martes, 31 de enero de 2017

EL AVE

 

                        Enredado en el encaje
                        de mi almohada,
                        encontré una poesía.
                        Yo dormida, y el amor
                        revoloteando en mi ventana,
                        en la forma de un ave, que venía
                        trayendo aromas de magnolias
                        y suspiros.¡Qué candor!
                        Con sus alas ,mi frente perlada,
                        acariciaba y  mi silueta,
                        mi piel, mis ojos y en su calor...
                        el plumón suave, me decía...
                        ¡Abre tus brazos, que ya llega,
                        quien ha de darte el agua fresca,
                        que calmará tu sed de paz
                        y de ternura...!
                        Más mi conciencia,
                        despierta ya, de tal delirio,
                        dejó que el ave echara el vuelo
                        y se perdiera en un cielo color
                        azul violeta.




XXVIII POEMA

Caí, a los pies  
 lentamente
sin palabras que encierren una queja de niño derrotado
la espera
la soledad
que nos carcome     pequeño niño de manos abiertas a la nada
manos ardientes
lágrimas
desasosiego.
Caí, a los pies el duende de tu infancia
sin alas. Boca cerrada. Muda.
Hay una sombra hostil que corrompe, corrompiendo
tu nombre, tus palabras de amor
tu mirada asustada,
tus manos torpes de caricias.
Pobre con toda pobreza por pertrecho.
Casi    niños adultos muertos, antes, ahora
todo es posible
entonces
un pedazo de ala rota caerá
a los pies de mi árbol de la vida
sin zapatos...ni tiempo.
Mañana, tal vez mañana vendrán
los ángeles  a jugar con nosotros
nuevamente volverán los sueños de la infancia
con los cuentos populares
dejaremos de ser niños derrotados.


CARNAVAL EN SANGRE Y FUEGO


            Sintió el sonido febril de unos tamboriles en las adyacencias. Era carnaval y su pueblo amaba esa fiesta pagana. Despertaba la sangre negra escondida por siglos. Se asomó a la ventana. La mujer con su rostro descompuesto de ira, rompió el cristal de la ventana para que el sonido se acercara a sus oídos exitados. Su sangre fluía a borbotones por sus piernas sin poder sacarse el deseo de su hombre. Un agudo calor le atravesó el vientre. ¡El carnaval había llegado trayendo los recuerdos de su juventud ! Sintió el aire fresco de la mañana en su rostro alegre. Su corazón sonaba como los tambores. Se estaba muriendo envuelta en el fragor del ritmo loco.
            Había conocido a un dios robusto, amante caliente y fervoroso en una tarde en Copacabana, en la rua. Ella estaba vendiendo su cuerpo como siempre desde su más tiena pubertad. Lo miró. Sus ojos se metieron en un mar bravío. Silencioso como dios pagano la arrastró hasta un hotelucho. La amó desesperadamente. Se fue dejándole una soledad desmesurada. Ni su abandono en la infancia la dejó tan desnuda de calor humano como esa tarde. Sintió que ya nunca podría amar a otro hombre. Se emborrachó como hacía mucho no lo hacía y volvió a la calle. Rodó. Rodó. Moría en cada sexo que penetraba su fantasma. Ya estaba muerta.
            Tal vez al conocer a Oliverio comenzó a resuscitar. Era un hombre calmo. Bueno. Se fue con él un día después de una tormenta. La fabela le apretó el silencio. Le llenó de gritos y de risas. Pintó sus carnavales con ráfagas de fuego. Pero en medio del extravío ensoñaba con su dios perdido. Una lluvia de estrellas conectó su mundo con la vida. Se quedó embarazada. Una mañana descubrió entre sus brazos morenos a su niño. Regocijó su espíritu. Cantó su alma. Canturreó y armó batucadas nuevas en su cuerpo exuberante. Alimentó de las calles a sus hombres con hombres que mantenía a distancia de cien fuegos. Era feliz a su manera.
            Una noche sucedió...encontró a su dios perdido. Estaba solo y borracho. La caschaza rebotaba de su aliento afiebrado. Habló como no hubiera hablado con nadie. Ella lo amó desesperadamente. Sabía que nuevamente lo perdería. Las ruas lo tragaron como entonces. Ella ya no era la niña de alquel tiempo. Tenía cien años en su rostro. En su alma milenaria no cabía esa pasión. Regresó al alba y la esperó la tragedia. En su ausencia la fabela se había incendiado y murió su hijo. Quedó petrificada de dolor. Oliverio buscó ayuda. Estaban tan sólos como los pobres solos de las fabelas violentadas. Vinieron a llevarlos a un refugio y ella fue como una muñeca moribunda. No podía respirar por la tristeza. No tenía esperanza.
            Se acercaba el carnaval. Despertó una mañana con un mal presagio, esa era su última mañana de carnaval. Sintió el bravo sonido de los tambores que esta vez le anunciaban la muerte.


