preparación para el nuevo mundo de la ciudad. La miríada de pícaros chiquilines que lo rodearon oliendo al infeliz candidato para robar. Su sorpresa al ver a los jóvenes adolescentes vagos y desenfrenados con pitillos entre los vejados labios y a pequeñas niñas ofreciéndose para raros experimentos a vejetes infames. Siguió reptando como una cobra  por la ardiente calle a la fría luz del atardece , de vez en cuando elevaba la cabeza amenazadora en busca de un inexistente enemigo. Cayó como un incauto al principio, las pequeñas manifestaciones, las protestas estudiantiles y la enorme rabia contra esa sociedad que le clavaba hierros de acero fundido en el costado cada vez que atravesaba la plaza o el parque donde el alcohol hacían sus fiestas juveniles y de las otras. Tomó el tren al oeste en la penúltima estación se bajó y tomó un coche público hacia el sur y descendió cinco   calles antes del cruce. Tomó el tren al este y tambaleante , sucio, hambriento y aterrado entró después de caminar más de doce cuadras a la vieja y cálida pensión de estudiante. Se desnudó. Buscó el baño y allí descubrió que se había orinado y cagado como un bebé ; el agua caliente caía como un manto pacífico en su piel dolorida y extenuada. Se sintió limpio por fuera y por dentro. ¡Ya nadie podía reclamarle nada!  ¡Él, Lisandro,  había satisfecho al jefe del grupo anarquista  más peligroso del país ! Nadie podría desconfiar de un muchacho gris , de tan poca personalidad, de campo y sin antecedentes de ningún tipo. Ahora sería aceptado por todos.

            Cuando regresó al pequeño dormitorio observó en la pequeña mesilla donde estudiaba, un plato con comida que la patrona le dejara. Levantó el plato con el cual la mujer había tapado como recurso para proteger los alimentos y tomó parte del pastel de verduras que ya frío sirvió para provocarle unas terribles naúseas. Corrió al ventanal que daba a la calle y vomitó. ¡No era la comida, eran sus verguenzas o sus terrores dormidos!. Se tiró en la camá que apenas lo contenía y quedó profundamente dormido.

            Lo despertó un estruendo en la cabeza...en realidad eran golpes rudos que alguien producía en la puerta. Golpes secos y una voz chillona que trataba de decirle algo...¿qué me trae esta mujer? y dónde estoy  para que ni el terrible dolor de todo el cuerpo me quepa en la cabeza, en el pecho...en el alma. ¡Ah, un periódico...sí, ya le abro , perdone estaba tan dormido...!, ¡ qué tres días he dormido y no me pudo despertar , que se asustó mucho y casi llama a la guardia civil y que tuvo miedo por las cosas que se cuentan por allí...! Ya me voy a levantar y le cuento, me fue mal en un examen y me tomé unos tragos de jerez...eso es todo. Vaya tranquila.

 

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                        El día era espléndido, un frágil sol primeveral penetraba picarezco por los postigos. Lisandro se acomodó frente al desopilante texto para repasar unos difíciles conceptos filosóficos cuando escuchó la conocida voz de la dueña del pensionado. Un par de arrogantes y bien plantados hombres entraron junto a ella y con afable confianza lo abrazaron. Él nunca los había visto y no atinó a desprenderse del efusivo saludo, cosa que  ellos impedirían de forma áspera. La curiosa Adela cuidadora de sus pupilos, observaba condescendiente ante tanto cariño fraterno. ¡Qué lindos son sus primos Lisandro  !,dijo la mujer mientras satisfecha salía tras una apropiada galantería que la hacía perder la desconfianza y ganaba sus ansias desvergonzadas de vanidad en los labios hipócritas y serviles. El campechano crédulo comenzó a tomar conciencia de la irrazonable visita, observó al hombre alto, rubio de mirada gélida, que lo tenía atenazado del hombro y luego miró a quien le entregaba en forma prepotente un grueso sobre de papel madera, era de talla superior,con rudos modales,un bigote grueso y de un extraño color rojizo, el cabello no concordaba con el bigote...,comprendió quienes podían ser.

                        - ¡ Debes salir urgentemente del país. El "comandante" te tiene entre sus favoritos por eso te vas ! .Acá está tu pasaporte y dinero suficiente para que llegues al lugar que está indicado en el billete de 50 pesetas, y allí te contactará un "amigo".- dijo el rubio mientras se arreglaba el cabello mirándose al pequeño espejo.

