AFUERA HACE MUCHO FRÍO Y AUN
DEBEN ESTAR MURIENDO DE RISA.
Hacía
fierros hasta que sus músculos parecían bronce o piedra. Sabía que era súper
“macho”, un metro ochenta y seis, con el cuerpo bien formado. Rostro armónico,
cabello oscuro, ojos verdes... estaba seguro de sí. Lo habían invitado para ser
modelo de una casa de modas masculina, pero rechazó el ofrecimiento. ¿Era muy
hombre para ese tipo de cosas! Sus compañeras de oficina y algún compañero le
hacían toda clase de invitaciones. Inclusos mujeres casadas. ¡ Qué minas locas
y los tipos? Él, era el que conquistaba. Siempre seduciendo. Agenda llena.
Se
le ofreció cambiar de horario en el gimnasio y ese día mientras estaba en la
sin fin, vio a la mujer. ¡Qué mina! Dios
me guarde, pensó. Era una escultura. Perfecta. También en los aparatos pasó
una hora larga. Su piel brillaba bajo la luz y el color cetrino de su tez, lo
provocó. El pelo le caía en cascada sobre los hombros de un color rojo sangre y
la silueta era perfecta. Cerró los ojos y la imaginó entre sus brazos. Ella
soltó las pesas y viró hacia él, con una mirada atrapante. Musitó algo. Sus
manos se posaron calientes sobre los muslos fuertes, que se apretaban en una
malla de color blanco. Húmeda y sofocada, se secó con una toalla la cara sin una
pizca de maquillaje. ¡Era exótica y perfecta! Él, llamó a su entrenador
personal. Comenzó a indagar. En pocos segundos consiguió el teléfono, celular
que “nadie” tenía sin su autorización.
Esa noche no pudo dormir. Tomó un “Tranquinil” y sin dificultad soñó con
ella. En una playa en el caribe... solos, en staples... con música tropical
suave y brisa marina. Era increíble.
A
las 23 PM. puso en marcha el celular. Unos pocos segundos y la voz más felina
que soñara estaba en sus oídos. Ella no quería verlo por ahora. Tendría que
esperar que su pareja viajara a Europa por trabajo y lo conocería mejor. Sintió
que el sol salía en plena noche sin luna. Así pasó una... dos y tres semanas en
qué sólo la podía vislumbrar en el gimnasio. O por el celular, siempre a la
misma hora. Así llegó el día esperado. Ella lo esperaría en su casa en pleno
barrio “Las Camelias” en un solar coqueto y discreto. Él, llegó a horario. Ella
tardó en recibirlo. Con un vestido de seda natural verde selva, con tacones
altos y el cabello suelto, era la imagen de Julia Roberts , en Mujer bonita. Lo
invitó con champagne y ostras. Cuando la música de Vinicius de Moraes envolvía
sus cuerpos, él apresuró sobre la espalda una caricia que la mujer aceptó
complacida. El avanzó. Ella aceptó. Comenzó ella a sacarle la corbata y así,
prenda por prenda le fue dejando la piel saturada de perfume de “ Léau par
Kenzo”. Como le molestaba para acariciarla, le sacó el “Tagheuer” de oro, que
brillaba en su muñeca, con la hora exacta. Se acariciaban, se lamían, se
degustaban... de pronto el rugido del motor de un auto los detuvo. Ella le tiró
sobre el boxer una camisa arrugada que sacó de atrás del futón. Le señaló la
terraza y lo empujó. Él salió como expulsado. Afuera hacía frío. Por el
ventanal, vio la figura del profesor del gimnasio que se acercaba. Lo atrapó
así, semi desnudo y con manos de hierro lo subieron al auto, lo pasearon por
todos los cajeros automáticos hasta que sus cuentas quedaron vacías. Lo tiraron
semidesnudo, encapuchado y temblando en un sórdido pasaje lleno de basura.
Desaparecieron. Desde lejos se oían las carcajadas. Nunca más los vio. Nadie
supo darle señal de ellos. Aún los busca.
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