CUENTO

JUNTO AL MAR EN LA CASA DE LOS SUEÑOS INFANTILES.
Cerré la celosía que detenía el suave viento del mar. Corrí el visillo de encaje que enhebró la mano rítmica de tía Virtudes, en largas tardes de ensoñación esperando un amor esquivo. Tapé, así, mis miedos. Las nubes, sobre la casa eran gárgolas glotonas de humedad. Se deslizaban entre las oscuras olas. Buscaba con la mirada atenta a Teresa, mi hermana menor, que siempre leía embutida en una capa de cachemira. Parecía un murciélago rosado, envuelta en su alas tibias. En el regazo el infaltable libro de literatura de terror que le absorbía el tiempo y el seso. Su alegría juvenil había peregrinado hacia la nada y se iba agotando con cada uno de ellos, sus libros. La busqué y allí estaba, sentada junto a la chimenea. Miré en mi interior, escudriñando en la memoria.: ¿Cuándo comenzó esta manía en Teresa? No encontré ni el cuándo ni el cómo, pero su carácter había cambiado a uno francamente irritable. Ya no era la muchacha amable  y juguetona que creció en nuestro hogar para enamorarse y formar una pareja.
                        Mis padres nunca permitieron que nos llegaran rumores de hechos desgarrantes o fatales, de boca de mucamas o institutrices, hechos que nos provocaran miedos. Ya que su infancia había sido triste-“ acorralados con horrores, con demonios descomunales, brujas instigadoras” que depredaban su inocencia, no aceptaban eso para nosotras. Las niñeras, guardianas justicieras, que los cuidaban, les relataban historias de horror o los encerraban en los cuartos del planchado, en alacenas oscuras, en buhardillas polvorientas o baños gélidos, castigando sus picardías de niños. Tal vez rememorando aquellos miedos, papá nos llevaba al campo. Nos permitía andar descalzas corriendo libres por la gramilla, cara al sol y a la vida que nos regalaba su esperanza. Así nuestra cabeza descubierta se abría a los sanos pensamientos y juegos de libertad.
                        Mamá nos leía en las tardes frágiles historias de amor con finales felices donde siempre “cazaban perdices”. Nunca escuchamos cuentos de ogros o dragones. Así llegamos a la edad en que imaginábamos un mundo desconocido y tía Virtudes nos regaló una colección completa de libros de aventuras. Los filibusteros, magos y fantasmas nos permitieron atravesar al otro mundo donde siglos de historias fantásticas cambiaron nuestra visión de la vida. Recuerdo que imaginábamos maravillas, que hoy sabemos  son imposibles.
                        Ellos, mis padres, partieron sin avisarnos. Un día papá quedó en su sillón rojo, como un león dormido. Su cabello apenas alborotado y su mentón acariciándole el pecho. Así quedó, sin hacer ruido, mirando el más lejano rincón del universo apoyando el silencio de su voz alegre en la algarabía de las flores del jardín que él cuidaba. Mamá lo siguió desplegando sus párpados de pájaro asombrado que buscaban a su amado, en los acantilados que rodean la casa natal. Caían ahí las finas gotas de lluvia del otoño. Los suspiros que se desparramaban por todos los rincones de la casa, no habían despertado inquietud a nuestro estupor adolescente cuando inició el prolongado viaje de la muerte, al encuentro de papá. No sabíamos cuánto se podían extrañar.
                        Virtudes, aceleró su partida con el malhumor de la soltería inapelable. Quedamos como las aves huérfanas en la tempestuosa soledad de una mocedad incómoda e inútil. Solas en la vieja casa paterna, Teresa y yo, sin saber qué hacer para mantenernos.
                        Pero pasó un hecho inenarrable... había salido a escuchar mi ópera favorita cuando tropecé con un apuesto hombre maduro que me habló con la soltura que le daban sus años. Valentín, era uno de los tenores que pertenecían a la comedia operística.  Me dio una clase de música, tema que yo amaba. Me enamoré de inmediato de es hombre apuesto, de finos modales masculino y fuerte. Venía él a casa con ternura y sorpresa por nuestra soledad y cariño. Yo había descubierto el amor.
                        Con Teresa, él, creó una corriente de simpatía, macerada en el interés de ambos por los libros con historias de terror. Mi hermana comenzó a transformarse. Se ensimismaba, estaba extraña, silenciosa a veces, locuaz hasta lo impertinente otras, brillaba u opacaba. Era insoportable. La casa parecía vacía, sola yo con mi amor y los recuerdos. Buscaba a esa hermana que solía sentarse en el piano interpretando a Schubert, Strauss o Chopín , pero encontraba una mujer inmóvil que libro en mano permanecía quieta. La rutina me alejaba de los sueños. Merodeaban palabras de papá, mamá y Virtudes, compañeros amables de todo tiempo, a pesar de que no tenía sus queridas presencias. Si hablaba con Teresa no obtenía respuesta, pronto se marchó sin decir a dónde. Era invierno y Valentín había partido con su “trupp” de ópera a otros países. ¡Estaba tan sola!
                        El sol azotaba las enredaderas de la terraza. Un ruido escandaloso de pájaros envolvía la tarde. La lluvia fina empapaba la tierra que despedía perfume de romero y barro. Mi tristeza desplegaba harapos en las cornisas de la casa empastando todo con mis desdichas.

                        Era invierno en mi corazón. Estaba sentada junto a mi soledad en la sala. De pronto, sonó la campanilla de la puerta que daba a la calle del puerto, acudí al instante al insistente sonido. Abrí desmesuradamente los ojos, sorprendida. Ahí parada, sonriente, estaba Teresa con Valentín, tomados de la mano. Valijas y baúles los rodeaban por todos lados.

CUENTO CORTO

                                                            El arte no es un modo de ganarse la vida, quizás, pero siempre será un modo de hacer crecer el alma.

                        Mis padres me dejaron sola. Ellos creían en mi vocación y me dieron el tiempo y el dinero para que yo hiciera mi carrera. Cuando el profesor Brunno Secchi escuchó mi forma de interpretar a Paganini, casi se muere. De un colapso de horror. En mi pueblo, el único que sabía tocar, bueno tocar no, tenía un violín, era don Chicho el carnicero que llegó de Italia en los cincuenta y cinco, después de la guerra. Yo deliraba por aprender y lo molesté tanto que el pobre hombre me enseñó lo poco que sabía. Nada.
                        El maestro, con cara de pocos amigos me pidió que fuera dos veces por semana a su estudio de Flores. Tenía uno para los alumnos aventajados en el Centro cerca del teatro Colón. Yo estaba como loca. Alquilé una pieza en un hotel de cuarta categoría. Luego salí huyendo y alquilé un pequeñísimo departamento en Flores, porque descubrí que en el hotel había unas mujeres de provincias alejadas que traían “galanes” por horas y a veces por minutos, para hacerse de un pequeño dinero que luego enviaban a su familia que le criaban hijos. Nunca imaginé que la vida sería tan difícil. El portero me espiaba, las vecinas miraban qué compraba y a qué hora entraba o salía. Lo peor fue cuando después que el maestro comenzó a enseñarme algunas posiciones en el instrumento musical, yo pretendí ensayar. Imagino que ningún genio habrá pasado por lo que me tocó pasar a mí. Desde abajo me golpeaban el piso con un palo, desde arriba me gritaban e insultaban. Tocaban mi puerta diciendo que me fuera lejos y a la plaza o que el Colón estaba en otro lado. ¡Así, nunca seré una gran artista! - les dije y se rieron como desaforados.
                        Me tuve que ir a la plaza a practicar. Me resultó cómico, yo ensayaba y algunos transeúntes me dejaban monedas en la caja del violín. Creían que yo me ganaba la vida haciendo ese “ruido”. Poco a poco fue mejorando mi expresión y mi ruido se fue transformando en música. Mamá me escuchó ese fin de semana que vino a ver cómo estaba y se quedó pasmada. Estaba tocando el violín. Esa vez me trajo chorizos, dulce de leche casera, una campera tejida con lana hilada a mano, guantes y gorro haciendo juego porque venía el frío. Me regaló una colcha que había visto en un negocio de la plaza de Flores y una estufa a kerosene. Yo estaba delirante, la vida me sonríe, pensé y la abracé con mucha fuerza. ¡Me dormía con ella abrazada y despertaba con el olor del café con leche que hacía tan rico! Los vecinos no me molestaron y la saludaron con respeto. Después de eso, me trataron mucho mejor. Creo que pensaron que por fin había una persona normal en el edificio en ese pequeño departamento. Así fue que llegó el invierno.
            El maestro comenzó a darme más tiempo. Yo puse mucho empeño y me invitó a ir un domingo con sus alumnos al Colón. Casi me muero. Éramos siete y él, el maestro. En el tercer piso y en un balcón del costado que tenía subalquilado en el teatro grande, nos acomodamos para escuchar a un gran violinista griego. Fue tan maravilloso que se pasó el tiempo, casi sin notarlo eran las diez de la noche. Un compañero se dio cuenta que yo vivía lejos y dijo: -¿Muchachos que tal si hacemos una vaquita y la mandamos en taxi?- y allá volví como en sueño. Era magnífico el talento y la técnica. Soñé con un concierto en donde yo participaba y me aplaudían pardos varios minutos. Sólo fue un sueño.
            Seguí trabajando sobre el violín, pero era un instrumento muy barato y se descuajaringó. Cuando le llamé a papá me prometió pronto mandarme el dinero. Todo dependía de la cosecha. El trigo estaba casi a punto y él, tenía varias hectáreas plantadas de trigo. Esperé y el maestro me prestó un violín que sin ser de los mejores, era bueno.
            Cuando llegué al conservatorio, el maestro me miró con pena. -¿Pamela, no te has enterado, un tornado ha despojado el pueblo de tus padres? – y las lágrimas comenzaron a correr por mis heladas mejillas paspadas por el frío. El maestro se acercó y me puso la mano en la espalda. Un compañero y una de las chicas se acercaron y me tomaron de las manos.- No te hagas mala sangre, yo te presto mi violín- dijo a coro media academia. Pero yo sabía que me tendría que volver al pueblo. ¿Con qué iba a pagar el alquiler? Y ¿ Con qué mi comida y viajes en micro o metro?

