Ahora allí, bebían y comían chocolates con champagne. Enamorados, felices, sólo las risas de niño transformaban aquellas lágrimas de otros tiempos, de tristeza, de los malos recuerdos.
Gerard y Lilien se conocieron en la oficina de monsieur
Lepart. Algunos comentaban que era un barón venido a menos, sin fortuna porque
su padre lo había desheredado cuando siguió su vocación. Cada uno ocupaba un
lugar en ese laberinto de juguete. Gerard era domador de tigres de bengala;
usaba un estudiado uniforme de seda color blanco y oro. Caminaba con botas de
charol y cinto que brillaban por las luces. Había escapado de la mansión
donde nació. Su padre un agrio solterón enérgico, vivía en soledad. Su intromisión
en la vida del extraño progenitor fue un reto del destino. Su padre no lo quiso
nunca, como a la mujer que usaba para su placer sexual. Cuando su madre, una
campesina ingenua murió en el parto, el muchacho llegó sin triunfo al inhóspito
hogar que le tocó en suerte. Sólo fue aceptado por ser varón, de ser niña no
hubiese sido admitido. Lo crió el valet, de nombre André, quien amaba en
silencio al pequeño huraño que crecía en la oscuridad de los pasillos apenas
iluminados para él. Un día pasó por Martegnam el Circo y descubrió que existía otra
vida. Una, que estaba llena de luz y fantasía. El viejo mayordomo lo despidió
llorando desde el ventanal del ático. Hasta que vio perderse la figura efímera
del adolescente, no dejó de mirar. El otoño había pintado de marrones neutros
el jardín y el lago, de grises oscuros, abrazando la soledad aumentaba el
desconsuelo del anciano.
Una vez aceptado por el dueño
del circo, habitó un trailer cerca de la enorme carpa, conoció a la “trouppe”
de alegres equilibristas, amables tarotistas, increíbles domadores de elefantes
indios, leones abisinios y oso pardos. También conoció a Lilien. Ella, era una
estrella brillante en la arena del círculo. Payaso de juguete, malabarista y
hermoso arlequín de terciopelo y seda. Perdió, Gerard, el miedo, de pronto al
mirarse en los ojos de Lilien. Era dulce esa cómica menuda y sonriente.
El circo era el hogar de un
puñado de exóticos soñadores. La gran carpa de infinita gama de colores elevaba
sus penachos al viento con música y algarabía. Allí fue recibido, el evadido,
con amor simple y humilde. Ese fue su nuevo hogar, mejor que cualquiera que
pudiera soñar en otro tiempo.
Gerard y Lilien se enamoraron.
Monsieur Lepart, les dio su bendición y les regaló una inusual “luna de miel”
en el Tirol. Entre lagos y picos nevados, en una posada se albergó un amor
tímido. Sedientos de ternura se prodigaron caricias y mimos. El mesonero les
preparó una exquisita “ fondiu”, con champagne; y, frente a la enorme chimenea
los abrasó el calor de su pasión joven. Despreocupados se amaron ante al fuego.
En silencio soñó con compartir
con el viejo André esos momentos mágicos. Rogó a Lilien que lo acompañara a la
antigua casa paterna. Así se embarcaron en una nueva aventura. Al acercarse a
la vieja mansión, la desolada fachada, les produjo un escalofrío. Las secas
hierbas crecidas, cubrieron sus ojos de asombro. El silencio oscureció el
parque y en las escalinatas encontraron amontonados periódicos amohosados y
ennegrecidos por la lluvia y el polvo. Nadie respondía a sus llamados. Por la
parte trasera de la casa una débil luz indicaba una presencia humana. Al abrir
la puerta enfrentaron al sombrío padre. Con la mirada perdida le acercó las
manos y Gerard, besándolo, envolvió su espalda con una increíble ternura. El
anciano lloraba. Se inclinó el muchacho para besar la frente arrugada del
geronte. Una pregunta planeó en ese instante- ¿ Dónde está André?- y el dolor
cerró la garganta seca.
-André murió, tan pronto
partiste, ingresó en el mundo infernal de la ausencia y apareció colgando del
roble frente al lago.- se hizo un silencio interminable. – No debes culparte,
yo, tu padre soy el único que puede hacerse un reproche.- y su cabeza laxa,
cayó sobre el pecho que sonaba a timbales roncos y podridos.
No supo cuál era ahora su
destino. El que fuera su padre de corazón ya no estaba y ese hombre frente a
él, no le traía sino malos recuerdos. Caminó por los salones empolvados y
sedientos de sol y vida y se replanteó su vida pasada y tomó una determinación.
Si pudo domar tigres podría con su sino.
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