La vida me puso
en ese lugar y en esa hora. Nací en medio de una refriega familiar. Mi madre,
me parió sin decirle a nadie quién era el meritorio padre que me engendró. ¡El
muy cochino hizo lo que tenía que hacer y desapareció! Y eran épocas en que la
mujer debía llegar impoluta al altar. La mía llegó conmigo a cuestas y con un
prontuario barrial de “puta”. El gil que quiso casarse con ella duró poco.
Imaginen que yo tenía apenas un año y era un llorón, enfermizo y molesto como
avispón de campo.
Mamá me odiaba.
La única que me tenía cariño era doña Lubina, mi madrina. Era tan gritona como
yo, fumaba como un murciélago y sus 132 kilos, la hacían balancearse sobre la
grasa como una elefanta preñada. Yo la amaba. Ella me enseñó a usar la cuchara,
el baño y lo poco que aprendí, mientras mi vieja hacía la calle.
Un día apareció
verde amarillo y en el piso, parecía dormida. Luego se la llevaron en una
ambulancia y no la vi. más. Allí comenzaron mis anécdotas.
Comencé por
asistir a cada baile y fiesta en la que mi “mamita” se entretenía. Conocí marineros,
capadores de chanchos, capataces de fábricas, taxistas y raritos, que bebían,
aspiraban coca y qué se yo cuanta porquería pude ver. Así crecí y aprendí a
arreglarme solo.
¿Escuela? Ni
idea. Te explico, yo recibía monedas por callarme, por salir de la habitación,
por tirar porquerías si llegaba la cana y otras cosas varias. Era un trabajo,
¿no?. A veces, escuchaba una palabra de aliento en algún idioma que comenzaba a
entender de los marineros. Descubrí que tenía que irme al norte. U.S.A., Tío Sam
o “Sueño americano”. Sin decir nada me fui, luego que me escondí en un
carguero. El lugar en que me escondí era infame, sucio y oloroso. ¡Nunca me voy
a olvidar ese olor!
Me encontraron en
medio del océano. Me reputearon en todos los idiomas. No me pudieron tirar al
mar. Había tiburones de todos los colores y estaban hambrientos.
Aprendí a limpiar
pisos, lavar platos y copas, sabía, lo hice desde chico para los “amiguitos de
Mami” y así divisé la famosa estatua de la “Libertad”.
Han pasado veinte
años. Hoy soy gerente de una cadena de restaurantes y gano miles de dólares al
año. Y es acá donde comienza mi verdadera historia.
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