            Hice mi maleta y después de saludar con cariño a cada uno de los habitantes del edificio, a mis compañeros regresé al pueblo. Mis padres lloraron, pero yo sentía una seguridad en mi fuero íntimo; que pronto volvería y sería una muy buena violinista. ¡Tal vez de arte no se viva, pero cómo se es feliz con el alma llena de arte!

UN BURRO COMO EL DE POETA SUFFI

                                                 ¡ASÍ FUERON LOS TRES CON SU BURRO! Padre, madre e hijo                       viajaron por aldeas y....
                       Me llamo “Fortunato”. Soy lo que se dice un hermoso ejemplar de burro. Tengo dueños. En general son buenos amos, pero...se les ha ocurrido salir del campo a recorrer los caminos y carreteras de esta comarca. ¡Pobres no saben lo que les espera! Antes, cuando era un pollino tuve como amo al dueño de mi madre. Era tan bruto el hombre, que nos partía el lomo a palos. Era el tipo de campesino perezoso, rezongón y analfabeto que se cree sabio. ¡Vaya que si ligábamos! Me acuerdo de los golpes de su latiguillo de cuero. Recibíamos por todo. Si comíamos, porque comíamos y le gastábamos sus monedas en cebadilla; si no comíamos, para que nadie lo criticara por ser avaro. Bueno, palos recibíamos nosotros, se entendía, éramos bestias; pero también su mujer, los hijos y la suegra.  Hasta que me vendieron.
                        Ahora con unas alforjas sobre mi lomo, atravesamos pueblo tras pueblo y hay que oír lo que murmura la gente: en los mercados, en el atrio de las iglesias, en las plazas... Desde que me compraron al viejo, no he recibido palos, sino cuidados y afecto. Mis nuevos amos son buenos.
                        Estamos llegando al pueblo de Manzanil y van caminando junto a mí los tres; el padre que tiene una pierna mala; la madre que con tanto trabajo en la tierra, sufre de la espalda y eso. Y el pequeño. Juanito, el dulce, que siempre me habla a la oreja: -
 ¡Fortunato, eres el más hermoso de los burros de todo el universo!- dice, me acaricia la panza, me regala zanahorias...y es ciego. ¿ Qué verá de este mundo mi chiquillo? Yo lo dejo que se prenda de mi pelambre, que aunque es duro y descolorido, a él, le debe parecer de ángeles. Lo ayudo a montar, me cuido al pisar, y, trato siempre que me es posible de no hacer mucho ruido cuando hay algún peligro. ¡ La gente es un peligro! Nada les gusta. Que si esto o aquello; que si suben o bajan de mi lomo... son crueles y burlescos.
¡Fortunato!- me dice Juanito,- ¿ Dime, lloverá mañana? Y yo muevo las orejas como una pantalla, y,  salen volando las moscas y las abejas, y, entonces él sabe que le contesto. “Sí”, cuando las muevo mucho. “No”, si apenas las muevo.
Llegamos. Sale la gente en procesión por el pueblo y como llevo a Juanito al lomo, dicen a gritos:- ¡ Cómo Jesús ...! ¡Cómo Jesús, allá en Jerusalén! – y me tiran claveles y me dan azúcar que yo acepto gustoso. Agacho la cabeza, me pongo al frente del gentío con Juanillo al lomo y camino alegre. Los extraños enganchan cascabeles en mi testuz  y en los flancos y avanzo sobre una alfombra de albahaca y   cedrón. Los romeros cantan al ritmo de gaitas y tamboriles. Unos monaguillos abruman con incienso entre la algarabía de la gente. Mi niño suspira. Una lágrima rueda sobre mi cabezota. Es de Juanillo...que llora y ¿Si Jesús se apiadara y  nuestro pequeño volviera a ver? Tal vez ..., ¿por qué no?...un milagro.


miércoles, 25 de enero de 2017

¿NADIE RESPONDE MIS PREGUNTAS?

            EL  AMIGO INCONDICIONAL.
            Yo creí en mi padre hasta los siete años, también entonces creía en los Reyes Magos, en Papá Noel y en el Ratón Pérez. La cigüeña me duró algo más, porque me crié con mis abuelos.
                        Yo era la hija prematura de una pareja unida por ideas muy locas. La que me cuidaba era mi abuela paterna. Se llamaba Belisaria. Era modesta, trabajadora y su cabello blanco. Me contaba cuentos. Me hacía comidas especiales, caseras y sabrosas. En realidad como papá y mamá estudiaban. Además me explicó el abuelo que militaban en política, yo no los veía mucho. Todos eran muy buenos conmigo en la familia. No conocí a los padres de mi mamá hasta después de los sucesos.
                        Crecí jugando, leyendo cuentos, disfrazándome y siempre hablando con mi abuela. Pasé, del jardín de infantes a primer año, en la escuela del barrio. Era buena con mis tareas. Todos me acariciaban y me miraban con ternura. Yo no conocía  a los amigos de mi mamá ni de mi papá. ÉL era alto. Moreno. De ojos grandes, así lo recuerdo. Algunas veces venía a verme con barba larga. Yo lo abrazaba y le decía: - ¿Juguemos a que sos Jesucristo? Y él se reía o protestaba porque la abuela me metía cosas tontas en la cabeza. Tenía dientes blancos. Grandes y brillantes. Otra vez vino con el pelo de color rubio y con bigotes. Le faltaba un diente. Esa vez estaba triste y apenas me tuvo paciencia para jugar. La abuela lloró. Mamá se vivía disfrazando. Bueno yo creo que se disfrazaba porque era actriz de teatro. A veces era como una secretaria de las novelas que ve la abuela en la tele. Otra vez parecía más vieja, pero, ¡ fue muy divertido verla un día vestida de soldado! Ese día me abrazó con mucha fuerza y me besó largamente. Mucho, mucho, muchísimo. Dormimos juntas. Yo, la oí llorar en la noche. Pensé que estaría peleada con la abuela o con mi papá. Yo la escuché discutir mucho por teléfono con su mamá. Cuando se fue a la madrugada, me despertó. Me dijo que me " amaría siempre". Se fue. Era casi de noche. Papá vino a los pocos días. También era de noche y estaba muy enojado y nervioso. Se encerró en la piecita del fondo con el abuelo. Allí el abuelo Pedro, tiene mil cachivaches que adoro. Juego siempre con todos los objetos viejos y en desuso. Allí está mi castillo mágico lleno de sorpresas. A los pocos días vino un hombre y dejó un cajón con "algo" en el rincón de mis juegos. Yo no lo conocía y el abuelo parece que tampoco, pero dijo que era el amigo " incondicional" de papá y mamá. Estaba muy serio. Mañana igual voy a ir a curiosear. ¡Adoro ese lugar!
El barrio está conmocionado. Las ambulancias rugen con sirenas insistentes. Una terrible explosión ha destruido media manzana en el tranquilo barrio obrero. La policía, los bomberos, los militares y los periodistas van y vienen. De los escombros extraen los cuerpos destrozados de dos ancianos. De las casas colindantes sacan cuerpos ensangrentados y mutilados de una docena de vecinos. La investigación lleva a los peritos a la pequeña habitación de las herramientas. Nadie imaginó lo que había en el cajón de aquel armario. Sacan restos de una sustancia extraña, un explosivo plástico nuevo. No se fabrica en el país. Alguien lo puso allí para esconderlo.

