Había nacido debajo de una higuera en medio de un descampado del campo. La madre era alcohólica y no tenía otro lugar donde tenerla. El padre... bueno sería cualquiera de los obreros golondrina que pasaban por la época de cosecha. ¡Nunca lo supo!
Era muy morena y peluda. A veces la dejaba envuelta en unos trapos de limpiar pisos que sacaba de las casas donde lavaba. Nunca le dijeron nada y había una patrona que le regalaba comida buena y ropa para ella y para la beba. Como se llamaba Asunción le puso ese nombre. Cuando la señora lo supo, le dijo que la trajera al trabajo, que ella la iba a ayudar y hasta la hizo bautizar el día que un primo de la señora, que era cura, vino a comer a la casa cuando ella estaba lavando en el fondo.
Nunca le faltó comida ni leche. Hasta que se fue haciendo
grande y la patrona se mudó a un barrio donde no la dejaron entrar. Así perdió
a su benefactora, su madrina. Pero
Aprendió a defenderse de todos y de todo. Cosechaba aceitunas, nueces, uvas, peras... lo que le permitiera vivir y comer., todos creían que era varón. Pelo súper corto, ropa masculina que le daban en el merendero y zapatos de los que encontraba en el basural. Como sabía leer, recogía los diarios y libros que encontraba. Y muchos la respetaban porque sabía hablar bien y se defendía con argumentos que ni ella a veces sabía cómo le salían frente a la prepotencia de algunos manda más, que intentaban "conchabarla" mal.
Recordó una charla que había tenido con su madre siendo una niña de unos doce años...- Mirá Asunción, yo soy muy bruta. Nunca he sabido nada. No sabía lo que era una sanguijuela, has había visto en una charca cerca de la higuera y se las llevaba a una curandera. Pero descubrí que estamos rodeados de esos bichos. Son en apariencia unos caracoles sin casa... pero son bichos astutos, con forma humana, dignos de los peores animales. Son como las serpientes. No las ves, pero están ahí, enroscadas, quietas, entreveradas entre los que parecen normales, esperando cuando te acercas para clavarte sus venenos o simplemente sus dientes. ¡Cuidado, parecen inofensivas pero pueden ser muy dañinas! Me refiero a hombres y a veces a mujeres.
Y ella, siempre se cuidó de las sanguijuelas, de las venenosas. Tuvieran o no tuvieran casas lindas o ranchos que se venían abajo. Trabajó mucho y juntó como para irse de la higuera. Cuando se fue no se llevó casi nada. Quería dejar atrás su historia, esa vida de dolor y desamor.
Llegó a una pensión de la zona norte. En la calle, había uno que otro negocio donde podía pedir trabajo. Esperó unos días, se arregló de acuerdo a como veía a las otras mujeres que estaban en la pensión. Y se presentó en la panadería, con un vestido azul y zapatos negros. El patrón era un señor de unos sesenta años, algo calvo y un poco obeso. Rubicundo y de ojos pequeños que se perdían en unos párpados gruesos. -Comenzás mañana. - y a la siete en punto se presentó. El horno chisporroteaba en la sombra del amanecer. Le dieron un delantal blanco y una corra. ¡Imposible ir con el cabello sin cubrir! Luego la metieron en un rincón junto a una máquina sobadora de masa. Y fue aprendiendo a hacer pan. Una mañana apareció la esposa del patrón. Una verdadera "bruja", flaca y fría como el hielo de la conservadora. Ojos negros que parecían incrustarse en la cara de los empleados. Le tenían miedo.
- ¡Don Rómulo está engripado y no vendrá por varios días!- dijo la doña. Y ahí supo que su madre en su ignorancia decía muchas verdades.
-"Mira hija...a veces hay personas que te envuelven como arañas en una suave seda parecida al encaje." "¡No te dejes atrapar, intentarán atraparte y extraerte toda la "vida", los sueños y hasta intentarán atrapar tu alma, es su naturaleza, la de las arañas ponzoñosas"! - Así era esa mujer, parecía una dulce y graciosa cuando le hablaba, pero si te dabas vuelta te hincaba unos dientes afilados. Era avara y despreciaba a sus empleados, los sobrecargaba de tareas y les quitaba con cualquier pretexto parte del sueldo. Gritona, mezquina y sobre todo mentirosa. Aparentaba frente a los clientes que trataba bien a los ayudantes de cocina, pero por detrás los insultaba con palabras no reproducibles. Hasta que un día la vio que le sacaba el dinero de la caja a su esposo. ¡Eso la indignó! Si el hombre era bueno. Y otro día la vio con otro tipo en una posición muy comprometida. ¡No dijo nada, pero esperó la oportunidad y se lo dijo! La mujer se encrespó pero le rogó que no le hablara a su marido.
Ella no quería perder el trabajo y aceptó callarse, pero no volvió a meterse en la oficina de la panadería por el tiempo hasta que regresara el dueño. Ella desapareció, y lo dejó sin un peso en la cuenta. Asunción, se preocupó para ayudar en todo y así don Rómulo se pudo resarcir y volvió a tener bien llena la panadería.
Hasta que llegó el patrón se cuidó mucho. Su madre era sabia. Y con gran esfuerzo logró cambiar su vida y su historia... pero eso es otro cuento.
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