-Naides será dispreciado al convite,
dijo el Rito, hay locro para alimentar a una tropilla entera...- La peonada se
acercó esperando su comida. El Negro Eugenio, repartió escudillas y comenzó a
repartir el brebaje. Sólo un hombrecito se hizo a un lado y se acomodó lejos
del festín.
- Es don Tiburcio Peña, el hombre
dice que no pudo trabajar todo el día y que no le corresponde comer junto a los
otros.
- Déjese de joder hombre y métale a
la cuchara, acá hay para tuitos.
En vano había buscado a su familia.
Regresó. Se fue después de pelearse con su mujer y dejarla por años sola. Viajó
por países lejanos, conoció el hambre y la sed, pero nunca cometió delitos. Era
un hombre de ley.
Cuando llegó a su tierra, a su casa,
encontró otra gente. “No sabían qué
derrotero había tomado esa mujer con sus seis hijos. Le vendió la casa y se
fue. Simplemente, sin pedirle la dirección u otro dato, se quedó a vivir en la
que fuera la casa de ese señor gastado y ojeroso, de piel curtida y raramente
vestido.
Se alejó sin decir nada, no tenía
derecho a reprochar nada. Su huída era suficiente, incluso, para que
Cuando
podía hacía todo el día, sino se consolaba con media jornada. El tema era
dormir en un lugar seguro y limpio. Ya conocía él, lugares lúgubres y
peligrosos. Recordó en Marruecos cuando lo asaltaron unos nubios. Si n o lo
ayuda un moro, estaría muerto. Y cuando llegó a Cádiz. El bote era un infierno
de africanos en destierro. El hedor maldecía su nariz criolla. Pudo reconstruir
su vida con muy poco y regresó con la esperanza de encontrar los hijos. Pero el
tiempo es cruel, como fue él con los muchachos.
-Tiburcio
Peña, ¿no tiene un hijo dotor en la estancia “El Resplandor”?- ¿Rito, cómo se
llama el dotor de la casa de Los Hornillos, ese que curó al cura cuando el año
pasado se cayó del pingo mañero!!!?
El
corazón del viejo dio un brinco. Sudaba gris agriado por la duda. No podía
soñar con encontrar a su familia. No lo merecía. Era un cobarde. Pero se quedó
callado, mientras los trabajadores hablaban. –Se llama Tiburcio Peña, igual que
usté. –
La
mirada intrigada de la peonada se posó en el viejo. ¡No puede ser, dijo el
Rito, mírese la pinta, parece un pobre diablo!
-Ni
me lo diga, tienen razón, no valgo nada. Disculpe, ¿Cómo es el muchacho? Diga.
Es
alto como el Saverio, robusto y tiene una mirada despierta. Se casó con la niña
Eugenia, la hija del dueño del Resplandor. Tiene como cuatro cachorros, dos
hembritas y dos machitos. Yo lo conozco bastante por mi mujer, que lleva su
enfermedad a cuesta la pobre. Él, la ayuda mucho. Es bueno y se sacrifica por
toditos los paisanos del valle.
El
silencio lo envuelve, lo miran con sonrisas hirientes, ese tipo no tiene un
hijo médico. Es nadie.
Come
en silencio y terminado el convite se aleja saludando a la gente. ¡Buenas…,
adiós a todos, sigo mi camino! Pero en el fondo el corazón palpita. ¿Tendrá el
valor de encontrar un hijo?
“El
Resplandor”, no queda lejos, a seis leguas, más o menos. Irá como por descuido,
acercándose sin apuro y sin mostrase. Rito y los hombres quedan opinando. Nadie
sabe qué puede pasar. ¿Será hijo del viejo?
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