miércoles, 28 de agosto de 2019

ESCLAVITUD




                        No se trata de ser esclava en una hacienda, no. Tú, muchacha eres esclava en plena ciudad. Cada día te sales del lecho de tu enamorado con más golpes y más dolor que una almohada de plumas. ¿Dónde queda tu espíritu amable de muchacha que salió de la universidad con honores?
                        Si te vieran tus abuelas. Ellas no leyeron como tú, tantos libros, pero eran reinas en sus hogares. Amadas por sus hombres, por sus hijos y hasta por las mozas que ayudaban en las cocinas y en los patios donde regaban las plantas y barrían el polvo con escobas de palma.
                        ¿Qué has logrado con tener un trabajo tan estricto de horarios y de sombras? Siempre cubriendo tus moretones que amarillean con los días. Tus brazos cubiertos por hermosas sedas para ocultar el látigo de un hombre que te aporrea.
                        ¿Dónde está el amor? Tu estima de mujer ha quedado en el cartel del escritorio donde una máquina robot, te ayuda a no perder la calma y lo que sabes.
                        Lo esperas primorosa, limpia como un ángel y con una mesa de príncipe consorte. Su comida favorita, candelas que iluminan su sonrisa crispada y fúnebre. ¿Eso es amor? Si él te quisiera, besaría tus manos y tu cabello que como lluvia de estrellas negras cae sobre la espalda llena de magullones.
                        Cuando no regresa, suspiras con alegría y te quedas como un gato enrollada en la butaca mirando desde la gran ventana la ciudad iluminada. Allí, caminan mujeres como tú, que sí tienen amor. Él, sabes que te miente. Tiene otra mujer. Tal vez un zagal que le adorna las sienes. Y tú, lo esperas preocupada porque en la calle hay peligros.
                        Ahora llueve y estás sola. Una voz en el celular te dicta un nombre, te muestra una escena donde arde el infierno de su alma de impostor. ¿Te enojas? ¿No lo crees? Caminas por el piso tibio con pasos rápidos y nerviosos. Das vueltas y vueltas. Lloras. Miras el celular y ves la palabra “Esclava”.
                        Te veo que caminas hacia la cómoda, no a la cocina. ¿Qué tienes en la mano? ¿Está bien afilado?
                        Ahí sientes el ascensor y la llave en la puerta. Corres. Haz abierto una flor en la camisa blanca. Es de color bermellón como tu ira. Él, cae y tú, ríes. Silencio.

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