miércoles, 25 de enero de 2023

UNA MAÑANA CUALQUIERA

 


Dejó el coche en la oscura chochera del edificio. Sacó el maletín y varios libros que la acompañaban desde horas tempranas.

Esa mañana, luego de ducharse, hizo un repaso de las mil tareas que tenía por delante. Llamó a Enrriet. Ella, no atendió. Le dejó un mensaje. Se encontrarían esa noche en el restaurante Lafayete. Luego hablarían.

A las ocho se encontró con dos profesores de filosofía, para iniciar un debate con alumnos becarios sudamericanos. Enfrascados en el itinerario de los jóvenes del pensamiento sobre la justicia económica en el siglo; no captó el paso del tiempo. Se acercó un secretario del decano para avisarles que cerraban el aula para el refrigerio y la preparación del claustro previo a la llegada de unos biólogos genetistas alemanes que traían nuevas teorías.

Con dificultad cortaron la discusión. Los alumnos continuaban hablando por los corredores. No llegaron a una conclusión. Se iban perdiendo por la soledad de los largos pasillos de la facultad, cuando comenzó a sonar un celular. Era Enrriet... su voz sonaba en susurros y afectuosa la envolvió con sus sugerencias. Cortó la llamada sonriendo, esa tarde podrían expresar sus cuestiones. Recordó que antes debía pasar por la peluquería, su cabello estaba enojado con la humedad y el clima. Subió al coche y por la carretera escuchó la música que favorecía a su estrés. Recordó los hermosos días del verano, en efímera belleza de los cuerpos en las playas sicilianas, donde los cuerpos desnudos al sol , absorbían la energía para el largo invierno  y las duras jornadas del inhóspito país.

Se había relajado. Dobló por una calle arbolada. Un sinnúmero de edificios acariciaban sólidos el reflejo rayos cálidos que iluminaban los floridos balcones. Llegó al coqueto salón de belleza; Ninno, la recibió afectuoso. De mano en mano fueron pasando los especialistas resolviendo todas sus carencias. Manicura, depilación, color y lavado de su cabello. Le surgió la necesidad de un cambio y buscó un peinado más salvaje. Se miró en el amplio espejo. Un toque de maquillaje le daría algo de luz y serenidad.

Cuando llegó a su piso; en el parquet de la entrada encontró una carta. Desconocía la letra. El sobre tenía un sello de Andorra. Lo abrió y leyó el texto que decía: Querida Mayte te ruego no te sorprendas. Hoy recibí el envío de los libros y documentos que me servirán para la tesis. Ayer nació mi hija. María Inés. ¡Si, mi hija! ¿Te sorprende? Es pequeñita y tendrá la suerte de no conocer jamás a su padre. Mi psiquiatra no se cansa de expresar que quiere hacerme una cura hipnótica. Yo huyo porque ahora soy feliz. Con cariño Justina.

Se rellanó en un sillón. No entendía nada. ¿Quién era esa Justina? ¿Qué tenía que ver con ella? ¡AH, recordó que su amado esposo tenía una pupila que investigaba con él, sobre un hallazgo en Sudán. Él era arqueólogo y siempre estaba rodeado de jóvenes estudiantes. Y también recordó que había nombrado entre colegas a una de sus alumnas más destacadas: Justina.

Ahora, estaba en un yacimiento en la región del ex Congo. ¡Y era padre de una niña! Una que ella nunca pudo darle. Entonces, tomó la carta y la tiró hecha trizas por el inodoro. Nunca sabría que tenía una descendiente llamada María Inés. Se acostó y se quedó dormida. Esa mañana había sido diferente de otra cualquiera de su vida.

 

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