“Avanzábamos en fila india, siguiendo la luz de las linternas del
guerrillero que iba a la cabeza. Me pareció oír la voz de mamá que me prohibía
andar entre los maizales descalza.”Diario de una secuestrada por las FARC.
El Petit Hotel es lujoso. El desayuno descomunal
tiene como broche de oro periódicos de todo el mundo. Andrea lee ansiosa los
titulares del “Mundo” de Madrid, de La Nación de Buenos Aires, El Mercurio y algunos de
Francia, U.S.A. e Inglaterra. Todos son iguales, si no tienen historias trágicas,
muestran miserias o chismes inútiles. Los va separando con desgano. Siente
rabia y pena. No puede desconocer lo que sucede en el mundo, pero quisiera
escapar de la capa terráquea y adentrarse en un mundo mejor.
Los diarios traen
noticias dramáticas de extremo oriente.
Hay atentados terroristas en Europa. Mueren los niños de hambre en Centro América
donde se producen enfrentamientos entre sectores de políticas contrarias.
Andrea, sentada en la
terraza de su departamento en el piso veinte, lee los periódicos de la mañana. Duilio
salió antes de las siete. No recuerda si se despidió de ella, era muy temprano.
Hoy tiene que ir a una misa en la Catedral.
Será en memoria de
O´Higgins. Ayer tuvo el alegre llamado telefónico de Marcelo. ¡Su hijo
enamorado! Tendrá que volver
a Buenos Aires. Tiene que conocer a esa chica. ¿Cómo se llama? Mariana… Se ve que está muy enamorado. Marcelo
querido, ojalá no deje sus estudios. Se va a poner el abrigo de nutria, hace frío y el sombrero italiano. Si no,
mejor el de zorro blanco, ese
hace juego con el sombrero. Faltan unas horas. En el Mercurio, no hay ninguna
noticia de Argentina. Según Dulio, las reuniones y acuerdos con cancillería
están paradas. Hay muchos problemas con
los límites en el sur del territorio.
Sale dispuesta a vestirse. Suena el
teléfono de su habitación. Atiende.
-
¡Hola!
Sí habla Andrea. ¿Quién? Ah, si, como
estás Florencia? Yo, preparándome para ir a la misa de la Catedral. ¿Esta tarde? Ah,
bueno. Me encanta la música. Con gusto ¿A qué hora nos encontramos? ¡Por
supuesto, allí estaré! Gracias. ¿Verónica? Bien, casi no la veo. Cumplió quince
años, no puedo retenerla en casa. Acá la gente es cariñosa con ella. La invitan a todas partes. ¡Si gracias a Dios! ¡A
Duilio es tan difícil decirle algo! Casi no lo veo. Bueno entonces a las… te
veré en el teatro.
Cuelga y entra al baño. Cuando sale
está maquillada y peinada. Su pequeño calzón y las medias de malla fina se le adhieren
a la piel. Está muy delgada. Se mira al espejo. Aún es joven.
Se pone un vestido color verde. Un
collar de perlas. Aros haciendo juego. Los zapatos completan la figura. Se sabe
elegante. ¡Usa el perfume favorito! “First” de Van Cleff” Se pone el sombrero
de piel. Toma la cartera y abrigo. Sale. El chofer está a su disposición.
Cuenta con ello.
- Buenas noches.
Un empleado del hotel sale corriendo para decirle que tiene una llamada
en espera de Duilio. Se detiene y acude para escuchar con pena que esa noche y
otras al parecer no podrá venir a estar con ella. Se disculpa, pero hay
problemas muy graves con un grupo insurrecto en el sur de Santiago.
Cuando cuelga el teléfono, siente un dolor muy grande. Sabe que es el
principio de un fin inestimable. Es la primera noche en veinte años que él no
duerme con ella. Presiente con dolor que serán muchas las noches que pasará
sola en lo que se ha transformado en su hogar. Un coqueto departamento de
hotel. Sale del dormitorio. Apaga la luz. Casi es un símbolo.
Regresa al auto que atraviesa calles que hormiguean
de gente con pancartas y militares armados escoltando a ciertos automóviles.
Cuando se detienen en el teatro observa gran
cantidad de carabineros rodeando lo que hasta hace pocos días era un páramo
feliz.
El teatro bulle. Gente que ríe y espera la entrada
en escena del director de orquesta. Silencio. Se apagan las luces. Con
Florencia en un palco, observan ese mundo irreal de personas. Las hay jóvenes y
viejas, lindas y feas. Nativas y extranjeras. Aplausos.
Entra el “Maestro”. Ya están los
músicos en sus puestos. Entra un joven moreno saluda y se sienta al piano. Como
en un cuento de hadas todo se pone en movimiento. El éxtasis de la música la
eleva de este mundo. Sólo pasan por su mente recuerdos de la infancia.
