Marcela estrenaba esa noche el famoso traje de seda que le había traído de España, la tía Talía. Parecía un ángel con el nácar pálido de volados envolviendo su cintura breve.
En la sala, brillaban las luces multicolores del árbol de navidad. Al pie, un sin fin de envoltorios relucientes anunciaban el alboroto de las próximas fiestas.
Ese día, su fiesta de egresada, le conferían un status diferente. El de haber logrado un diploma de licenciada en psicología y salir por fin de la etapa de "estudiante", para ser profesional.
La cabellera casi infantil, caía sobre la espalda libre y el vuelo de la falda le envolvía las piernas algo deformes por tanto estar parada y por resultado de una polio que le dejó secuelas indelebles. Nada parecía preocuparle. Su fácil sonrisa atraía la mirada curiosa de los muchachos del pueblo.
Cuando entró en el salón donde se desarrollaría la ceremonia de entrega de diplomas, varios rostros se voltearon a mirarla. Estaba espléndida, algo arrogante y seria. Igual, buscó la butaca donde un cartel tenía su nombre: Marcela Morelo. Se ubicó entre dos colegas. Y en silencio esperaron el ingreso de las autoridades. Atrás, en unza zona dispuesta por la superioridad de la facultad, sabía que estaban su madre, su hermana Josefina y la tía Talía. No imaginó que entre las sombras un hombre la estaba observando. Era su padre que la había abandonado de pequeña.
Ingresaron las autoridades y comenzó la agotadora ceremonia. Ese año habían egresado cincuenta y ocho estudiantes y a cada uno se le entregaba, después de los discursos, un diploma y una medalla recordatoria. Marcela advirtió que a algunos alumnos los aplaudían más que a otros y sonrió pensando Cuando me nombren: ¿Qué pasará? Y al nombrarla fueron muchos los aplausos. Eso la llenó de alegría. Al subir al escenario su cuerpo juvenil, se destacó por el bello vestido de fiesta de sed color lavanda que le daba un maravilloso aspecto de modelo de revista de moda.
Recibió ambos objetos y cuando estaba por descender, el secretario del decano, que actuaba de locutor... dijo: "¡Por ser la alumna más destacada de este ciclo, con un promedio de nueve ochenta, se le entrega una medalla de honor!"... La sorpresa la dejó anonadada. Ella no tenía idea que su esfuerzo había sido refrendado por la universidad.
De pronto vio que todos los compañeros se paraban y aplaudían. Y apareció por el pasillo central un hombre con un enorme ramo de rosas que se acercó a entregarle en los brazos. ¡Así, conoció a su padre! Marcela quedó radiante. Atrás su familia, la que la había apoyado toda la vida, sollozaba de emoción. Mas, su madre lloraba de rabia. Ese hombre jamás le ayudó a contener, alimentar y cuidar a sus hijas. Marcela, agradeció con breves palabras las atenciones de sus profesores, decano y familia y agregó: "Gracias a este señor que me entrega unas bellas flores y que imagino es mi padre, a quien recién conozco". Un estallido de aplausos cubrió la huída del hombre, que sólo esperaba el agradecimiento cuando se aventuró a estar presente cuando su hija había logrado superar todos los impedimentos que la vida le había puesto en el camino. Él desapareció sin dejar rastro.
Marcela descendió y un brillo inusitado envolvió a la muchacha que había logrado ser la mejor alumna. El vestido la envolvía como a una vestal y varios muchachos pensaron... mañana la invito a salir a cenar.
Ella solamente buscó a su madre y abrazando a su tía, les agradeció todo lo que en silencio le habían dado toda la vida.
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