viernes, 18 de octubre de 2024

DIGNIDAD DE MUJER

 


            “Con cada sonrisa que desparramo, planto una flor con color de esperanza”

 

            La guerra había amenazado con su furia a un pueblo pequeño. Desde la altura del minarete de la mezquita se podía ver el humo que se desprendía de las casas quemadas y arrasadas. Ságar, un campesino oraba con mayor fortaleza esperando que ese horror terminara. Pensaba en su mujer, la joven Narine y en sus hijos, que aun eran pequeños, pero que seguro se llevarían si llegaba el ejército a buscar hombres. Él, ciego de nacimiento, solía dar gracias a Alá su Dios, por haberle evitado tener que ir a matar hermanos. Cada amanecer escuchaba más cerca el ruido espantoso de los cañones. Cada tanto oía que se acercaba alguien y escondía a su familia en un pozo profundo que había en la casucha y que tapaba con extremo cuidado con una raída alfombra de oración.

            No cocinaba con especias para evitar curiosos. Hervía agua del pozo y allí ponía un puñado de arroz  con algunas legumbres. Nada que pudiera ser codiciado por seres malignos. Su primer llamado a orar era antes del amanecer y aprovechaba para oír con mucho cuidado los ruidos de alrededor de la casucha, luego buscaba una de las pocas cabras que le quedaba y le extraía leche para hacer cuajada y quesillo. Finalmente cuando sentía el canto de ese pájaro tan misterioso que le avisaba la salida del sol regresaba a fabricar cestas de mimbre.

            Una tarde cuando estaba orando sintió ruidos sordos y supo que llegaban. Como pudo hizo lo que debía, esconder a su familia y seguir orando. Un golpe derribó la endeble puerta y entraron. Sintió el frío de un arma en su espalda. Siguió rezando las aleyas que murmuraba desde niño. Lo golpearon hasta desfallecer pero no hizo nada. Alá, el misericordioso, le exigía ser muy astuto. Revolvieron cada rincón, cada cesto, cada trasto. Le arrancaron lo poco que tenía para comer y luego le dispararon sin que el impacto le hiciera más daño de lo esperado. Quedó vivo, medio muerto, pero había logrado ocultar a su familia.

            Se fueron gritando y enarbolando armas que disparaban al aire. Cuando el silencio cubrió la casa, como pudo sacó la alfombra y abrió. Su amada mujer había logrado  mantener la calma y anegada en lágrimas le hizo tocar con sus ásperas manos el cadáver de su pequeño al que un proyectil que había perforado el piso arrebató la breve vida. Se abrazaron  Ságar y Narine, ella lo limpió, le cubrió con cenizas las heridas y al oscurecer en el profundo silencio enterraron al bello Jarub de 4 años. Ella se armó de fuerza y acompañó en su dolor al resto de su familia, en especial a su esposo ciego.

            Cada vez que sus hijos la miraban, su dulce sonrisa, era un mensaje mudo de amor y esperanza.

 

                                               Los valientes campesinos de Siria, siguen defendiendo la paz y el amor que necesita cada ser para sobrevivir.

 

 

 

 

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