lunes, 5 de agosto de 2019

EL VIAJE A LA COSTA




Mio. Mi cuello dolorido, columna de cristal que se bate al viento de mi suerte. Es una cárcel de espinas incrustadas en la memoria de mi infancia ausente. El viaje se había programado para que la abuela cambiara de aire. Llenaron de baúles la volanta y con el anciano cochero comenzamos a rodear la costa.
El paisaje era hermoso. El viento nos sorprendía robándonos las cintas y sombreros. ¡Cómo reíamos! Nuestra querida Nana traía una cesta llena de croquetas con perfume exquisito, rebanadas de pan con jamón y huevos duros. Fruta en abundancia. Comíamos manzanas y nueces, jugábamos con nuestras manos mientras mamá intentaba concentrarse en un libro. Era una novela de Alejandro dumas. A los pies de la abuela, nuestra mascota dormía con un ronquido que nos llenaba de risa. En medio del viaje a Jofrey se le ocurrió ir al sanitario. ¿Adónde hay un sanitario por acá? Y más risas. El cochero se detuvo y bajó para ayudarlo mientras mamá nos distraía mostrando un libro con hermosas acuarelas.
Luego continuamos el paseo. Debíamos llegar al hospedaje del Rincón de Cornualles. Allí nos esperaban unos amigos de mis padres. La abuela dormitaba y nosotras reíamos entre dientes por los bucles que se desarmaban como remolinos de seda.
Ya cansadas nos adormecimos y el silencio sólo se oía el trotar de los caballos. Al llegar un par de perros labradores merodearon husmeando para reconocernos. Nos llevaron a unas pequeñas habitaciones con cortinas y colchas floreadas. Muy alegres. El aroma del hogar donde madera de pino crepitaba, nos regresó al hogar. ¡Era tan familiar!
Al día siguiente nos invitaron a navegar con el anciano pescador que cuidaba la casucha vecina a la casa donde nos alojamos. Era un hombre arrugado y seco. El mar había hecho estragos en su piel. Fuimos con él después del almuerzo.  
La tarde calurosa amenazaba una noche plagada de estrella. El viejo se sentó sobre la madera húmeda y caliente. Sacó una vieja pipa. Miró tras sus pupilas nubladas  por el tiempo y suspiró cansado. Terminaba un día y el mar calmo no llenó el vientre hambreando de su barca. Poca pesca. No había  ese viento que permitía que se alejaran de la costa.
Un olor penetrante de sol y pescado hería a los hombres silenciosos. El sol se escondía con esfuerzo tras la pequeña colina en occidente. Un pescador comenzó a canturrear un triste sonido. Otro tomó un sonido de belleza inexplicable.
El viejo se acomodó. Cerró los ojos y dejo vagar la mente en los recuerdos. Laberintos de historias aciduladas que  regresaban como pájaros... nosotras nos apresuramos a pedirle esos relatos. Fue un viaje maravilloso que nunca olvidaré.

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