jueves, 19 de enero de 2023

LETICIA 7

 

 

            La ciudad estaba conmocionada. Los vehículos transitaban a velocidades impensables. Había un caos en cada avenida. Gente que se atropellaba y corría por las calles, todo se movía, el sismo duraba más de lo pensado, caían carteles y árboles sobre los coches y autobuses.

            Comenzaron a sonar alarmas y sirenas de todos los rincones. Se cortó el suministro de electricidad y de gas. Era el caos. Dejaba de moverse la tierra y la esperanza moría entre la gente. A todos les parecía que era eterno el terremoto. Algunas viviendas se habían desplomado, otras tenían heridas profundas en paredes y balcones.

            El hospital comenzó a llenarse de heridos. Corrían médicos y enfermeros, ayudantes de laboratorios y personal de limpieza. Llanto y gemidos por doquier. Comenzaron a usar un sistema de emergencia eléctrica. De los grifos escapaba agua en chorros y caían borbotones de agua por las paredes y techos, las calles se llenaron de agua de cloacas y tuberías.

            Leticia, con el uniforme roto, corría, también, de una camilla a otra. Los más urgentes por heridas graves, entraban a los quirófanos, uno tras otros. ¡El jefe de cirugía daba órdenes a garganta abierta, grito pelado! Y el doctor Patrick organizaba los insumos para que no se terminaran en forma rápida. En el ala este, los niños y niñas, en el ala sur, que estaba entera, los adultos mayores, en lo que quedaba del centro medio, del hall central las mujeres embarazadas. Los más jóvenes en los patios exteriores.

            Un nuevo remezón, trajo un clamor sostenido. Leticia, se secaba el rostro porque las lágrimas surcaban sus mejillas. Ya sus guantes de látex, estaban rotos y sucios. Era sangre. No podía exigir otros, no alanzarían si seguían los movimientos de tierra y traían más heridos. Valentino, el jefe de laboratorio, no alcanzaba a hacer algunos análisis. Y Leticia lo buscaba para no equivocarse con las drogas que debía usar o el tipo de sangre a transfusionar. Ya quedan pocos insumos. Faltan sábanas y mascarillas, se terminan los calmantes.

            El sol se va escondiendo en el horizonte y la ciudad se estremece. Pero los galenos siguen ayudando a la gente. Por los comentarios que van surgiendo, se enteran que se cayó un puente muy importante que une la ciudad con la isla Princesa Ana. Sus habitantes están aislados. Sin hospital, tendrán que enviar helicópteros a rescatar a su gente. Una enorme luna roja, asoma en el cielo y altas llamaradas suben de los cerros vecinos.

            Leticia, se sienta unos minutos en el suelo. Llora amargamente. Ya no hay movimiento de suelo. De vez en cuando se escucha un estruendo de un edificio que colapsa. Se agrupan médicos y todo el personal del nosocomio. Patrick, los reorganiza. Alguien tendrá que dormir un par de horas, todos se niegan y él, se acerca a Leticia y le ordena: ¡Doctora usted es la primera que debe descansar, la necesito lúcida y atenta!

            La mujer, se siente desolada. ¿Adónde podrá dormir? Valentino la conduce por un pasillo y le señala un pequeño espacio donde hay un lecho sin usar. Allí se duerme y sueña… sueña con un enorme paisaje lleno de árboles y flores. Quisiera no despertar, pero una mano la toca y despierta con un colega que debe descansar por orden del doctor Patrick. La espera una jornada agotadora de gente que la necesita.

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