                        -¡Nadie debe saber tu destino, sólo nosotros y el jefe ! - expresó luego- ¡cuídate, tu tarea fue impecable no la tienes que arruinar ahora !. Como llegaron partieron sin antes darle un amable saludo a la dueña de la pensión que merodeaba. Lisandro no los volvió a ver. Al día siguiente partió prácticamente con lo puesto, su tren lo llevaba a la frontera con Francia y dejar España le hacía asumir un adiós definitivo. Tomó el rápido  y a mitad de camino se apeó y resolvió viajar al sur, de cualquier manera si lo seguían creerían que su estrategia era  para despistar a posibles enemigos. Luego se embarcó en el "Regine" hacia un puerto latino americano, se cambió el apellido y el nombre, falsificó uno de los tantos documentos que le había dado la organización, y en ese barco de mala muerte nadie indagaba mucho por la cantidad de contrabando que transportaban. Así llegó a Río De Janeiro donde permaneció una semana. El calor y el caos de esa ciudad temeraria y hermosa le hizo pensar en viajar aún más lejos. Por tierra en un tren de mala muerte viajó a la Argentina, de ese modo conoció Buenos Aires, una ciudad cosmopolita que lo nombró: Alejandro Aguado y con ese nombre comenzó otra vida de sus tantas vidas...que ya iremos conociendo.

 

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                        El tren se movía con un triquitraque infernal. Como pudo llegó al coche comedor, se ubicó en una de las mesas y pidió un café, el mozo, un hombre grueso, tosco y moreno, lo trató con un desparpajo de "che amigo" y le alcanzó un pocillo que bailoteaba sobre la madera perfumada de la mesa.

            - ¡Calor jodido este, y tierra que me dentra por todos los augeros!- murmuró el hombrote de casaca sucia, mientras acercaba una azucarera de vidrio pringosa.-¿Y usted de dónde viene ?, en la Argentina todos pueden hacer su vida sin que los jodan...- se fue refunfuñando y sin esperar respuesta.

            La pequeña tasa con un café casi frío hacía cabriolas sobre un plato que contenía aún más líquido, con la cucharilla entre los dientes para que no se cayera trató de sostenerla, el plato se deslizó libre y alegre de un extremo al otro, con la otra mano intentó embocar con el azúcar blanquísima tan diferente a la de su patria, que era rubia como la miel. La mitad del café ya estaba perdido, la otra frío y con gusto a recalentado. Interiormente insultó al mozo, al país y a su destino. Comprendió que los trenes de su nueva nación, a pesar de ser manejados por ingleses, eran de muy mala calidad. Añoró su país y su pueblo. El traqueteo y el mvimiento era infernal   

            - ¡Eh, gallego pasame las media lunas, le exigió un muchacho de la mesa detrás de la suya!.-se las entregó medio imaginando lo que le pedían. Miraba distraido por la ventanilla ese interminable campo virgen apenas sembrado aquí o allá y pensó que Buenos Aires no había sido un lugar seguro  por eso volvió a huir. ¿Huía de esos compatriotas francos que lo recibieron con los brazos abiertos, que le dieron trabajo rápidamente y cobijo o de su miedo y verguenza?. Su mente se fue alejando hacia los días "porteños", el conventillo donde entró a vivir ayudado por uno de los marineros. La calle empedrada y la lluvia, los inmigrantes italianos, españoles, libaneses, polacos todos abarrotando las mugrientas habitaciones de la antigüa casona del bajo cerca del río. ¡Qué río, eso al lado del lánguido arroyo de su pueblo, era una caricatura aquello, el agua parecía comerse la tierra y esa negra masa de suelo parecía regenerarse por todos lados! . La gente, lo atormentaba el hormigueo incesante y el parloteo infernal en una babel de lenguas extrañas. Gente que se apiñaba buscando la "América", en trabajos infames.

             De repente entró al coche comedor un par de soldados malolientes y borrachos  que a los gritos pedían vino.Comenzó a mirar a su alrededor y a observar a la gente. El zagal que servía echó con seguridad a los ebrios. Y allí vio por primera vez a una muchacha que se arrinconó en el extremo del salón. Era muy rubia de sombrerito barato,un vestido muy pudoroso de mangas cortas.Escondida tras un libro evitaba mirar a los comensales. Trató de ver qué leía pero estaba escrito en una lengua desconocida, parecía griego o algo parecido. Trató de abrir la ventanilla de su lado pero un calor ardiente le entró con el aire húmedo, y un bochorno de polvo color terracota envolvió a todos . Alguien le gritó que cerrara y se apresuró a hacerlo. La joven levantó los ojos y un extraordinario minuto incendió su adormecimiento interior. ¡Qué ojos diferentes, eran de un amarillo ámbar con unas chispas de color negro que los envolvían!. Rápidamente bajó la vista y él se quedó esperando volver a mirarle esas joyas preciosas.

