lunes, 9 de enero de 2017

COSA DE MANDINGA.


                                   
Un trueno hirió el algarrobal. Nada estaba en sombra, pura luz, nomás. El caballo flaco se había espantado y corría desbocado por el terreno lleno de cascotes del puesto de los chilenos. Otro relámpago y un trueno que mostraba el enojo del Tata.
En el camino estaba tirado el cuerpo desinflado del “gringo”. Era un gusto verle las crinas rubias al viento. Comenzó a llover, que es un decir de aquel diluvio. El agua nos entraba por todos los agujeros. Mi ponchillo de lana era como cartón con tanta agua. Nadie sabe que pasó después, entraron a moverse los animales en el potrero del norte. Relincho va y rebuzno viene, el caserío quedó en un infierno de ruido. Las gringas del puesto parecían poseídas. Lloraban y de hinojos oraban al Tata Dios con miedo.
De pronto se abrió la puerta del rancho y penetró un chijete con la camisa del mozo llenita de sangre. Detrás llegó el caballo desmontado y con las riendas caídas. El pingo tenía los estribos rotos. Babeaba y mostraba serias sobaduras. Me quedé parado y ahí le até con la manea de cuero que llevo en la cintura.
El Ruperto entró después. Mirada de gato de monte, su cuchillo como colgado en el cinto. Mojadura en todo y barro. Lo que distraía era la mirada del hombre. Parecía un aparecido. Para mí tenía todavía el “gualicho” de la Chicha, la negra del puesto “El Pastal”. Es taimada y maestra en “mal de ojo”.
Acontece en el pueblo que la tal Chicha donde mete el ojo mete el “gualicho”. Trata con “Mandinga”, Ruperto fue el primero. Le entró una locura después que lo mordió un perro, el mismo que acarreaba el moro en el triquitraque, ese que vende chucherías por los caminos y como no es cristiano debe tener tratos también con el Lucifer, que mal le nombran. Al Ruperto se le cuajó la sonrisa desde entonces y ahora, anda como alma en pena.
Bueno, pucha que me fui lejos, es cierto que cuando llegó pegó un grito y mostró la sangre. Era del rubio, que no volvió por  la tormenta y el golpe. Golpe de cuchillo. El  muy desalmado, con la mirada perdida y mojado hasta el braguero irrumpió entre nosotros. Para mí que él había destripado al rubio.
Pero no, después de un relámpago vimos la figura del mismo infierno. El maldito, con sonrisa de desalmado y mostrando los dientes se paró junto a la rubia y le clavó aquel cuchillo. Todo por el amor de una de las hembras del lupanar. Muy requerida en ardores por todos los desdichados.
Muy rencoroso y perdido también es Edesio que  parece embrujado. Le juro doña, que hasta que no destripen a la Chicha no va terminar esto. Si viera como se fue el perro por el campo a los revolcones lleno de baba. Así quedó todo quieto. Me da ojeriza decirle que todos se han quedado muertos mirando el firmamento. Ruperto medio loco, las rubias por terror se han armado el bagayo y huyen para la ciudad. El Edesio estirado como el mismo tablado donde bailaba la rubia que quedó boquiabierta y sin sonrisa pintarrajeada de colorado como era su costumbre. ¿No me va a decir que acá no hubo brujería de la buena?, digo. El mismísimo demonio con la Chicha estuvo en este entripado de fiesta. Me voy para pueblo a buscar a los milicos. No vaya a haber un revoltijo y terminemos en la frontera, todos. Bueno, pucha que fiero el asunto. Me voy al poblado.


                                                           

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