                         Por la calle, vengo saltando por la vereda, de la mano de una amiga de mi abuela Belisaria. Me fue a buscar al colegio. Yo no comprendo qué está pasando. De un hermoso auto nuevo baja un señor con una gorra gris y abre la puerta de atrás. Baja una señora hermosa llorando y un señor de traje negro. Se acercan a mí y me abrazan. Yo no los conozco. Me dicen -¡Pobre nietita mía! Lloran con tanta tristeza que me dan pena. Yo trato de consolarlos. Algunos hombres se acercan y comienzan las preguntas. Mi abuelo, ese que acaba de llegar, me toma de la mano y me aleja de esa gente que me asusta. ¿Qué pasó con mis abuelos, dónde estarán mi papá y mi mamá? ¡ Cuántas preguntas que nadie me quiere responder! Sólo escucho la palabra" bastados".

                                   

200 AÑOS DE LA PARTIDA DEL GENERL SAN MARTÍN A DEFENDER LA INDEPENDENCIA DE CHILE , PERÚ Y ARGENTINA

 CUADRO QUE REPRESENTA LA EPOPEYA SANMARTINIANA CRUZANDO LOS ANDES HACE 200 AÑOS.
 IMÁGENES DE UN PINTOR QUE QUISO IMPRIMIR SU AMOR POR AQUELLOS GAUCHOS QUE DEFENDIERON SU PATRIA.
EL CRUCE DE LA CORDILLERA DE LOS ANDES FUE UN VERDADERO ESFUERZO DE LOS HOMBRES DE ANTAÑO.

CUENTO CORTO

Era la mujer más bella que había conocido. Se sentía un espía cada mañana cuando ella salía a correr con el equipo de gimnasia color coral o verde manzana. La seguía a una distancia prudencial. No podía hacerse ver, era un hombre público que reclamaban en la televisión y los periódicos. Sin querer bajó de peso y comenzó a verse más tostado por el sol, más atlético y fuerte. Ella nunca miraba a los que sentía que sus ojos se posaban en su cálida belleza. El rostro era una pintura renacentista. Nadie sabía su secreto. Estaba comprometida con un hombre que en silla de ruedas manejaba su existencia como un verdadero dictador. Un día salió con unos enormes lentes de sol que cubrían su rostro. Otro con una mascarilla de cremas que tapaban su mejilla. Hasta que un día, él, vio que la sacaban en ambulancia de la enorme casa. Se acercó al portero y éste tratando de no dar mucha información le dijo: “La señora Emilia… se cayó por la escalera y tiene quebrada varias costillas. Ahora hay que esperar.”
Cerró la puerta y un alarido salió de la garganta del hombre. Ambos gritaron al unísono. El portero y él. Pero arriba desde la balaustrada las carcajadas taparon uno de los gritos.

De repente se escuchó una silla de ruedas que caía escaleras abajo con un golpe mortal. 

BUENOS AIRES PERDIDO

Un tango en el fonógrafo de la casa vecina
un joven engominado con su traje de lino
mirando en la ventana tu rostro huidizo.
La verja que te separa de la historia de barrio
para darte el ensueño de un amor verdadero.
Muchacha de otro tiempo, señorita de sombrero y mantilla.
El perfume a jazmines envuelve tu vestido despojado
Es tan solo el recuerdo de las charlas de antaño.
Buenos Aires, tus calles empedradas se pierden
ya no queda el silencio de las casonas viejas,
donde la arboleda resfrescaba la tarde.
El tren lejano siembra murmullos ciudadanos
y regresan los hombres cansados y con quejas.
Las muchachas esperan un amor de verano
para dejar la fábrica detrás de su esperanza
de una vida completa. ¡Escucha ese es Gardel!
Suena como los dioses del Olimpo en la garganta joven
del chico de la esquina, una milonga suena.

RECUERDOS

Ya no quedan ocasos para compartir, te has quedado dormida.
No puedo encontrarte. Te busco en el silencio.
Te he perdido. He descubierto que no hay aguja a destajo armando
en arquetipo de color en tus manos un mundo de ternura.
No aprenderé jamás a olvidar tus olores, el aliento a canela y vainilla.
¿Dónde queda tu tiempo tan distante? Esquivo la mirada.
Rememoro un tango en el piano, anterior al despojo
que le diste a las manos.
La casa, sobria, austera, de costumbres rituales.
Transformaba en esquina de farol y organito,
los bravos compadritos del margen de aquel río 
tormentoso y lejano.


COLOMBIA

 UNA OBRA DE ARTE DEL FAMOSO PINTOR COLOMBIANO BOTERO, UNA FAMILIA CON SU SINGILAR MANERA DE VER A LA FIGURA HUMANA. MUSEO DE BOGOTÁ

 ESCULTURA DE BOTERO, QUE ES DIFERENTE A SUS MONUMENTALES OBRAS QUE ESTÁN EN MEDELLÍN.
EN CARTAGENA DE INDIAS EL FUERTE DE LOS ESPAÑOLES, DESDE DONDE SE DOMINABA LA LLEGADA POR MAR DE LOS PIRATAS. UN MONUMENTO ESPECIAL.

CUENTO CORTÍSIMO


Entró en forma clandestina en la casa. Un arrebato de silencio lo envolvía. Franco caminó tratando de no pisar las maderas rotas del piso. El viejo seguro que dormía. A esa hora, Nemesia sin duda le servía una sopa fuerte de huesos y verduras y sentado en el sillón se dormía hasta la madrugada, en que entraba un rayo de luz por la ventana. Todo revuelto y sucio. El olor a moho penetraba la nariz del más sencillo. Abrió el ropero donde el anciano guardaba la pistola. Envuelta en un paño apolillado estaba como un pájaro muerto. Salió tal como entrara. Parecía un fantasma.
Eso mañana, encontraron al viejo dormido, muerto y con una sonrisa dibujada en el rostro desdentado. Nunca se enteró que Franco había ido a marcar con una anémona roja, la frente de su amante en el motel.


