viernes, 23 de agosto de 2019

LA PIEL DE UN HERMANO



                                                                                                              LA HERMANA DE MARCELO, MIRÁNDOLO ALLÍ EN LA CUNETA DIJO: NO TUVISTE HERMANO NI TAN SIQUIERA LIMPIA LA PIEL.

                Lo peor que le pudo pasar a Petronila, fue nacer con la piel tan oscura. Los ojos de un estridente color negro y rulos en su bello cabello descolorido. No era rubio, no era castaño, no era negro. De pequeña no sintió el peso de su figura, pero de grande, es decir cuando comenzó a ir al colegio, los chicos le preguntaban si estaba quemada por un incendio o si el sol se había enojado con ella.
            Nada que pudiera decirles, servía para evitar las burlas y chismes. Porque hay que reconocer que los pequeños, repetían historias que escuchaban en sus casas cuando por las tardes de calor se  sentaban bajo los “castañolas” para beber te frío. Allí se hablaba y comadreaba siempre como si la vida de todos los que habitaban ese paraíso fuera un motivo importante en la historia de la humanidad.
            Cuando nació el hermano, al que bautizaron Marcelo, lo primero que miraron fue el color de la piel. Y era de un pálido rosa viejo, con algunas manchitas o pecas más oscuras, pero el cabello definitivo era castaño oscuro con reflejos dorados. Petronila, lloró toda la noche. Miraba por la ventana el cielo y le parecía que la luna se reía de su pena.
            Fue creciendo con una belleza que trastornaba a cada madre envidiosa, lo que atrajo una especie de producción de tráfico con manos santas y aprendices de curanderas. Cintas rojas envolvían la cuna, luego los tobillos y hasta llegaron a colgarle un diente de tigre del cuello, para espantar el mal de ojo. Eso no evitó que creciera cada día más lindo, inteligente y con una sonrisa que atrapaba estrellas.
            Las muchachas se acercaban a Petronila, sólo para poder hablar de su hermano. Incluso algunas le regalaban gatitos o cotorras, para que le entregara papeles con cartas de amor. Cuando cumplió diecisiete años, Marcelo era el chico más codiciado de todo el pueblo.
            Como era buen alumno consiguió una beca y se fue a una ciudad cercana para hacer su nueva etapa de técnico agrario. Y allí, se dio cuenta que la vida no era tan fácil como siempre le fue presentada. Extrañaba mucho a su familia y a Petronila, a quien llamó para que lo acompañara en la ciudad. Ella pudo estudiar enfermería y conoció a personas buenas que no la miraban por su piel, sino por su bondad y predisposición para el aprendizaje. Su tono de piel combinaba muy bien con el traje que usaba en el sanatorio donde hacía las prácticas y un compañero se enamoró de ella. Y le pidió que se casaran para la primavera. Los padres estaban felices y Marcelo se puso furioso. Los celos no le permitían disfrutar de la alegría de su hermana.
            Una noche que salió con varios estudiantes, bebió demasiado. Se puso a pelear con unos pandilleros que terminaron dándole un botellazo en la cabeza. Cayó mal herido. Luego lo levantaron entre varios y lo tiraron en una cuneta. Allí lo encontró Petronila y Julián, su prometido en plena madrugada. Nada se pudo hacer, estaba muerto. Y ella con los ojos llenos de lágrimas sólo atinó a decir: ¡No tuviste hermano ni tan siquiera limpia la piel! Ahora qué me dirá mamá… todo es culpa mía, seguro. Y sintió los brazos amorosos de Julián que la protegían del dolor.





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