¡ASÍ FUERON LOS TRES CON SU BURRO! Padre, madre e hijo viajaron por
aldeas y....
Me llamo “Fortunato”.
Soy lo que se dice un hermoso ejemplar de burro. Tengo dueños. En general son
buenos amos, pero...se les ha ocurrido salir del campo a recorrer los caminos y
carreteras de esta comarca. ¡Pobres no saben lo que les espera! Antes, cuando
era un pollino tuve como amo al dueño de mi madre. Era tan bruto el hombre, que
nos partía el lomo a palos. Era el tipo de campesino perezoso, rezongón y
analfabeto que se cree sabio. ¡Vaya que si ligábamos! Me acuerdo de los golpes
de su latiguillo de cuero. Recibíamos por todo. Si comíamos, porque comíamos y
le gastábamos sus monedas en cebadilla; si no comíamos, para que nadie lo
criticara por ser avaro. Bueno, palos recibíamos nosotros, se entendía, éramos
bestias; pero también su mujer, los hijos y la suegra. Hasta que me vendieron.
Ahora
con unas alforjas sobre mi lomo, atravesamos pueblo tras pueblo y hay que oír
lo que murmura la gente: en los mercados, en el atrio de las iglesias, en las
plazas... Desde que me compraron al viejo, no he recibido palos, sino cuidados
y afecto. Mis nuevos amos son buenos.
Estamos
llegando al pueblo de Manzanil y van caminando junto a mí los tres; el padre
que tiene una pierna mala; la madre que con tanto trabajo en la tierra, sufre
de la espalda y eso. Y el pequeño. Juanito, el dulce, que siempre me habla a la
oreja: -
¡Fortunato, eres el más hermoso de los burros
de todo el universo!- dice, me acaricia la panza, me regala zanahorias...y es
ciego. ¿ Qué verá de este mundo mi chiquillo? Yo lo dejo que se prenda de mi
pelambre, que aunque es duro y descolorido, a él, le debe parecer de ángeles.
Lo ayudo a montar, me cuido al pisar, y, trato siempre que me es posible de no
hacer mucho ruido cuando hay algún peligro. ¡ La gente es un peligro! Nada les
gusta. Que si esto o aquello; que si suben o bajan de mi lomo... son crueles y
burlescos.
¡Fortunato!- me dice
Juanito,- ¿ Dime, lloverá mañana? Y yo muevo las orejas como una pantalla,
y, salen volando las moscas y las
abejas, y, entonces él sabe que le contesto. “Sí”, cuando las muevo mucho.
“No”, si apenas las muevo.
Llegamos. Sale
la gente en procesión por el pueblo y como llevo a Juanito al lomo, dicen a
gritos:- ¡ Cómo Jesús ...! ¡Cómo Jesús, allá en Jerusalén! – y me tiran
claveles y me dan azúcar que yo acepto gustoso. Agacho la cabeza, me pongo al
frente del gentío con Juanillo al lomo y camino alegre. Los extraños enganchan
cascabeles en mi testuz y en los flancos
y avanzo sobre una alfombra de albahaca y
cedrón. Los romeros cantan al ritmo de gaitas y tamboriles. Unos monaguillos
abruman con incienso entre la algarabía de la gente. Mi niño suspira. Una
lágrima rueda sobre mi cabezota. Es de Juanillo...que llora y ¿Si Jesús se
apiadara y nuestro pequeño volviera a
ver? Tal vez ..., ¿por qué no?...un milagro.
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