"DE ROSTRO REGORDETE, CON SU CABELLERA CASTAÑA,
QUE CAÍA EN CASCADA HASTA
Finita tanteaba con sus manos artríticas el mesón, buscando los anteojos que le trajera Guillermo. Se le había olvidado donde los puso y solo veía bultos, luces y sombras. Una pálida lamparita iluminaba tímidamente el ambiente. Extremando el cuidado se fue acercando al lugar donde guardaba la llave del secreter. Arrastraba en colgajos informes la piel, la ropa enorme, los pies deformes cubiertos por unas antiguas zapatillas de seda; tratando de no pisar los lentes que pudieron estar caídos. Tanteando llegó hasta el ropero de inmensa luna, opaca ahora por las cataratas que velaban sus ojos más grises aun.
Encontró la caja taraceada en nácar que le regaló su Tata
cuando vino de
El Doctor Benjamín Burgos, que con su cálido violín, la acompañaba en los valses y canciones, fue cambiando con el tiempo en tangos y milongas. ¡Eso cuando su madre y su padre dejando este terruño, para ingresar en espacios ignotos, antes imposible!
Luego, ya regresando al triste "Ahora" hurgó en el interior de la caja y contó cuánto le quedaba de sus monedas, las preciadas piezas de oro de su dote. ¡Quedaban sólo siete! Sintió pánico. La miseria que ya la había visitado intermitentemente en su vida, ahora se había incrustado en su corazón.
Se alejó tanteando las paredes y muebles y llegó al viejo sillón. Se tiró como saco vacío, crujieron sus huesos. El gato, Ringo, saltó a sus piernas doloridas. Ronroneaba. Era su único amor, su compañía. Se fue quedando dormida y soñó con la lejana juventud perdida. La despertó el sonido de un golpe en la puerta del caserón y se asustó. ¿Quién puede venir a buscarme? Sintió el carrillón del reloj que daban las doce, se incorporó y se asomó al ventanal, una joven rubia de cabellos castaños que caían en cascada hasta la cintura le sonreía. ¡Hola abuela Fini! Ábreme la puerta, vengo a verte, llegué hoy de Valencia.
¿Acaso tengo una nieta o una hija tan joven? Su mente trepó por los espacios vacíos buscando una figura, un nombre, una señal divina. Recordó a una nena de cinco o seis años con la que solía jugar a veces en vida de sus padres. Con desconfianza se acercó a la puerta. Entreabrió la hoja de madera y miró a la muchacha. Abuela Fini, te traigo una carta mamá. La dejó entrar con temor y la muchacha, abrió los cortinados. Una luz inusual ingresó en la habitación polvorienta. La besó en las mejillas flacas. Le acarició el níveo cabello, otrora castaño como el de ella. Le alcanzó los lentes y le entregó el sobre que tenía perfume a lavanda, el que le trajo a la memoria a su hija que se fue detrás de un próspero abogado español.
Valencia, 25 de marzo de 2022.
"Mami, querida viejita, te mando a Delfina, mi hija
para que te acompañe mientras dura su beca en
Fini, comenzó a llorar quedo. No podía creer que la vida le regalaba a esa altura de su existencia ese tesoro. Delfina se sentó en la butaca, abrió el piano y comenzó a ejecutar una melodía inolvidable: Rosamunda.
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