EL TESTIMONIO...UN ESPECTRO AZULVERDOSO.
El
camino a la estancia estaba bordeado de sauces que en primavera parecían
bailarinas entre gasas verde claras y tules amarillos verdosos. El aire fresco
y la suave brisa permitían que la capelina de Candelaria flotara como una nube
llena de rosas color ciclamen pálido junto al estrafalario sombrero de tío
Cresencio, gorro de cuero con antiparras de mica y baquelita, que tras sus
bigotes agudos engominados y sus ojos grises parecía un extraterrestre en viaje
hacia el futuro. La campanilla que hacía vibrar frenéticamente ante el más
pequeño de los inconvenientes, me lograron crear un clima de suspenso y horror
por esos traslados a la casona antigua de los queridos " Hildeberando
Ralbo", familia tradicional y muy respetada por aquellos tiempos.¡ Mi
familia!.
Al
ingresar por el camino de grava y plátanos, la primera imagen fue decepcionante
ya que la casa estaba muy abandonada y semi destruída. Una balaustrada de
mármol que recordaba mejores épocas apareció cubierta de enredaderas, hiedra y
ficus que rompían toda las hermosas columnas y los postigones caían desde sus
goznes sobre sí mismos como capas de madera marchitas. No quedaba casi nada sin
estropearse. Moho y telas de arañas aparecían entre los sillones abandonados a
su suerte en la terrazas de granito rojo. ¡Era una pena enorme ver todo ese
antiguo lujo así castigado por eternas rencillas entre la familia, hoy en
bancarrota.
Candelaria
se tiró prácticamente del viejo auto, y corrió con la enorme llave en su mano
hasta pararse frente a la pesada puerta de roble del frente donde la cabeza de
un león de bronce sostenía una aldaba rota. Puso la llave en su lugar y la hizo
girar. Con dificultad y chirriando se abrió la cerradura. Empujó la hoja de la
puerta y abrió dando paso a una luz natural que hacía mucho no penetraba en el
recibidor. Un pútrido olor a rancio y tierra le golpeó la frágil nariz. Sin
esperar al tío siguió hasta una de las ventanas y corrió los pesados
cortinados, que cayeron rotundos por podridos y húmedos. Una nube de polvo lo
llenó todo. Cuando se asentó vieron el inmenso retrato de la tía Ismelda, que
los observaba en posición de matrona tiránica y posesiva. Así, habitación por
habitación, fueron despejando los trastos y ayornando con luz natural y aire
puro para hacer respirable la bella pero triste casa de los abuelos.
Esa
noche comieron unos emparedados en el mirador cerca del que fuera el lago y hoy
se presentaba como un barro seco y agrietado. No sabían donde dormir. Al fin
desidieron acostarse en la enorme cama de Tío Tancredo, que tenía unas sábanas
que habían protegido el recatado acolchado de damasco griego. Vestidos e
incómodos pasaron una noche casi sin pegar los ojos. Al comenzar el día, un
sonido de pájaros y grillos le dio un aspecto más confortable al lugar.
Desidieron buscar a los viejos criados para que los ayudaran con la limpieza y
la puesta en marcha de la casa.
Así
volvió a ser lo que fue, es decir , casi fue...porque todas las tardes
alrededor de las nueve comenzaba a circular un murmullo que iba cobrando la
figura voluptuosa de una bella mujer azulverdosa, de consistencia efímera e
intocable, ya que se desvanecía al más leve roce humano. No sólo la vimos
nosotros sino los ancianos ayudantes y cuidadores. Ellos no reconocían a esa
bella dama y nos intrigó tanto la presencia que buscamos por todos los rincones
algo que nos comunicara su historia. nada ayudó y así quedó como una leyenda
más a las viejas historias de la casa.
Han
pasado muchos años, yo ya estoy muy avejentado y me acuerdo a mí mismo en la
ventana, observando lo que no es, lo que no existe, ni existió...¿ o sí vivió
allí la bella espectral mujer azulverdosa de nuestra mansión ?. Me siento junto
a mi amada Candelaria que desgrana romances y poesías llenas de amor por la
vida junto a nuestros fantasmas y su memoria.
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