¡No te creas que tendremos un festejo, será diferente! El cielo está surcado de fuego y no salimos de esta historia que trae la vieja crónica de los libros. ¡Vinimos a la tierra prometida buscando estar mejor que en el país del sur, pero acá se ha transformado en lo que ves, un perpetuo odio de los países vecinos! La anciana caminaba con un andador arrastrando su pierna encogida por la artrosis. Nunca imaginó que se quedaría en ese pueblo tan cercano a la línea de guerra con el país vecino. No imaginó, tampoco, que en menos de un par de años perdiera el compañero de toda su vida. Ni imaginó que sus cinco nietos quedarían a su cargo porque el deber de servir al nuevo estado como soldado a su hija. A su yerno lo habían matado en una emboscada unos insurrectos. Fue un verano insoportable. Con cuarenta y ocho grados de calor, sin una gota de lluvia, fue designado por un jefe a recorrer una zona peligrosa. El jeep, saltó por los aires con una bomba que salió de la nada. Todos murieron y las exequias fueron muy conmovedoras.
Sin embargo, ella esa mañana, lustró el candelabro, buscó las mejores velas en el mercado. Compró un trozo de carne de carnero y una botella de vino. Hiervas amarga, para festejar el Año Nuevo. Buscó en su placar un vestido que ahora le quedaba enorme, se peinó como lo hacía cuando llegó a su nueva y vieja patria y esperó festejar la fiesta. Cuando llegaron los niños al departamento, se sorprendieron ver todo tan bonito. ¡Hoy vamos a olvidar los malos tiempos! Cerró la ventana y fueron encendiendo cada candela uno a uno, se sentaron y cantaron unos salmos. De repente, la sirena... avisaba que un nuevo atentado con misiles llegaría por ahí. El estallido no permitió tomar conciencia, que no había la abuela había olvidado que no hay ventana que resista el odio.
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