viernes, 27 de enero de 2023

LAS SOMBRAS

  

En esa ruta secular de sombras, Alcira desplegaba sus sueños. La casa estaba en medio de un enorme parque. Es cierto que algo abandonado por el tiempo transcurrido. Una luna pintada de dorado rojizo, se deslizaba por la piel ardiente de la tierra. Una nube con su lengua se hamacaba en el puentecillo silencioso, creando un cuadro, un tapiz de irreal orfebrería. Callada, la mujer, esperaba el ocaso, el véspero que iniciaba la rueda puntual de los ruidos de la noche.  No podía con su ira.

Quebrantada, ayer y en meses precedentes, no se resignaba en esa soledad que atrofiaba su excelente tarea de arpista. En la noche, abrazaba con ardor el instrumento y una melodía intermitente y consecuente, vibraba en las cuerdas. Su frente, contraída, esperaba soportar el suceso acaecido. 

En su garganta se perdía un grito. Su lengua quería maldecir y buscar venganza. No podía. Recordaba la sangre. Palpitaba aun, el nombre de que se perdió en las sombras ese maldito día. Fernán había traicionado su confianza. Trató de abrazarla, de besarla, de poseerla sin su consentimiento. Y en las sombras un arma mortal, despertó a los pájaros que anidaban en los pinos. Y Fernán cayó cubierto por un manto de sangre.

 Alcira, salió de entre el cuerpo tibio que había intentado rebajarla en su condición de mujer libre y sola. Buscó al que la había salvado, pero no vio a nadie. Estaría muy involucrada con ese crimen inesperado. Entró a la habitación y tomó el teléfono. Llamó pidiendo auxilio. Desde el otro lado prometieron llegar pronto.

Ella encendió un cigarrillo; hacía años que había dejado de fumar, pero sentía tanta angustia que no sabía que hacer con las manos. Vio unas luces que ingresaba por el camino de gramilla. Voces de hombres. Salió. Apagó el pitillo y grande fue su sorpresa cuando donde hasta hacía unos breves momentos, había un cuerpo, ahora no, no había nada. ¿Dónde quedó Fernán? ¿Quién pudo llevarlo, a dónde?

El inspector Raimundes, la obligó a ingresar a la casa. Se sentó en un sillón y comenzó a interrogarla. ¿Usted está segura de lo que relata? ¿Cómo pudo desaparecer el occiso? ¿Alguien estaba con usted o vino a buscarla? Mientras como una cascada llegaban las preguntas, los acompañantes del inspector, revisaban cada centímetro de la casa. El gato, que había dormido plácido junto a la chimenea, salió con paso cansino hacia el jardín. Las sombras se agigantaban y pisó sangre, dejando huellas perceptibles en la veredilla.

Alguien golpeó en la puerta principal. El vecino, un anciano de cuerpo rechoncho y calvo, sosteniendo entre sus dedos secos unos lentes rotos, sin patillas, pidió permiso para ver a Alcira. Un hombre insignificante. Pasó. Se sentó cerca de la mujer y apenas pudo, dijo haber escuchado el estampido de un arma. ¡Que se había preocupado y aclaró que no se acercó antes hasta ver a los autos policiales! ¿Le ha pasado algo grave Alcira?

Ella, sorprendida, le relató lo sucedido. El inspector volvió a reescribir en su libreta lo narrado. Buscaba alguna hendija, algún quiebre en los hechos. Pero todo coincidía. No obstante el policía, por sus largos años de experiencia, comenzó a mirar con mayor atención al vecino. Vio que vestía una bata de toalla sobre su ropa. Unas manchas oscuras en las medias y zapatillas, le llamaron la atención, pero anotó esos rasgos sin decir nada. Regresó el gato y dejó unas marcas de sangre en el piso del salón.

Un ayudante del jefe, tomó las muestras de las huellas. Salió a buscar de dónde provenían esas minúsculas manchas de sangre. No encontraba nada, hasta que en una veredilla, notó un rastro. Allí habían arrastrado a un cuerpo. Llamó a su jefe. Los ayudantes comenzaron otra búsqueda. El cuerpo no aparecía por ninguna parte.

Alcira, sollozaba. El vecino, se acercó y le puso un papel en la mano y se despidió diciendo que si no lo necesitaban, los dejaba hacer sus trabajos tranquilos.

Ella escondió el papel. No tuvo tiempo de leerlo. Se paró de su asiento y caminó hacia el baño. La siguió hasta la puerta uno de los ayudantes, pero lógicamente no ingresó. Ahí abrió el papel y leyó. "Alcira, yo la salvé de ese salvaje. El cadáver lo tengo en un lugar escondido. Descanse. Mañana hablamos".

Salió luego de apretar el disparador de agua del inodoro. Temblaba. La sombra era su vecino, ahora había que buscar la forma de sacarse de encima a la policía.

Finalmente después de llenar varios papeles y ver fotografías de algunos personajes del hampa, se retiraron indicando que regresarían en la mañana. Alcira, asintió. Estaba agotada.

Se detuvo un breve momento en la puerta y allí, encontró un papel con unas palabras muy extrañas. "Mi boca es un enorme vientre a punto de parir un mártir"; su amigo Tancredo. Lo recogió y lo guardó. Mañana sería un larguísimo y difícil día. Llegó a su lecho y cayó en un sueño profundo lleno de espanto. Las sombras cubrieron su noche. Eran sus amigas.

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