martes, 31 de enero de 2023

LIBERATO

 

 

Estaba galopando, agazapado en la orilla de un cielo infinito. El odio lo consumía. Receloso de furia e inusitada sed de venganza. Su caballo vuela y vuela una arista deshilachada de su poncho viejo. Solo, el hombre, regresaba de comprobar que los salvajes, le habían "cuatrereado" la hacienda. Seguro la llevaron por el valle a Chile. El viento, en el naciente, la tierra que levantaban los cascos de otros potros de los salvajes, le alimentaban la sed de venganza. Su poca tierra, era como un arcón de suerte abandonada. Gastada por la perversa miseria de los hombres de campo de los límites de los nativos. Liberato, arracimaba camino al infierno, que indiferente, lo dejaba hambriento y sediento. Hombre solo. Los salvajes, rompían y quemaban las taperas dejándolo más solo. No podía tener una mujer que le diera una familia. La primera que llevó la llevaron ellos, y desapareció como un fantasma inalcanzable. ¡Pobre hembra! ¿Qué habrá sido de ella? Sabía que les arrancaban la planta de los pies para que no escaparan. Las maniataban y les pegaban por ser blancas y cristianas.

Siguió galopando, sin esperanza de futuro, galopando el inmenso espacio marginal de la pampa. Gaucho olvidado, solo. Una piedra, u eucalipto, un pájaro emigrante. Vio a lo lejos una recua de mulas y caballo. No eran de los salvajes. Eran criollos como él. Parpadeó y con la mano hizo un gesto de visera para ver mejor. Tuvo miedo. Pueden ser cuatreros, a mal lugar han venido a robar hacienda, no queda nada.

Se llevó la mano a la cintura, donde tenía un arma. Pero al acercarse el grupo, pudo ver que era gente vestida con ropa de otra laya.

Se detuvo. Aparejó el caballo que salivaba y transpiraba como un humano. El ocaso asomaba desde el este y se iba cubriendo la campiña con colores de gloria. Hizo pie, se apeó con las dudas y la curiosidad de los hombres de la tierra abandonada. Había creado una suerte de refugio con carpas y palos. Escuchó los arpegios de una guitarra silenciada por las coces de los animales en la tierra. Comenzaba el monte a estar sombrío. El sol, pensó, que enamora los árboles y los pájaros, se duerme para dar paso a la noche. Atrapando los sonidos de animales agrestes y salvajes, como esos salvajes que se robaban todo. Él, era una mezcla rara. Sus tatas eran gringos de una Italia lejana y su madre era "India", rescatada por unos vendedores de armas a los salvajes. La cambiaron por dos Rémington, y la llevaron como aun animal más de la tierra. La pobre se acollaró con su tata que la cuidó y defendió del la ferocidad de algunos contrabandistas. Él, Liberato, era una mezcla rara. Flaco, enjuto, ralo, rubio de ojos celestes y pelo como crines de azabache, terco y vengativo.

Se acercó como un puma, silencioso y esquivo. El fuego le daba un color especial al que había puesto un trozo de carne a asar en una suerte de espadas. Mano a mano vio que bebían de un mate, cuyo sabor él, aun no conseguía apreciar. ¡Cosa de "indios" había dicho su tata! De la grupa del jamelgo sacó la cantimplora con agua del río. Estaba aun fresca y dulce. Le ofreció al que tocaba la guitarra. Bebió en silencio y lo miraron extrañado. ¿Quién se atreve por estos pagos? Soy Liberato... simplemente Liberato, dueño, era de una tropa de ganado que se llevaron los salvajes.

¡Nosotros, venimos desde la ciudad, enviados por el ministerio, para atrapar a esos renegados! El gaucho echó a reír, era una mala idea atrapar a esos hombres que ya habrían atravesado la cordillera y estaban en el otro lado. Se sentó junto al fuego y de su faja, sacó un puñado de billetes. Pago por un trozo de esa carne y por aguardiente, si tienen. Y se rieron a carcajadas los otros. Todo esto es gratis, lo paga el ministerio.

Liberato se quedó serio, y dando un soplido dijo: "Yo no acostumbro a que nadie me regale nada". O pago o sigo mi camino. Los otros se miraron sorprendidos. Pero bueno hombre serían... se miraron. Veinte billetes de los nuevos. ¿Qué, de qué nuevos me hablan? De los que ha inventado el nuevo presidente. Mire. Y pasaron unos flamantes papeles de color con la cara de un hombre de bigotes y barba. Liberato, se despidió. Me voy, dijo, quédense ustedes intentando lo imposible. Los salvajes ya no están en esta tierra. Montó su pingo y galopando siguió atrapando los sonidos de la noche. Se alejó pensando con más odio en los que no sabían cómo era la vida en esa zona de salvajes.

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