CUENTO SUPER CORTO

VÍCTIMAS DEL ASESINO DE LA SIERRA

Ocurrió entre sombras, el lugar era seco, umbrío y la sangre estaba negra. El silencio se apretaba al breve espacio. Apenas unas luciérnagas trataban de iluminar dando una señal. El inspector Santos descubrió una losa fresca. Cavaron y allí estaba el cuerpo mutilado de una niña. Era la séptima victima ese mes. Se lo seguirá buscando sin respiro. Nadie sabe donde se esconde. Tal vez… alguno de los miembros de la seccional policial sepa algo. Santos sigue buscando una sierra ensangrentada. Siempre llegan tarde. ¿Quién le avisa?


AFRICA, POEMA

ÁFRICA

En el principio fue silencio, oscuridad y soledad

Vino una Luci-Eva primigenia y apareó la vida

Construyó el zahara, la sabana y la selva prieta

Se pobló de fieras, áspid y corzuelas. Hubo elefantes,

Cebras, pájaros y simios que transportaron fuerza.

Tribus abiertas en abanicos múltiples. Guerras. Sangre.

Hombres de piel oscura sobre oro, diamantes y más sangre.

Un amanecer de hoy provoca el ardor procaz de ser esclavos.

Negritud impotente desde fuera, desde adentro, muerte.

Mucha sangre corre por sus ríos y la selva se deshace

en destierro de belleza y crece el desierto.

África tribal y circunspecta donde aun se teme a los espíritus

Donde se vende el osario de los niños albinos,

donde se canta y baila con ancestros peregrinos.

Ciudades cosmopolitas y chozas olvidadas con rostros

y máscaras antiguas, ruido y bullicio en calles atiborradas

donde se vende el alma por un mendrugo y agua limpia.

Pastores de ovejas, caravanas de camellos, políticos turbios,

Misioneros de barba blanca y voz extraña invitando a un templo.

Hay mucha sangre entre las tribus a pesar de los blancos

que se llevaron todo y dejaron el odio, sus flaquezas.

Hay niños de la guerra, territorios de HIV donde la muerte acecha.

Hay maravillas de antaño junto al Nilo, templos de Etíopes en piedra,

Construcciones enormes en ciudades que ocultan su belleza.

África desparramada en balsas por el Mediterráneo

huyen de la pobreza, el hambre y la falta de agua,

caen con su tristeza en territorios hostiles. Ajenos al dolor.


¿Qué le ha dejado sino la esclavitud o la esperanza, el hombre blanco?

miércoles, 18 de enero de 2017

LONDRES E IRLANDA

 
UN PUENTE SOBRE EL TÁMESIS

MI ADORADA Y BELLA IRLANDA...ESPERO VOLVER A TUS VERDES CAMINOS Y PAISAJES.

OTRO CUENTO


CARTA  Y UN  MURO EN LOS SECRETOS DEL HOMBRE.

 

Mañana volveré con la persona indicada para esta tarea, dijo la vieja. Nadie ha podido construir un muro tan alto y tan eficaz en todo el condado. Partió cubriéndose el rostro con un manto negro. Su figura apenas se movía entre las lúgubres callejuelas empedradas. La bruma la fue desdibujando y sólo se oía el taconear de sus gastados zapatones de madera.

El terreno era de un extraño formato, mitad herradura mitad horqueta. Salía por las calles del norte y del sur, pero también tenía un largo pasillo hacia el este. Por allí él, el hombre, había concebido hacer el discreto pasaje al nido de amor. Un nido escondido a los ojos de los seres comunes que no entenderían. Ese amor prohibido que lo trastornaba todo. La gran casa del Norte se construyó. Magnífica en sus detalles. Allí llevó a la querida Eloisa, su esposa. Sus pequeños hijos vivirían entre jardines exquisitos y pájaros exóticos. Mientras ella, la más extraña mujer jamás imaginada, viviría en la casa del este. Allí quedaría su jaula de oro, su pequeño ovillo mágico. María Laura, la que fuera encontrada en medio del fango, ahora, era una flor abierta a sus dichas olvidadas.

Uno a uno fueron armando los muros de ladrillos y concreto. Altos, lúgubres, altaneros. Luego en la calle sur la salida de obreros, secretarios, jardineros...nadie podía sospechar su embrollo. Sólo la vieja. Pícara y astuta. La vieja había hecho la tarea de limpiar a la pequeña callejera. Estaba hermosa, era inteligente y casi tan imprevisible como un animal salvaje. Su larga cabellera casi dorada, su boca adamascada, sus piernas perfiladas y altivas. Era bella. Cantaba con una voz de pájaro cautivo. En ese serrallo la conquistó, la amó sin que nadie supiera que existía. La amó hasta el delirio.

Su esposa no tenía penas. Todo lo tenía de su mano enérgica  y generosa, incluso las caricias. Los hijos un tiempo extra que como mago sacaba de la nada.

Un tiempo de gracia...pidió la niña, quería ir al pueblo. Él, no se pudo negar. Salió envuelta como una muñeca de escaparate. Toda llena de cintas y de flores. Sus pocos años se le saltaban del escote y de los pequeños pies. Por la calle alegre miraba todo lo que hacía un tiempo le era vedado. La plaza con su fuente, el mercadillo de flores y el de carnes y verduras. Tomó su generosa bolsa con billetes y monedas y compró con la alegría de los pájaros en primavera. Se asombró con un enano haciendo mil piruetas, con el traga sables y el faquir. Cuando comenzó el regreso, cargada de bolsas y paquetes...tropezó con él. Él era un joven de no más de veinte años. Moreno aceitunado de mirada fuerte y caliente. La traspasó con su sonrisa de dientes blancos, desparejos y felices. Le tomó la cintura y le cantó una ronda. Arrancó una flor de sus sombrero de paja y dándole un beso, la dejó en el escote. Ella se quedó temblando y en silencio. El muchacho le tiró un beso con la punta de los dedos y le dijo: - Mañana a las doce de la noche en la fuente de las Palmas...te espero. Y salió corriendo.

La vieja la regañó hasta el hartazgo. Era fiel al Señor. Pero la niña no pudo. Se le prendió una espina en el corazón de carne madura. Estaba enamorada. Así noche tras noche se encontró con su amante luego de dejar al Amante. Vivió días de sol y de nieve. Supo de lágrimas y risas. Pasó el tiempo. Cada noche de luna llena saltaba la tapia de su jaula de oro. Se abrasaba en abrazos, se quemaba en besos de un fuego impronunciable. La vieja no podía con el impulso irrefrenable del amor caliente de los jóvenes amantes. El hombre comenzó a sospechar...ya no era tan tibio el lecho, ni tan alegre el canto. Comenzó a espiarla. Supo. Entendió que la traición la gobernaba. Sollozó y tomó su determinación. Una noche de luna llena se escondió entre el follaje. Vio como se unían entrelazando los cuerpos. Se quedó quieto, turbia la mirada pensando.

Encontrar al muchacho fue un juego de niños. Cuando el triste Adrián se presentó en el despacho. Trémulo de terror escuchó la sentencia. Debía abandonarla. Nunca más. Él supo de lo imposible de cambiar su destino. Casi enloqueció por lo duro del castigo. Trastornado deambulaba por las calles hablando solo.

