miércoles, 23 de octubre de 2024

REFUGIO PARA LOS TIEMPOS DE SOMBRA

 


            La semi penumbra de la habitación tenía como referente una desastrosa maraña de objetos desparramados, sembrados por todos lados como la textura de un tapiz moderno. Las paredes con manchas de moho, tierra, sangre y manchas de pintura con palabras infames y grafitis escritos bajo la influencia del alcohol y de las drogas. Cuando  entré, el olor fétido me descontroló por un instante pero ya estaba acostumbrada a ese tipo de recibimiento. No era la primera vez. Me mandaban siempre  con la seguridad que nadie me agrediría o me daría una golpiza. Allí me conocían, casi era la única asistente social que frecuentaba la zona y aún  ese edificio casi abandonado, pero lleno de "ratas de la calle", ese pequeño infierno era hoy un pandemonium. Me puse un pañuelo en la nariz y me lo até en la nuca. El penetrante olor a orina y a materia fecal me penetró por los pulmones y me hizo dar arcadas. Me acerqué arrastrando bultos con los botines, hasta una ventana y con mucha dificultad la entreabrí. Allí parada era realmente anacrónica. Pero logré sobreponerme al asco y comencé a buscar...habían cuerpos anestesiados por el haschid y hasta sentí el olor agrio del opio. Entre ese nudo infrahumano encontré lo que buscaba. Una pequeña figura desdibujada, apretujada e inmóvil con un bebé en brazos me apresuró. El efecto de la luz había logrado incomodar a algunos cuerpos que movían sus débiles manos como pidiendo, suplincando mejor dicho que cerrara la ventana. Traté de avecinarme a la muchacha y al niño. Una mano agarrotada se prendió de mi pantalón y me impedía continuar con mi tarea, la desprendí sin pudor.

            La muchacha no podía sostenerse en pie y yo sólo tenía fuerza para arrastrarla entre esa masa de seres desarticulados. Alcé al niño y comprobé que aún respiraba. Pensé en huir dejando a la madre en el lugar pero mi vocación es más grande que mi repulsión. La tomé por debajo de las axilas y como pude llegué hasta lo que parecía era una vieja cocina. Una mano me tendió como suplicando ayuda, una jeringa mugrienta y vacía... le hice una suave caricia...era casi un niño. Al entrar en ese cubículo lleno de vieja vajilla rota y roñosa, donde unas ratas famélicas corrían por los pocos muebles que quedaban del antiguo esplendor, logré abrir un grifo y con suave y dulces gestos mojé el rostro de la pobre desdichada. El bebé comenzó a sollozar con las últimas fuerzas que le quedaban. Logré sacar un poco del sopor a la joven mujer y le obligué a escucharme: - Mira es necesario salvar al bebé, sólo con tu ayuda yo puedo salir de aquí sin problemas. Él, ya casi no tiene aliento y el hambre le impide defenderse. Ayuda a tu hijo.- y comencé a sacudir con movimientos rítmicos a la pobre infeliz. La muchacha intentó pararse pero no tenía fuerza y con voz entrecortada casi como suspiros me pidió que me llevara al niño pero me rogó que le dejara dinero para otra dosis y la dejara allí.


            La  envolví como pude con mi campera y atravesé la estancia hacia lo que fue una puerta, la joven se arrastró detrás mío como pudo. El horror marcado en los ojos la hizo intentar regresar pero mis fuertes manos se lo impidieron. Llegamos a la calle y el aturdimiento la dejó paralizada, así estaba de  enferma. Con un silbido que había aprendido de chiquilina con mis hermanos logré parar a un taxi, que con mucho desagrado nos recogió como si fuera excremento humano, a ella y a mí, la asistente social. Al llegar al hospital ya una camilla esperaba con todo el material para resolver el grave trance. El bebé entró en urgencia a terapia intensiva y la madre atada a la camilla fue a parar a una sala especial. Luego tuve que hacer la típica llamada a la familia. Generalmente no aparecía nadie a buscar esos seres olvidados. Esperé un rato y recibí la enorme sorpresa ...llegó una familia completa, desesperada y trágicamente unida por el dolor de haber perdido a uno de sus seres queridos. Reencontrala era para ellos algo inesperado, besaban mis manos  y suplicaban a los médicos salvaran la vida de su hija y su nietecito.

            ¡ Ellos no comprendían bien cuando se había roto el diálogo con su hija, tal vez fue el producto de una vida llena de compromisos !         

            Un anciano de figura patriarcal llegó tras ellos en un moderno automóvil y comenzó a desplegar dinero entre todo el personal.

            Pronto llegó un abogado y con él un joven con aire de intelectual y muy exitoso empresario. Quiso ingresar a la habitación de la recién rescatada enferma pero yo tenía una orden del juez de impedir que nadie la interpelara antes que él.

            Llorando el hombre le suplicó que lo dejara que viera a su joven esposa y a su bebé. Muy sorprendida le pedí tiempo y calma. ¡No entendíamos nada!

            Un médico entró junto al juez y con ello se empezó a deshilvanar la trágica historia. La cara de terror de la casi lúcida muchacha y las demandas de socorro nos pusieron frente a un hecho insospechado. El tan lloroso marido era un sínico que la maltrataba hasta límites incalculados. Incluso frente a las hábiles preguntas del juez supimos que incluso le había tratado de sacrificar al hijito. Así había huído y cayó en esa trágica casa de drogas, refugio de seres atrapados por dramas y desamor.

             Quién llegara como un ganador salió huyendo. La infeliz, apoyada por toda una maraña solidaria comenzó un penoso y terrible camino desandando el infierno vivido. Mucho les costaría lograr que el malvado pagara con la justicia sus culpas. El dinero puede tapar hasta la mayor de las infamias.

            ¡Cuándo el miedo reina sobre la vida...ésta se hace intolerable y toma rumbos imprevisibles!.

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