martes, 31 de enero de 2023

PALOMA

 

Estaba asombrada. Caminaba como un gato, como felino buscando una presa. Era un momento de sostener esperanzas. Gastón le había llamado pidiéndole una cita. Esa tarde la estaría esperando en la confitería de la plaza mayor del pueblo. Era la primera vez que se verían a plena luz del día. ¡Era muy extraño! Él era casado y siempre se lo dijo. Nunca ocultó su estado y su compromiso.

Lo conoció en una reunión de pequeños comercios de la zona, donde se reunían los propietarios de negocios que dependían de si mismos. Nadie los presentó, pero apenas se miraron ella sintió que algo los unía. Su amiga Magdalena, que creía en otras vidas, cuando le comentó, le dijo muy suelta de cuerpo: "En otra vida ha sido tu amor".

Paloma no creyó en eso. Se acercó el hombre y con una sonrisa le dio la mano dando su nombre: Gastón Fernández. En su dedo brillaba la alianza de oro. No cabía dudad que era casado. Ella, no se hizo problema. No lo veía como a un ser "conquistable". Fue él, el que en los momentos de descanso la buscó y charló sobre mil cosas. Era agradable. Gastón le dejó la tarjeta y ella, casi como por obligación le entregó la suya.

Paloma, es la secretaria de una empresa grande y su jefe, le había solicitado lo reemplazara en esas inútiles reuniones de trabajo. No se arrepintió. Conoció a algunas personas interesantes y escuchó atenta opiniones tan dispares, que salió a punto cero. Nada que se pudiera aplicar a la empresa.

Una semana después recibió un llamado de Gastón. Le pedía unos datos del mercado y la bolsa. Ella le mandó por fax datos y comentarios breves. Dos días después él, le llamó para hablar y charlaron como veinte minutos. Sus compañeros se miraban asombrados. Ella nunca había usado del tiempo de trabajo hablando de cosas intrascendentes.

Pasó una semana y le llamaba día por medio. Le contó de la enfermedad de su mujer, de su perro que tenía un problema de salud, de su cocha al que quería cambiar por uno más nuevo. Ya parecían amigos de toda la vida. Ella le contó que estaba lejos de su familia, que había venido de otro pueblo a ese para tener mejor trabajo y un sin fin de detalles personales.

A veces filosofaban. A veces se reían con alguna noticia estrafalaria del medio. Pasó el año. No se habían vuelto a ver personalmente. Ella se fue de vacaciones a su pueblo y le contó a su madre la amistad que tenía con Gastón. ¡Ten cuidado hija, puede ser una mala persona! Mamá, si nunca nos vemos, solo hablamos por teléfono. Además fue sincero y no ocultó su matrimonio. ¡Bueno, pero cuídate, no es muy normal que no se vean y solo hablen! Bueno mamá, seré cauta.

Cuando regresó ella lo llamó. No atendieron el teléfono. Dejo un mensaje de voz. Y por varios días no la llamó. Cuando lo hizo, estaba muy consternado. Su esposa había tenido un ataque y la tuvo que internar en un sanatorio. Pero le pedía disculpas. 

Por eso esa mañana, caminó con cautela, pisaba sobre las calles con pies alados, apenas si sus sandalias, dejaban huellas en la vereda. Llegó a la confitería y tras los vidrios, lo vio. Parecía cien años más viejo. Su cabello castaño era un ralo mechón blanco. Entró y se dirigió a la mesa donde revolvía sin descanso una cucharita en la taza de café. Parecía perdido. Se paró y le corrió amable la silla. Ella se acomodó y sin más ni más, él, le tomó las manos y se puso a llorar.

¡La tuve que ingresar en un sanatorio para enfermos mentales crónicos! Ya no duermo pensando que esa hermosa mujer que amé, amo y amaré siempre está encerrada entre cuatro paredes sin otra meta que la soledad interior y exterior. Paloma, se sintió amargamente sola. Ella estaba allí remplazando a una alienada. De alguna manera su madre había tenido razón. Él, se aferraba una mujer joven sin ofrecer ningún tipo de compromiso, ni amor. Miró a su alrededor y vio un sin fin de seres solitarios que leían el periódico, fumaban y tomaban café o bebidas con alcohol. Su corazón esperaba otra cosa. ¡Tal vez, el amor que soñaba!

Hablaron un rato y Paloma, le dijo lo que sentía. Él, la miró un rato y sostuvo que nunca le había dado esperanzas de otra cosa que una gran amistad. Ella se paró, se arregló la falda, le dio un cálido beso en las mejillas y le dijo: "Nunca más me vuelvas a llamar, quédate rumiando tus desgracias, yo lo haré con las mías. Adiós." Y como una paloma de la plaza alzó vuelo hacia la soledad de su vida.

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