Una tarde de enero, el señor, el amo, apareció muerto con un golpe de machete en la cabeza y desmembrado. La capa le cubría el miembro mutilado. Nadie había visto nada y nadie sabía quién pudo hacerlo. La muchacha ahora era libre. No tenía adónde ir . Ni donde quedarse, sino en su jaula de oro. Siguió sola y esperando al amor perdido. Adrián...estaba trastornado. No sabía qué hacer para ver a su amada. Ella era siempre la que acudía a su encuentro.

Pasó un tiempo triste. Un día, Adrián,  decidió colgarse de un enorme roble en la plaza  del pueblo. Allí lo encontraron después de un día de luna llena. Había tormenta esa noche y no se veía nada. Las calles desiertas. María Laura trató de sostener el cuerpo inerte. No pudo. La muerte lo apresó en sus brazos de piedra. Después...jamás dejaron de notarse los 25 años de ella. Nadie pudo sujetar sus impulsos. Siguió saltando la tapia cada noche de luna llena. Siempre ayudada por la vieja. Una mañana apareció con profundos golpes y algunos cortes en distintas partes del cuerpo.

Como pudo la vieja la había auxiliado. Debajo de la cama del perturbado Adrián, apareció el machete ensangrentado y aquella carta de amor y despedida que María Laura, no leyó jamás porque alguien la guardó en el ataud del joven.

¡Esa carta de amor  que reaparecía cada noche de luna llena en su regazo!

 

                                              

EL CIRCO


 
Ahora allí, bebían y comían chocolates con champagne. Enamorados, felices, sólo las risas de niño transformaban aquellas lágrimas de otros tiempos, de tristeza, de los malos recuerdos.

Gerard y Lilien se conocieron en la oficina de monsieur Lepart. Algunos comentaban que era un barón venido a menos, sin fortuna porque su padre lo había desheredado cuando siguió su vocación. Cada uno ocupaba un lugar en ese laberinto de juguete. Gerard era domador de tigres de bengala; usaba un estudiado uniforme de seda color blanco y oro. Caminaba con botas de charol y cinto que brillaban por las luces.                  Había escapado de la mansión donde nació. Su padre un agrio solterón enérgico, vivía en soledad. Su intromisión en la vida del extraño progenitor fue un reto del destino. Su padre no lo quiso nunca, como a la mujer que usaba para su placer sexual. Cuando su madre, una campesina ingenua murió en el parto, el muchacho llegó sin triunfo al inhóspito hogar que le tocó en suerte. Sólo fue aceptado por ser varón, de ser niña no hubiese sido admitido. Lo crió el valet, de nombre André, quien amaba en silencio al pequeño huraño que crecía en la oscuridad de los pasillos apenas iluminados para él. Un día pasó por Martegnam el Circo y descubrió que existía otra vida. Una, que estaba llena de luz y fantasía. El viejo mayordomo lo despidió llorando desde el ventanal del ático. Hasta que vio perderse la figura efímera del adolescente, no dejó de mirar. El otoño había pintado de marrones neutros el jardín y el lago, de grises oscuros, abrazando la soledad aumentaba el desconsuelo del anciano.

Una vez aceptado por el dueño del circo, habitó un trailer cerca de la enorme carpa, conoció a la “trouppe” de alegres equilibristas, amables tarotistas, increíbles domadores de elefantes indios, leones abisinios y oso pardos. También conoció a Lilien. Ella, era una estrella brillante en la arena del círculo. Payaso de juguete, malabarista y hermoso arlequín de terciopelo y seda. Perdió, Gerard, el miedo, de pronto al mirarse en los ojos de Lilien. Era dulce esa cómica menuda y sonriente.

El circo era el hogar de un puñado de exóticos soñadores. La gran carpa de infinita gama de colores elevaba sus penachos al viento con música y algarabía. Allí fue recibido, el evadido, con amor simple y humilde. Ese fue su nuevo hogar, mejor que cualquiera que pudiera soñar en otro tiempo.

Gerard y Lilien se enamoraron. Monsieur Lepart, les dio su bendición y les regaló una inusual “luna de miel” en el Tirol. Entre lagos y picos nevados, en una posada se albergó un amor tímido. Sedientos de ternura se prodigaron caricias y mimos. El mesonero les preparó una exquisita “ fondiu”, con champagne; y, frente a la enorme chimenea los abrasó el calor de su pasión joven. Despreocupados se amaron ante al fuego.

En silencio soñó con compartir con el viejo André esos momentos mágicos. Rogó a Lilien que lo acompañara a la antigua casa paterna. Así se embarcaron en una nueva aventura. Al acercarse a la vieja mansión, la desolada fachada, les produjo un escalofrío. Las secas hierbas crecidas, cubrieron sus ojos de asombro. El silencio oscureció el parque y en las escalinatas encontraron amontonados periódicos amohosados y ennegrecidos por la lluvia y el polvo. Nadie respondía a sus llamados. Por la parte trasera de la casa una débil luz indicaba una presencia humana. Al abrir la puerta enfrentaron al sombrío padre. Con la mirada perdida le acercó las manos y Gerard, besándolo, envolvió su espalda con una increíble ternura. El anciano lloraba. Se inclinó el muchacho para besar la frente arrugada del geronte. Una pregunta planeó en ese instante- ¿ Dónde está André?- y el dolor cerró la garganta seca.

-André murió, tan pronto partiste, ingresó en el mundo infernal de la ausencia y apareció colgando del roble frente al lago.- se hizo un silencio interminable. – No debes culparte, yo, tu padre soy el único que puede hacerse un reproche.- y su cabeza laxa, cayó sobre el pecho que sonaba a timbales roncos y podridos. 

No supo cuál era ahora su destino. El que fuera su padre de corazón ya no estaba y ese hombre frente a él, no le traía sino malos recuerdos. Caminó por los salones empolvados y sedientos de sol y vida y se replanteó su vida pasada y tomó una determinación. Si pudo domar tigres podría con su sino.

 

RECUERDOS DE TURQUÍA

EN EL INGRESO A UNA MEZQUITA, LAVÁNDOME COMO ES LA CEREMONIA DE INGRESO.


UN SUEÑO QUE NO PUDE CUMPLIR SOBREVOLAR CAPADOSSIA EN GLOBO. LO LOGRARÉ ALGUNA VEZ SI DIOS ME REGALA SALUD Y VIDA.
LAS LUCES INFINITAS DE BELLEZA SIN IGUAL, HECHAS A MANO POR GENTILES ARTESANOS EN TODA TURQUÍA.

CAMINO



 
Tú, entrenando el silencio para encontrar al niño adormecido,

acostumbrado a los pájaros que roban las ciruelas maduras,

al zorro escondido entre los arbustos de espinos.

Queremos robar el sueño evitando el castigo de ser acorralados.

Caza mayor o menor, tal vez nos anime a perseguir con pie desnudos

el poder sobre ellos. Somos insensibles al temor

que apesadumbrado nos ataja en el miedo de no ser.

 

El tiempo, nos está alcanzando y pisa mis talones.

La urgencia castiga con fatiga, los huesos y los ojos asombrados.