 

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                        Yurka Smilklar entró al coche comedor y se plantó frente a Irina. La estatura del varón era la de un gigante. Rubio casi de cabello blanco,de piel enrojecida por el sol y áspera por el trabajo duro del campo. Sus piernas parecían dos robles enormes, sus brazos eran gruesos y casi deformes por el permanente esfuerzo de levantar pesos. Habló en su idioma con rudeza pero suavemente.La hermosa muchacha se llevantó partió junto a él sin hablar. Cuando enfrentó la mirada de "Lisandro", éste percibió un tenue interés y agonizó quemado con su sonrisa que apenas dibujaba en unos labios finitos y pálidos. La siguió con todo su torzo hasta que desapareció tras la puerta. ¡Qué bella mujer! ¿Cómo haría para hablarle si el hombre seguro era su marido y podía triturarlo con sólo una de sus manos?. El que atendía detrás del bar silbó con un extraño ruido y dijo algo en una lengua que no entendió. Se levantó dejó unas monedas y se fue a su asiento. Se durmió al rato y soño con su madre.Un silbato estridente lo despertó .-Estación Las Perdices, media hora de descanso...- gritó un viejo ferrocarrrilero, mientras todo el pasaje bajaba desesperado para caminar por el andén. El calor sofocante y la tierra casi colorada envolvía a todos. Vio que la hermosa muchacha y el compañero bajaban unas valijas de cartón atadas con cinturones de cuero y un sin fin de objetos. Bultos de trapo y hasta ollas y un cajón muy grande que cuidaron para que no se golpeara. Allí tomó la inexplicable decisión de quedarse en ese lugar. ¡Total cualquier lugar era igual para un fugitivo. Subió al vagón y tomando su miserable equipaje, descendió como si supiera donde estaba. Se acercó a él uno de los empleados y le pidió ayuda para acercar el gran cajón de la pareja  a la que había seguido y sintió un salto en el corazón, así le llegaba la forma de acercarse a ellos. Con enorme dificultad corrieron hasta un carromato el bagaje y todo el patrimonio de esa pareja. Ellos hablaban un idioma inentendible y sólo atinó a preguntar adónde quedaba el centro del lugar. Había leído y escuchado que se llamba "Las Perdices" pero ignoraba todo sobre ese sitio. Los nuevos compañeros de viaje agradecieron con breves palábras casi guturales y tras un ronco: - ¡Che, Ruso,¿ Viajás hasta el pueblo o seguís a la estancia?- y después de una respuesta casi imperceptible 

se vio invitado a sumarse al carretón tirado por unos "pingos" que parecían sacados de un cuadro de tiovivo. Lo de pingos, lo escuchó sin saber bien de qué se trataba, hasta que aprendió.

                        Lo dejaron en una pequeña plaza de una aldea parecida  a las de su patria. Solamente que con más tierra y polvo suelto que el que había visto en su vida. El calor lo desmoralizó. Fue hasta un bar donde pesados ventiladores de techo removían tierra, aire y moscas a granel. Se sentó y pidió una cerveza fresca que cayó a su garganta como un regalo de Dios. Se quedó mirando por la vidriera y vio como la mujer rubia reía y hacía mil tareas ayudando al compañero. Partieron por una calle de tierra arenosa y desaparecieron entre el polvo. Pensó que eran rusos y los rusos eran gente trabajadora pero algo hostil. Allá en Madrid había algunos rusos que estudiaban , pero tenían ideas muy duras. El dueño del bar le ofreció una habitación siempre y cuando pagara por adelantado y aceptó. Así comenzó su vida en la provincia de Santa Fé.

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                        Como era rápido e inteligente consiguió pronto un trabajo en el silo del pueblo. Él que sabía leer y era muy bueno con las matemáticas era un candidato eminente para tareas tan complejas. No había muchos inmigrantes hábiles y alfabetos. El gerente del Banco de  Las Perdices  también de origen español, sólo que de un pueblito muy lejano al suyo, pronto lo hizo su amigo. Junto a otros "gallegos", como los solían llamar, formaban un alegre y ruidoso grupo de parroquianos en el bar jugando al codillo y al  "tute". Un día tuvo que aprender el mentiroso juego argentino, el truco. Así se fue asimilando a ese solar.

                        Una mañana pasado más de tres meses mientras bajaba unas bolsas de cereales en un negocio de acopio, se enfrentó con la mujer rubia y quedó casi petrificado. La enorme sonrisa de la joven y su pequeña mano tendida le coloreó la esperanza.

 

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