Su padre, culto y fino, contándoles historias de
viajes. Su madre, verdadera amante de la música. Recuerdos mezclados con esa
sinfonía de Beethoven. La niñez, la juventud. Recuerda el día, en que Duilio le
dijo que la amaba. Su noche de bodas. Los besos. La enorme soledad tras ser
elegido diplomático en Chile. Aplausos.
Ha terminado la primera parte.
Salen con Florencia al hall de descanso, donde
camareros sirven bebidas y pequeños bocados de caviar y centolla. Los famosos
vinos chilenos corren en las copas de cristal. Cree que los argentinos son
mejores pero no opina. Es de mal gusto.
En
el pasillo siente que una mano la toma por el hombro tímidamente.
Se vuelve y se
enfrenta con el “Hombre”.
- “Buenas noches”- Su escaso español
es rudimentario. Ríe con fuerza. Él está más feliz, que nadie de decir esas
palabras.
- Buenas
noches, señor. ¡Y señala a su amiga que observa a ese hermoso hombre rubio!
- My friend Florence Padilla
Herrera. El señor Edgar Juvar
Leylakson… es americano, de Texas; y no habla español. Además tiene un apellido
complicado, querida, perdóname.
- No te aflijas. Buenas noches, good, good!
- Mi, aprende español, señora. Poco, chico.
- Bueno; está mejor así. Andrea, nota que él, la ha tomado del brazo tratando de
sacarla hacia el gran salón dorado para hablar. Lo sigue. Se para frente a ella
y se queda mirándola. Pasea su mirada con pulcritud y atención. Luego hace un
gesto de aceptación y gusto. Ese piropo mudo la pone nerviosa. Se da cuenta que
ese hombre la inquieta. Piensa en Duilio y su mirada se cuaja de lágrimas que
escasamente pudo controlar hasta ahora. El hombre la ve y no entiende nada.
- Andrea no… ¿qué pasa a usted? Yo tengo que
advertirle que esta noche tendremos una bomba. Mi tener noticias de un político
de acá que está escondido.
- Nada. Nada. Perdón. Se da vuelta y trata de
alejarse. Florencia inquieta, no comprende.
En puro inglés le explica al hombre que Andrea, hace
poco ha perdido un hijo de dieciséis años en un accidente y que aún no puede
escapar a ese dolor de madre.
Él se acerca. Toma su mano blanca y la besa con profunda emoción. Casi
con reverencia, la mira y le dice:
- Amiga… mi sentir, acá, pena mucho pero es que
tener que irnos rápido. Bomba estallar en cualquier reloj, digo momento.
- Gracias. No nos iremos por una estúpida e
imaginaria bomba. Además está lleno de militares.
Suena el llamador del salón y
ruidosamente, presta la gente entra en la platea y balcones. El sigue con su
mano fina, entre las suyas hermosas y
fuertes. No quiere soltarla. Quisiera darle fuerza. Su seguridad y quitarle ese
dolor que tiene en el alma. Sacarla del peligro.
Ni Andrea ni Florencia, ni todos los que esperan con devoción la música
saben que en el estuche del violín del “Comandante Músico” está armado un
explosivo plástico que destrozará no sólo el teatro, sino una o dos manzanas
alrededor de la sala de concierto.
Comienza el primer movimiento del Mesías de Haendel y un sonido sordo
alerta a los guardias del teatro, pero no tienen tiempo de avisar al público.
Comienzan la luz a parpadear en la sala igual a las advertencias frente a un
sismo de los frecuentes en el país.
Ella recupera su mano. Tiembla. Se separa con un gesto serio.
- Buenas noches señor Edgar. Gracias. No piensa en
el aviso que le dieron.
- Buenas noches, señoras. Yo me retiro. Si ustedes
no me creen no las veré más. Quisiera ir con ellas pero sabe que no puede. Él
no está libre del control de la gente de su embajada. Además, ella es una mujer
casada y las convenciones dicen que debe respetarla.
La segunda parte de concierto los sorprende, tratando de encontrarse y descubrirse
entre el gentío.
Ni siquiera Haendel, con su hermosa música, puede sacarlos de esa
desesperada y desconcertante búsqueda. Al fin, él la encuentra. El palco de
ella es ése. La observa plácidamente. La nota distraída. ¡Andrea! Saborea el
nombre. Casi besa cada letra del nombre prohibido. Esta mujer lo tiene loco.
Extasiado. Nunca le pasó…
De pronto ingresa un grupo de oficiales armados y dan la orden de
desalojar el teatro.
La gente sale rápida y atropelladamente. Corre hacia el estacionamiento.
El chofer que está atento la ayuda a subir y escapan por la avenida. De pronto
un tremendo estallido conmueve el gran predio del teatro. La explosión es verdadera
y muchos han quedado atrapados en el fuego.