Quisiera aparentar que soy aquella, esa que corría por el césped descalza.

Sorprendida con el rubor del beso robado en los rincones.

Pero soy esta, avejentada, con penas en estandartes al viento,

enarbolando tristezas en banderola de lágrimas.

He perdido amores y recuerdos. Me pierdo en la memoria.

Se desplaza una lágrima dorada en mi pecho,

un añejo resplandor de lluvia que se empeña en perderse

como si el tiempo fuera arena movediza. Se escurre.

 

He comenzado el camino.

Si me acompañas seguiré caminando descalza hasta el final.

 

 

 

CUENTO INFANTIL


CLAUDE MONET...UN JARDINERO MUY ESPECIAL.

 

         Había una vez en un pueblito llamado Giverny, cerquita de París, un hermoso jardín en la casa de un amigo de las plantas. Se llamaba Claude Monet, Claudio para nosotros sus nuevos amigos.

         Adoraba el color del agua que reflejaba el cielo, las nubes en el estanque y el rumor de las amapolas entre el pasto del prado. Todos los días caminaba hasta el comedor de la plaza, para encontrase con sus vecinos y charlaba sobre las plantas que había conseguido para sembrar en un nuevo cantero junto a su casa. Otras veces se lo veía recorrer los caminos en su bicicleta buscando un bulbo de tulipán o el de un narciso. Luego al regresar, se ponía con sus telas de lino, la paleta y los pinceles, a pintar. Creaba y recreaba sus glicinas enamoradas del puente sobre el lago.

         A veces salía rumbo al campo y descubría que la luz de ese día de tormenta o de sol veraniego, le regalaban a la catedral de Rouen, un pueblito cercano, una belleza enorme y tanto le gustaba que ¿sabés cuántas veces la pintó? Cuarenta veces. Sí y todas eran parecidas pero muy, muy, muy diferentes.

         Sus amigos Clemenceau y Caillebotte (nombres muy raros para nuestros oídos), lo ayudaban en la búsqueda de plantas raras, que él, diligente pintaba con pequeñas pinceladas de color y mucha luz, en las telas. Siempre elegía flores simples de colores brillantes, porque mantenían sus cabecitas elevadas entre las hojitas y así lograba efectos de luces y transparencias inquietantes. Así como vibraban los colores zumbaban las libélulas entre los nenúfares del lago, en el mismo rincón donde las ranas le daban conciertos nocturnos.

         Sus hijos jugaban entre los tejos, árboles de armoniosos verdes, que en otoño cambiaban para redecorar su mundo luminoso. Los chicos ayudaban a Claude sacando yuyitos y hierbajos, acompañando en sus correrías a su amado padre.

         El contraste de color brillaba por doquier, y Monet daba un aspecto espumoso de encaje blanco a las plantas delicadas del lago, cuando pintaba. Las glicinas se inclinaban a saludar al puente y espejaban las aves que bebían sedientas agua de mil tonos de violeta, verde y amarillo.

         Claude sentía una gran “impresión” frente a la vida que jugaba a las escondidas entre las matas de flores y le decía a sus amigos: -Todo mi dinero va a mi jardín”.- Sus pinturas después se llamaron impresionistas porque daban mucha impresión a los ojos de los que miraban. ¡Cuánta luz y color! Claude Monet fue en su tiempo un ecologista, ¿ no lo crees tú?

 

         Ahora en su casita hay un enorme y cuidado museo, igual que este donde nos juntamos a escuchar historias y cuentos. Todos cuidan sus plantas y los cuadros que él pintó hoy son muy importantes y valiosos. ¿Cierto que vas a cuidar las plantitas como lo hacía él allá?

                   Tolón-tolón, tilín-tilín, este cuento llegó a su fin.

 

                                                                 

 

VINO Y PAN


Vendimiamos con fragancia de sudor dulzón

un día de otoño

correría de duendes fue la espera y llegó

junto a un escuadrón de arcángeles chiquitos

la voz del niño de ojos tristes.

Ahí nos convertimos en héroes

éramos fuertes

sutilmente abandoné el lecho apasionado

amamanté la luna

acariciamos sólo en el bosque la frescura de una gacela tibia

que dejaba jalar rayos al sol

de la sonrisa pequeñita

cosechera de esperanza fui. Entonces
 
me esperaba un demiurgo solidario con ojos amarillos.
 
bebimos vino nuevo y el sabor del pan supo diferente.

lunes, 9 de enero de 2017

ACUARIO EN COLOMBIA


EN EL ACUARIO DE COLOMBIA UNA ESTRELLA SE ABRE PASO TRATANDO DE ATRAVESAR EL VIDRIO... UN REGALO PARA LA VISTA.


SIEMPRE EN EL ACUARIO DE COLOMBIA, UN PEZ DE COLOR AMARILLO FOSFORESCENTE... BELLÍSIMO.

EL CORAL VIVO DONDE SE ESCONDE EL PEZ PAYASO, UN VERDADERO MILAGRO DE LA NATURALEZA.

PARA CHARLES BAUDELAIRE



Caen magnolias sobre las sábanas marchitas
Suave y desganada una mano yace como grulla perdida
El poeta bebe un vino desflorado entre espinas
muy rojo y perfumado, entintado y promiscuo.
Un seno marmóreo atisba el lecho descubierto
con susurro de aves emplumadas de pétalos albos
hay peces de colores merodeando en la estancia
en penumbra con murmullos y suspiros.
Huyen unos ángeles al inquieto espacio azul.
Otra noche perdida en el infierno.
Late un armonio en melodía de encanto
Y el agua de la cascada
esparce el nombre de Venus
que prometida a la luna se convirtió
en esa Venus incestuosa de enero.
La sábana se arremolina en el lecho despierto.
Rueda la copa sobre la piel sudorosa, afiebrada
mientras el poeta besa el vientre de la luna.
Seda blanca y encaje atrapa una pierna desnuda
sedienta de lisonjas, cascabeles de vidrio,
caricias sin palabras del poeta silencioso en la noche.
Comunica plañidera la aurora un tiempo de relojes

que armoniza en el lecho cuajado de magnolias. 

POEMA XXVI

Mas
espero que comprendas
ese día llegó la primavera. Llegó poblando el campo
un pequeño unicornio. Era nuestro pequeño ángel.
Floreció un campanario en mi bodega trasegada de flores
con la extrema belleza del cristal
sus rizos conjuraron la estrategia de sueños
volvimos a creer en la voz que decía
en un poema de Shakespeare       que somos
“engendrados con materia de sueños”

dormité conmovida a la espera de un breve milagro
que se sigue proyectando en nuestra vida
Tú ¿lo sabes?


