lunes, 23 de enero de 2023

GOTAS DE SANGRE

 

Una gota de sangre cae sobre el papel en la mesa. Cae y se desparrama en la tinta que se distrae en colores rojo, índigo, morado, azul... silencio. Otra cae tras la primera y se agranda la mancha coronando con puntas aguzadas que señalan el borde de la mesa.

Roque no puede defenderse de demonio artero y de la pena. Nada queda allí, frente a los ventanales. Nada.

Roque labriego. Roque mutilado, espantado. Ese que había sembrado en la tierra hendida con la hoja fálica del arado. Cada semilla un milagro repetido. Él, había roturado con ahínco en las noches heladas, bajo el sol sediento e impotente frente a sus manos mágicas de labrador. Campesino al fin, abonó luego lo que la tierra comenzaba a romper en verde. Primero fue la planta, luego la flor que maduraba en frutos pequeñitos y brillantes. Tiempo, necesitaba tiempo. Este le era esquivo.

Caen una a una las gotas de sangre y ya no es sino un charco coagulándose. Sigue el silencio acomodando penas a la sombra. Rojo, todo rojo como ese amanecer que despuntó en tomates y ajíes del verde manto del plantío. Maduros los frutos galopando en la cresta de una ola verdosa. El empresario de la envasadora, se acercó con una propuesta insólita. Roque oyó alborozado la propuesta. ¡Compraban todo para el día después del carnaval! Casi cerrado el trato, se dieron la mano como en los viejos tiempos. Dejaron en palabras suspendidas por la venta sin papeles.

Una cena caliente lo esperaba en esa mesa. Pan crocante y vino tinto; que agregó alegría a la propuesta. Su familia escuchó fascinada el relato de la transacción. Favorable por su esperanza de pagar las deudas con el banco, la veterinaria y el almacén de ramos generales. Cuando llegaron a los postres, sacó un papel y lapicera y una pluma con tinta. Comenzó a calcular y las cuentas daban un resultado satisfactorio. El fruto del trabajo prometía un maravilloso futuro.

Con una canción en el corazón y una sonrisa que mariposeaba en su rostro, se fue a dormir. Una noche sin desvelos.

Roque no había mirado hacia la gran ventana que daba al sur. El cielo azul grifado en diamantes vivos, se cubría lentamente con un manto blanco de nubes pesadas y premonitorias. Pérfidas y silenciosas, imitando el movimiento felino de un gris enorme; reventaron su vientre espasmódico y comenzó a caer un millón de redondas piedras de hielo. Eran enormes. El sueño profundo no le permitió a Roque penetrar el ruido agresivo del granizo.

Y ahora, ya se oye el gorgoteo de la garganta de Roque. Sus manos caen a los lados del cuerpo laxas. ¿La cabeza? Cae hacia atrás en la silla. El sol se distiende en la distancia y envuelve un rosa violeta incendiando con su lava, las barbas de los "Cúmulus Nimbus" sobre el campo. Perdida la mirada extraviada en el páramo incendiado del ocaso. El labriego ha despertado y sus ojos atónitos se abren a la desgarrada impotencia de la tormenta. Un rictus de espanto en su boca. Desfigurado, emite un sonido de dolor.

No había quedado nada. Estricta la tormenta trituró prolijamente todo un trabajo   y los frutos de la labor esforzada. Nana, nada. Adiós al sueño vegetal. Caminó lentamente hacia la escopeta, la tomó y se sentó frente a la mesa donde en tinta había escrito en un papel las cuentas. Se reía, a carcajadas. ¡Pobre Roque y su esperanza!

 

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