lunes, 4 de septiembre de 2017

OVERO ROSADO, ERA MI AMIGO

          La vida me puso en ese lugar y en esa hora. Nací en medio de una refriega familiar. Mi madre, me parió sin decirle a nadie quién era el meritorio padre que me engendró. ¡El muy cochino hizo lo que tenía que hacer y desapareció! Y eran épocas en que la mujer debía llegar impoluta al altar. La mía llegó conmigo a cuestas y con un prontuario barrial de “puta”. El gil que quiso casarse con ella duró poco. Imaginen que yo tenía apenas un año y era un llorón, enfermizo y molesto como avispón de campo.
            Mamá me odiaba. La única que me tenía cariño era doña Lubina, mi madrina. Era tan gritona como yo, fumaba como un murciélago y sus 132 kilos, la hacían balancearse sobre la grasa como una elefanta preñada. Yo la amaba. Ella me enseñó a usar la cuchara, el baño y lo poco que aprendí, mientras mi vieja hacía la calle.
            Un día apareció verde amarillo y en el piso, parecía dormida. Luego se la llevaron en una ambulancia y no la vi. más. Allí comenzaron mis anécdotas.
            Comencé por asistir a cada baile y fiesta en la que mi “mamita” se entretenía. Conocí marineros, capadores de chanchos, capataces de fábricas, taxistas y raritos, que bebían, aspiraban coca y qué se yo cuanta porquería pude ver. Así crecí y aprendí a arreglarme solo.
            ¿Escuela? Ni idea. Te explico, yo recibía monedas por callarme, por salir de la habitación, por tirar porquerías si llegaba la cana y otras cosas varias. Era un trabajo, ¿no?. A veces, escuchaba una palabra de aliento en algún idioma que comenzaba a entender de los marineros. Descubrí que tenía que irme al norte. U.S.A., Tío Sam o “Sueño americano”. Sin decir nada me fui, luego que me escondí en un carguero. El lugar en que me escondí era infame, sucio y oloroso. ¡Nunca me voy a olvidar ese olor!
            Me encontraron en medio del océano. Me reputearon en todos los idiomas. No me pudieron tirar al mar. Había tiburones de todos los colores y estaban hambrientos.
            Aprendí a limpiar pisos, lavar platos y copas, sabía, lo hice desde chico para los “amiguitos de Mami” y así divisé la famosa estatua de la “Libertad”.

            Han pasado veinte años. Hoy soy gerente de una cadena de restaurantes y gano miles de dólares al año. Y es acá donde comienza mi verdadera historia.

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