CLAUDE
MONET...UN JARDINERO MUY ESPECIAL.
Había una vez en un pueblito llamado Giverny, cerquita de
París, un hermoso jardín en la casa de un amigo de las plantas. Se llamaba
Claude Monet, Claudio para nosotros sus nuevos amigos.
Adoraba el color del agua
que reflejaba el cielo, las nubes en el estanque y el rumor de las amapolas
entre el pasto del prado. Todos los días caminaba hasta el comedor de la plaza,
para encontrase con sus vecinos y charlaba sobre las plantas que había
conseguido para sembrar en un nuevo cantero junto a su casa. Otras veces se lo
veía recorrer los caminos en su bicicleta buscando un bulbo de tulipán o el de
un narciso. Luego al regresar, se ponía con sus telas de lino, la paleta y los
pinceles, a pintar. Creaba y recreaba sus glicinas enamoradas del puente sobre
el lago.
A
veces salía rumbo al campo y descubría que la luz de ese día de tormenta o de
sol veraniego, le regalaban a la catedral de Rouen, un pueblito cercano, una
belleza enorme y tanto le gustaba que ¿sabés cuántas veces la pintó? Cuarenta
veces. Sí y todas eran parecidas pero muy, muy, muy diferentes.
Sus
amigos Clemenceau y Caillebotte (nombres muy raros para nuestros oídos), lo
ayudaban en la búsqueda de plantas raras, que él, diligente pintaba con
pequeñas pinceladas de color y mucha luz, en las telas. Siempre elegía flores
simples de colores brillantes, porque mantenían sus cabecitas elevadas entre
las hojitas y así lograba efectos de luces y transparencias inquietantes. Así
como vibraban los colores zumbaban las libélulas entre los nenúfares del lago,
en el mismo rincón donde las ranas le daban conciertos nocturnos.
Sus
hijos jugaban entre los tejos, árboles de armoniosos verdes, que en otoño
cambiaban para redecorar su mundo luminoso. Los chicos ayudaban a Claude
sacando yuyitos y hierbajos, acompañando en sus correrías a su amado padre.
El
contraste de color brillaba por doquier, y Monet daba un aspecto espumoso de
encaje blanco a las plantas delicadas del lago, cuando pintaba. Las glicinas se
inclinaban a saludar al puente y espejaban las aves que bebían sedientas agua
de mil tonos de violeta, verde y amarillo.
Claude
sentía una gran “impresión” frente a la vida que jugaba a las escondidas entre
las matas de flores y le decía a sus amigos: -Todo mi dinero va a mi jardín”.-
Sus pinturas después se llamaron impresionistas porque daban mucha impresión a
los ojos de los que miraban. ¡Cuánta luz y color! Claude Monet fue en su tiempo
un ecologista, ¿ no lo crees tú?
Ahora
en su casita hay un enorme y cuidado museo, igual que este donde nos juntamos a
escuchar historias y cuentos. Todos cuidan sus plantas y los cuadros que él
pintó hoy son muy importantes y valiosos. ¿Cierto que vas a cuidar las
plantitas como lo hacía él allá?
Tolón-tolón, tilín-tilín, este cuento llegó
a su fin.
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