sábado, 31 de agosto de 2019

DE CUENTOS DE FÚTBOL


Entró la supervisora a la escuela con dos o tres docentes que la acompañaban. Parecía una reina con su séquito. Pasó derechito a la dirección. Se sentó en el escritorio principal y desplegó papeles.
Yo la miraba sorprendida y con cierto temor. No siempre vienen a felicitarte por haber solucionado la vida de un niño maltratado o una cloaca colapsada, no, vienen a pelearte porque un padre o una madre se queja por una nota que según ellos, los niños no merecen, o vienen a recriminarte porque creen que se ha “Discriminado a un alumno que llegó drogado o alcoholizado” y vos tuviste que llamar a un médico del centro de salud. Pero esta vez, no, vino con órdenes de la superioridad: “Los niños tienen que tener un Televisor en cada aula o en el salón de uso múltiple para ver el Mundial”. ¡”Chupate esa mandarina, pens锡 ¿De dónde saco un televisor para cada aula y el único que hay lo trajo Colón cuando llegó a la Antillas?
La orden viene de arriba y hay que cumplirla.- dijo con aire autoritario. Y yo no supe si reírme o llorar. –Señora no tengo un buen televisor. – y esperé una respuesta que me dijera que bueno, que el gobierno me daría uno o varios; pero no. Arréglese como usted sabe, para eso está nombrada como directora titular.
Se levantó manoteó los papeles, su cartera y salió con las mujeres que la habían acompañado. Me quedé entre lívida y furiosa. Tenía ganas de ahorcar a alguien y di gracias a los consejos de mi abuela que decía: “Frente a un dilema, calma, piensa, cuenta hasta diez y luego actúa”. ¿Qué podía hacer? Si traía el de casa, mi familia me ejecutaba en medio del living. ¡Comprar uno! ¿Con qué si nadie paga la cooperadora? Hacer una rifa… ¿Otra vez señora una rifa? Si nadie compra y tenemos que terminar comprando nosotras que apenas llegamos a fin de mes. Me quedé allí, quieta y muda.
Cuando entró el celador, con una taza de café, y me vio tan alterada, me preguntó qué pasaba. Me puse a llorar. Él, hombre grande y con mucha experiencia, se acercó y me dejó que me calmara; luego me inquirió: ¿Señora qué le pasa?
-Necesito un televisor nuevo o varios por orden de la superioridad y ¿de dónde saco el dinero? – seguí secando lágrimas incontenibles que caían por mi cara.
- Mire mi experiencia dice que si usted les dice grado por grado a los chicos para qué quiere la plata, le llueven billetes. No se olvide que está en un país futbolero. Acá se da la vida por un partido y si es un mundial… cualquier cosa. ¡Se arrancan un riñón, una mano, venden a la abuela…!
Le hice caso. Primero fui aula por aula, después cayeron los padres y al final llegó un camión de una empresa conocida con siete, sí, siete televisores nuevos y todas las aulas vieron el Mundial. ¿Alguien me puede explicar cómo puede ser tan penoso un país, que sólo tiene billetes para el fútbol?

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