EL VIOLINISTA

   
            Ingresó por el portal de cristal y no podía ver su rostro. El sol desde atrás le esbozaba un contorno enorme. Oscuro y manifiesto su cuerpo de anciano corpulento. Así conocí a Aaron Goldman. Se desparramó en la silla del café con un chirrido de madera y niebla. Su pipa humeaba y no se sacó el sombrero como es la costumbre en el “”Florencia”, antiguo y promiscuo bar del barrio.
            Por atrás se escuchaba el ataque feroz a las bolas de billar y el murmullo de los parroquianos que taladraban las mesillas con sus dedos añosos. Todos tomaban una bebida caliente. Vino áspero, dulce y con canela, costumbre de otros tiempos que no pierden. La ropa desteñida, pantalones gastados y sucios, sacos con brillo que gritaban épocas de gloria. Aaron con su enorme barba blanca y los bigotes amarillos por el tabaco rubio de la pipa siempre encendida, parecía el patriarca de la Biblia. Me impresionaron las manos. Luego supe que había sido un gran músico en su país y que al subir al “Tren de la Muerte” sólo llevaba su violín. Se lo quitaron, pero eso, igual le salvó la vida. Sí, tenía que ser un músico de primera para tocar en el “campo”.
            Me miró y sus ojos celestes taladraron mi cuerpo, yo una mujer ingenua de veinticuatro años, no tenía idea de su historia. Quedó sólo él, de una enorme familia. Cuando subió al tren,- me dijo cuando habló conmigo- , besó a su madre y a su hermana, sabiendo que iba para no regresar. Pero lo salvó la música. Era flaco, hambriento y estúpido, me dijo; lloraba de noche porque tenía miedo. Un día el “capo” me señaló de entre los de la "orquestita" y me llevó a la oficina. Temblaba. Me comunicó que mi mamá había muerto de tuberculosis y mi hermana de tifus. ¿Sabes qué me preguntó? Si mi hermana era música como yo. ¡Claro dije, era pianista y ya tocaba en la orquesta de mi ciudad…! Qué pena, yo no la pude salvar, ella no llevaba el piano entre sus pertenencias y se rió a carcajadas. ¡Y no pude llorar! Luego vomité. Ahora ya estoy viejo. No recuerdo la cara de ese hombre… y tampoco la de mi mamá ni la de mi hermana.

            ¿Don Aaron cuándo tocará para nosotros? Qué inocente. Cuando regresó del “campo” en un tren ruso y llegó a un refugio, le hicieron trabajar con piedras y escombros hasta que sus dedos se deformaron. Nunca más pudo ni quiso tocar el violín. Su bella música que lo salvó de la muerte era un recuerdo doloroso en la memoria de su alma. Sin embargo cambia su rostro y se dulcifica cuando escucha que el “Gringuito Remo” tocar una pieza en su violín ordinario y rústico. Y el bar se llena del fantasma de aquel tiempo de los Campos de Riga.

COSA DE MANDINGA.


                                   
Un trueno hirió el algarrobal. Nada estaba en sombra, pura luz, nomás. El caballo flaco se había espantado y corría desbocado por el terreno lleno de cascotes del puesto de los chilenos. Otro relámpago y un trueno que mostraba el enojo del Tata.
En el camino estaba tirado el cuerpo desinflado del “gringo”. Era un gusto verle las crinas rubias al viento. Comenzó a llover, que es un decir de aquel diluvio. El agua nos entraba por todos los agujeros. Mi ponchillo de lana era como cartón con tanta agua. Nadie sabe que pasó después, entraron a moverse los animales en el potrero del norte. Relincho va y rebuzno viene, el caserío quedó en un infierno de ruido. Las gringas del puesto parecían poseídas. Lloraban y de hinojos oraban al Tata Dios con miedo.
De pronto se abrió la puerta del rancho y penetró un chijete con la camisa del mozo llenita de sangre. Detrás llegó el caballo desmontado y con las riendas caídas. El pingo tenía los estribos rotos. Babeaba y mostraba serias sobaduras. Me quedé parado y ahí le até con la manea de cuero que llevo en la cintura.
El Ruperto entró después. Mirada de gato de monte, su cuchillo como colgado en el cinto. Mojadura en todo y barro. Lo que distraía era la mirada del hombre. Parecía un aparecido. Para mí tenía todavía el “gualicho” de la Chicha, la negra del puesto “El Pastal”. Es taimada y maestra en “mal de ojo”.
Acontece en el pueblo que la tal Chicha donde mete el ojo mete el “gualicho”. Trata con “Mandinga”, Ruperto fue el primero. Le entró una locura después que lo mordió un perro, el mismo que acarreaba el moro en el triquitraque, ese que vende chucherías por los caminos y como no es cristiano debe tener tratos también con el Lucifer, que mal le nombran. Al Ruperto se le cuajó la sonrisa desde entonces y ahora, anda como alma en pena.
Bueno, pucha que me fui lejos, es cierto que cuando llegó pegó un grito y mostró la sangre. Era del rubio, que no volvió por  la tormenta y el golpe. Golpe de cuchillo. El  muy desalmado, con la mirada perdida y mojado hasta el braguero irrumpió entre nosotros. Para mí que él había destripado al rubio.
Pero no, después de un relámpago vimos la figura del mismo infierno. El maldito, con sonrisa de desalmado y mostrando los dientes se paró junto a la rubia y le clavó aquel cuchillo. Todo por el amor de una de las hembras del lupanar. Muy requerida en ardores por todos los desdichados.
Muy rencoroso y perdido también es Edesio que  parece embrujado. Le juro doña, que hasta que no destripen a la Chicha no va terminar esto. Si viera como se fue el perro por el campo a los revolcones lleno de baba. Así quedó todo quieto. Me da ojeriza decirle que todos se han quedado muertos mirando el firmamento. Ruperto medio loco, las rubias por terror se han armado el bagayo y huyen para la ciudad. El Edesio estirado como el mismo tablado donde bailaba la rubia que quedó boquiabierta y sin sonrisa pintarrajeada de colorado como era su costumbre. ¿No me va a decir que acá no hubo brujería de la buena?, digo. El mismísimo demonio con la Chicha estuvo en este entripado de fiesta. Me voy para pueblo a buscar a los milicos. No vaya a haber un revoltijo y terminemos en la frontera, todos. Bueno, pucha que fiero el asunto. Me voy al poblado.


                                                           

RECUERDOS DE MÉXICO

EN TAXCO, UNA VISTA DEL ALTAR DE LA IGLESIA PRINCIPAL DEL PUEBLO. MUY ANTIGUA Y BELLA.


LA VIRGEN DE GUADALUPE EN LA IGLESIA ERIGIDA POR UN PUEBLO MUY DEVOTO.

EN LA PLAZA DE TAXCO UN CIUDAD QUE GUARDA TODO EL SABOR DE LA ÉPOCA COLONIAL.LAS FLORES Y LOS BALCONES TIENEN LA MAGIA DE UN MÉXICO POÉTICO.

XXXIX

En la larga esfera de la tarde
el estrépito de un sol incandescente
me dibujó una sonrisa
inaugurando sequías
continué en silencio
una tarde de invierno
junto a la acequia
pero necesaria mi alma
contempló mi rostro desangrado
en espera de sueños confiscados al exilio
comprendí que no era mi materia
debí soñar despierta
abandoné a esa amiga antigua, mi utopía       
en un desierto de extraños y
pensamientos añejos.
Tú, muy lejos gritabas mi nombre,
sin respuesta mi cuerpo y  la garganta.
Gritabas mi nombre en mil idiomas extraños
mi cuerpo era un arpegio de silencio.

Era un erial secreto con un fantasma de aguas cristalinas.